La palabra virtud es probablemente la más respetable por su antigüedad, y la más respetada de hecho en la historia de la ética. Así lo prueba el reciente libro Tras la virtud de Alasdair MacIntyre. En cambio, la filosofía de los valores no tiene tanta solera. La palabra valor, como término filosófico riguroso, viene de Scheler, o a lo sumo de Kant. A pesar de todo ello, la formalización de la lógica nos ha hecho comprender que el término valor es preferible a la palabra virtud.
Las virtudes están en el nivel del ser. Aristóteles las describió como hábitos operativos existentes en la naturaleza humana. Los valores, en cambio, están en el nivel superior del deber-ser. La axiología define el valor como lo que debe ser sea o no sea. Es obvia la superioridad del deber-ser sobre el ser. La implicación deber-ser → será es verdadera. La implicación opuesta es → deber-ser es falsa. La ética de los valores es el método correcto, aunque sea reciente y apenas venerable. La ética de las virtudes es el método equivocado, por muy antiguo y venerable que sea. Al final, fue Platón el que estaba en el buen camino, mientras que Aristóteles se adentró en una vía muerta.
Por si lo anterior fuera poco, la lógica ha demostrado que el deber-ser ético se formaliza lo mismo que el Ser Necesario (Cfr mi artículo La falacia ser→ deber ser y la eutanasia, El Imparcial 14/04/20). Por esta fundamental y decisiva razón lógica, la axiología se atreve a concebir la realidad última de los valores nada menos que como las perfecciones mismas de Dios.
En cambio, la tradicional ética aristotélico-tomista entiende las virtudes como las perfecciones del hombre totalmente bueno, si lo hubiera. O al menos, del hombre idealmente perfecto, obtenido mediante la imaginaria conjunción de todas las cualidades buenas de los mejores seres humanos. Se trataría en todo caso de las perfecciones de un ser contingente. Por tanto, la ética de los valores es superior a la ética de las virtudes en la misma medida que el Ser Necesario es superior al mejor ser contingente pensable.
Dicho esto, la axiología recupera la palabra virtud para describir las tres actitudes de fondo, que son obligadas ante el entero arco de los valores. No cabe describirlas como materia o contenido de algún valor concreto. Afectan a todos ellos. Las etiquetamos como humildad, constancia y prudencia.
La palabra humildad tiene una connotación peyorativa, que aquí no hace al caso. Con precisión admirable, Santa Teresa dijo que humildad es andar en verdad. Se entiende la suprema verdad de que los valores propios -éticos, estéticos y religiosos- son los fines objetivos que Dios propone al hombre. Es la voz de Dios que resuena en nuestra conciencia moral. Sócrates empleaba la palabra daimonion, ahora tan extraña para nosotros. La voz de la conciencia nos hace conocer cuál es el sentido de vida humana.
Dios nos creó a su imagen y semejanza, pues los valores, como antes dicho, son perfecciones de Dios mismo. La conciencia nos invita a aumentar esa semejanza con nuestro propio esfuerzo. Al tiempo que se nos otorga la libertad positiva, se despliega ante nosotros el entero arco de los valores. Estamos en este mundo para realizarlos, para darles cumplimiento, y nada más que para eso. Los valores dan sentido a la vida humana. Los designamos con la expresión valores-fines.
En aceptar esta verdad -que nuestra finalidad objetiva es vivir los valores- consiste la esencia de la humildad. Rechazarla, o no admitirla incondicionalmente, es la esencia de la soberbia. Con todo, para hacernos cabal idea de lo que es la humildad, quizá lo mejor sea proceder via negativa. O sea, considerar el error y el horror de la soberbia humana.
Como ejemplo de soberbia recordemos otra vez a Hartmann. El pensar mítico y religioso ha atribuido siempre toda la fuerza a Dios, entendiendo incluso los valores como mandatos suyos. La ética devuelve al hombre lo que éste, olvidando su propia naturaleza, atribuía a la divinidad…..La herencia metafísica de Dios pertenece ahora al hombre (Ethik, 20 f).
Algún tiempo antes ya Feuerbach se había atrevido a decir que el hombre es Dios para sí mismo. Los hombres ya no necesitamos a Dios para ser felices. Nosotros somos Dios. Somos capaces de labrar nuestra felicidad con nuestras propias manos. Más aún, estamos a punto de conseguirlo. Hemos llegado a La Luna. Todos estamos comunicados con todos mediante nuestros móviles. Almacenamos bibliotecas enteras en nuestros ordenadores. Hacemos trasplantes de corazón. Dominamos la energía atómica. Etc., etc.
