Valor de ser y coraje de existir


Cuando cerré el libro, leído casi de un tirón durante una noche insomne, quedé perplejo: un tipo de formación teológica había conseguido plantear y además desarrollar la cuestión medular, tanto metafísica como antropológica, en breves páginas de rara hondura y permanencia. En resumen, decía el autor que solamente “el valor de ser” soportaba y procuraba “el coraje de existir”. Desde aquella noche, dediqué horas y horas a los plurales textos de Paul Tillich (1886-1965), autor de El coraje de existir, en una versión castellana discutible de 1968.
¿Por qué razón recupero el texto de un autor tan estricto y alejado de los circuitos al uso como Tillich? Muy sencillo: la fractura entre “el valor de ser y el coraje de existir”, es decir, entre la ontología y la ética, constituye la razón dramática de nuestra sociedad, incapaz de enfrentarse a las adversidades de este comienzo de siglo con la energía y la paciencia, la determinación y la misericordia, entre tantas otras “virtudes humanas” como son necesarias para sobrevivir individual y colectivamente sin ceder a la desesperanza provocada por nuestra inconsistencia ontológica y ética. Precisamente cuando la sociedad abdica de su propia sociabilidad, y se convierte en manada egoísta que se autodestruye (llámenla, por ejemplo, crisis socioeconómica), precisamente ahora carecemos del fundamento radical que justifique y que oriente nuestra capacidad para enfrentarla y buscarle una solución tan viable como eficaz. Diría el maestro Zubiri que sin esencia se hace imposible la existencia, o el mismo Tillich insistiría en que la ausencia de ser conscientes de lo que somos impide existir de forma coherente con los deberes existenciales más elementales para elevar la manada a la categoría de sociedad buena y justa.

Por qué no recuperar una “estructura de principios” que induzca a una “estructura de proyectos”? ¿Por qué hemos desestimado todo intento ontológico relativo al ser en cuanto ser, para entronizar un relativismo cada vez más coyunturalista e inútil? ¿No caemos en la cuenta de que, de seguir así, acabaremos sin el suficiente valor ético para existir con un mínimo de coherencia común, víctimas de la improvisación más empirista? Tenemos pánico al razonamiento filosófico relativo al ser constituyente, y el resultado es una acción infundada que nos vacía la existencia de referentes sintomáticos. Puesto que desconocemos lo que somos, se hace imposible conocer “cómo estar en el mundo”. Y sobreviene el escepticismo que acaba por desembocar en el cinismo. Los mercados, ese concepto que no sabemos cómo enfrentar, son un ejemplo perfecto de una realidad “que está pero que nada es”. Y como carece de una definición racional, pues nos perdemos a la hora de seguirle la pista: damos palos de ciego, sin preguntarnos por la razón última de la trampa mortal en que hemos caído.

Sin filosofía no hay Ilustración y sin Ilustración solamente paseamos por el jardín laberíntico de la fenomenología. Kant lo sabía perfectamente pero acabó por traicionarse a sí mismo. Y algo más tarde Marx hizo de la fenomenología un fascinante materialismo que, tras cautivar las conciencias acabó en postular aquellas manadas egoístas cuya identidad descubrimos demasiado tarde. La derecha, al final, optó por el liberalismo del capital, y la izquierda por una socialdemocracia indefinida. La ausencia de lo esencial (los principios-valores) derivó en la confusión de lo existencial, del universo de las costumbres, de las moralidades. Sin “valor de ser” se hace imposible “el coraje de existir”. La valentía nunca se produce en la nada.

Recuperar el fundamento/os de nuestra sociabilidad es la tarea más urgente si no queremos ser víctimas de las perplejidades actuales. Si no estamos dispuestos a la humillante aceptación del imperio de los impasibles mercados. Necesitamos enfrentar la ausencia de ser de una vez por todas, sin vergüenza alguna intelectual y cultural, para ver de recuperar el coraje de existir en esta sociedad conmocionada por la coyunturalidad y las meras circunstancias. Tillich tenía razón: la fractura entre ontología y ética es la clave del desconcierto y no menos de la injusticia contemporánea.

A superar tal fractura estamos llamados ya. Porque sin poner manos a esta obra, la política y la economía serán inútiles. O peor, desastrosas.
Fuente: http://www.diariodemallorca.es/opinion/2012/04/19/coraje-existir/760033.html

ESPAÑA. 19 de abril de 2012

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