Curiosamente, el coronavirus se ha encargado de recordar a los engreídos humanos del año 2020 que no es para tanto. Ciertamente el progreso material del ser humano ha sido enorme. Pero un minúsculo bichito, que ni siquiera vemos a simple vista, nos recuerda que somos mortales. Lo mismo que el acompañante en el carro repetía al oído de los generales romanos cuando celebraban su triunfo: recuerda que eres mortal. El orgulloso y soberbio hombre moderno ha de humillarse ante Dios como Valor Valorum. Ha de volver a ser homo religiosus. Especialmente el hombre de la desnortada civilización occidental.
Hay que empezar por enseñar a los niños que Dios existe y es la fuente de todo valor. Hay que incluir la asignatura de Religión en la educación elemental. Hemos de decirles que Dios nos creó para que fuésemos felices con El en el cielo. Hemos de insistirles en que esta vida es sólo el trampolín para conseguir la felicidad eterna. Si aceptamos y vivimos los valores en este mundo, iremos al cielo. Y si los violamos u omitimos, iremos al infierno. Estamos aquí de paso. Esta vida no es más que una mala noche en una mala posada, como dijo también Santa Teresa. Nuestra vida en este mundo es un tiempo de prueba. No tiene más razón de ser que la de lograr la vida eterna junto a Dios en el cielo. Por ahí debiera empezar la enseñanza elemental. Por decir a los niños la verdad. No se trata de lo que dice a los suyos la Iglesia Católica, o cualquier otra confesión religiosa.
Se trata más bien de que también hemos formalizado la lógica, y todos los humanos estamos sometidos a ella. Hay que recordar a los adultos que el deber-ser de los valores éticos se formaliza en lógica como el Ser necesario. Declararse ateo hoy día es lo mismo que confesarse ignorante supino de la lógica. El Juicio Final, el cielo y el infierno, tiene que existir para que los valores triunfen sobre quienes los ignoran, omiten o violan en este mundo. Obrad bien, que Dios es Dios, repetía el apuntador a los actores en El gran teatro del mundo de Calderón.
Las esperables consecuencias del olvido de Dios están a la vista. Un mundo sin Dios por fuerza se vuelve contra el hombre, y lo destroza. Nos quejamos de la inmoralidad, corrupción y cinismo de nuestros políticos. Pero ¿qué les enseñaron de pequeños? Les engañaron diciendo que sólo hay que preocuparse de mejorar constantemente nuestro nivel de vida. Por tanto, aprovechar un cargo para hacerse rico es la ocasión de oro que no cabe dejar pasar. Eso aprendieron de niños nuestros políticos, y ahora no hacen más que poner en práctica la educación que recibieron. El bien común de los ciudadanos está fuera del horizonte de nuestros políticos. Nuestro actual Presidente Sánchez es un buen ejemplo de la abyección moral a que hemos llegado.
Nos quejamos de que nuestros empresarios son desaprensivos y engañan a sus clientes como lo hicieron Enron, Volkswagen o Lehman Brothers. Ponemos el grito en el cielo porque haya explotadores, fondos buitre y paraísos fiscales. Pero se repite el mismo argumento. De niños aprendieron que no hay nada censurable en el avaricioso afán de enriquecerse, pues ésa es la finalidad objetiva de la vida humana.
Nos quejamos de que brutales machos en pandilla violen a mujeres indefensas, que aumente la violencia de género año tras año, que los okupas sean protegidos por la ley, que los atracos y asesinatos queden impunes, etc., etc. Pero se repite el mismo argumento. Los Ayuntamientos pagan los botellones en las fiestas locales, para que los adolescentes se emborrachen y forniquen. Se les dice que no hay limitación alguna en el uso del sexo. Se sancionan por ley las patrañas LGTBI (Cfr. nuestro artículo Patrañas sobre el sexo humano, El Imparcial 25/04/20). Esa es la educación que se da a los jóvenes. Y luego la ponen en práctica. He aquí el contradictorio mundo feliz que hemos logrado. Mucho avance material y mayor atraso moral. Por eso haremos bien en entender la presente plaga del coronavirus como una advertencia que viene de lo alto.
Violencia de género y explotación de los pobres son probablemente los dos slogans que más se repiten en las constantes protestas públicas de nuestra época. Paradójicamente, en las mentes de quienes así gritan parece estar ausente esta obvia verdad: cuanto más lejos está la sociedad de Dios, tanto más aumentan la violencia de género y la explotación de los pobres. Baste esto sobre la primera virtud formal. Dejemos las otras dos para otro artículo.
Notas
Fuente: https://www.elimparcial.es/noticia/217863/opinion/virtudes-formales-i.html
16 de octubre de 2020. ESPAÑA