Una mera provocación

Hay quien afirma con buena dosis de razón que pensar filosóficamente consiste en plantear las preguntas adecuadas. El filósofo Heidegger sostenía que efectivamente, en la forma en cómo se construye una pregunta se encuentra el germen de la respuesta.
Si algo caracteriza al pensamiento dominante es la renuncia al preguntar. Tomando como ejemplo a la perspectiva tecnocrática, lo que se encuentra en su lógica interna y expresión exterior, es un hueco edificio de certidumbres sustentadas en extraños supuestos que, a la luz de la evidencia, poco o nada tienen que ver con la realidad.

De manera paradójica hemos permitido que se imponga un modelo de pensamiento único, que nos ha llevado a la parafernalia paranoica de los poderosos de nuestros días, quienes como nunca han llegado a métodos, técnicas y procedimientos de vigilancia, como jamás los hubiesen imaginado autores como Orwell o Foucault.

Enfrentamos una forma de unidimensionalidad, mucho más radical y concreta que la imaginada en su momento por Herbert Marcuse. Es decir, habitamos en un mundo en el que las certezas –las de alcance mayor- se han diluido a tal grado que es precisamente esa disolución la que se proyecta y se vive todo el tiempo a manera de realidad.

Por ello lo que necesitamos es recobrar a la crítica como instrumento privilegiado para la defensa de la libertad. Porque de no hacerlo seguiremos cayendo en la trampa consistente en asumir que la fachada democrática que hoy reviste a la mayoría de los gobiernos occidentales, de verdad es suficiente para garantizar la libertad, la dignidad y el bienestar de toda la población.

A manera de ejercicio intelectual valdría la pena preguntarnos: ¿Y si todo está mal?; ¿Y si la sociedad y el modelo civilizatorio que hemos asumido no es más que una fantasmagórica pesadilla?; ¿Y si lo que creemos o asumimos como democracia no es sino una quimera para disfrazar una oclocracia dirigida por una aglomeración de impotentes e incapaces de dimensionar la complejidad de lo humano?

Ante el generalizado malestar planetario que recorre desde las más pobres y marginadas localidades rurales en todo el mundo, hasta las más cosmopolitas ciudades del planeta, las preguntas hechas cobran una pertinencia que sin duda abruma y que nos convocan a una necesaria “una de distancia” frente a lo que se asume como dado y establecido de manera definitiva.

Sería sensato replantearnos nuestros principios más básicos. Cuestionarnos en serio si lo que hoy tenemos como sociedad, como ideal civilizatorio, es de verdad alcanzable; y todavía más si se trata de una forma de pensar y vivir el mundo deseable; esto es, deberíamos ser capaces de interrogar si de veras queremos ser lo que hoy somos.

Si se separa a los principios que dieron origen a nuestra más reciente modernidad, entendida ésta, a partir de la Revolución Francesa, de las condiciones objetivas de vida en que se encuentra la mayoría de la población mundial, el resultado del análisis no puede ser otro sino un abismo de distancia, que traducido en términos humanos no puede expresarse a manera de síntesis, sino en la categoría de la desilusión.

Hasta ahora la expresión de la inconformidad ha logrado trasladarse a las calles, no sin violencia, y de manera desorganizada y hasta podría decirse sin un sentido mayor de transformación. Frente a esta situación, lo que está haciendo falta es el gran pensamiento, corriendo el riesgo de ser atacado o criticado como “totalizante”, que pueda darnos luz, que pueda ser simplemente abarcante como para permitirnos comenzar a otear en la inmensidad de la confusión en que hoy nos encontramos.

Nos hace falta pues mucho más filosofía de la que los tecnócratas y en general, de la que el pensamiento acrítico, disfrazado de “objetividad”, están dispuestos siquiera a imaginarse.

Ante esta necesidad, es preciso decir que pensar y preguntar filosóficamente no es fácil; porque exige de una profunda conciencia de finitud, de humildad y de vocación de humanidad, lo cual es muy difícil de encontrar tanto en los aparadores del mercado, como en las vitrinas académicas de los frívolos departamentos burocráticos que gobiernan a la mayoría de las universidades del mundo.

La pobreza, la desigualdad, la marginación, la violencia, el desencuentro generacional, el racismo que no termina de irse, la intolerancia en contra del diferente, la incomprensión y el rechazo a la diversidad, son todas categorías que no pueden ser procesadas en los modelos econométricos aplicados tanto en la ciencia económica como en la ciencia política.

Romper con las lógicas de opresión, expropiación y despojo planetario que hoy rigen a las relaciones entre los Estados y entre las personas, exige pugnar por un ejercicio que, parafraseando a Marcel Proust, nos permita ir “en busca del tiempo perdido”, pero también, pensando en el mismo autor, en arribar a un “tiempo recobrado”.

Asumir la postura planteada implica sin embargo, correr bastantes riesgos: desde el extravío personal, hasta la confrontación directa —con lo que ello implica— ante los poderosos. Nos urge pues, un arte que intensifique los aires de rebelión: música, pintura, poesía, danza que nos conmuevan y exciten; y que conste, que todo esto, tiene apenas la estructura de una mera provocación.
Fuente: http://www.cronica.com.mx/notas/2013/766646.html

8 de julio de 2013

3 comentarios Una mera provocación

  1. Alberto N.

    Me ha gustado mucho, y comprendo tu postura. Ahora bien: me inquieta, no se por qué, la afirmación de que haya (de que se deba) preguntar siempre y a propósito de cualquier cosa. Pero, cuando la pregunta se vuelve contra sí, y uno se dice: “¿y a qué tanto preguntar?” creo que se hace clara una cosa: que el imperativo de la duda está tan falto de fundamento como cualquier otro.
    Para Heidegger el preguntar, el buscar por la propia cuenta, eran rasgos de una existencia “auténtica”. Yo creo que esto es un prejuicio, y un prejuicio elitista, del tipo que tanto gusta a los filósofos; a quienes casi siempre aprecio, pero a los que suele ser congénita una pretenciosidad bastante sutil y particular.
    Y conste que yo estoy a favor de casi todo lo que dices; pero no creo que el problema de las personas es que se pregunten o no cosas, o sean o no auténticas.

    En fin, espero que no te haya molestado el comentario; desde luego no era esa su intención. ¡Un saludo!

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  2. José maria rubio

    A primera vista su artículo me a sugerido más, un ejercicio de redacción que un planteamiento filosofico. más. escudriñando en su fondo encuentro que expone de forma interesante cuestiones de suma importancia y calado social y al tiempo de gran actualidad.Permitaseme expresarme en metáfora y usando el simil arquitectónico del que usted mismo se sirve en alguna ocasión.
    Sinceramente, opino que no a lugar a preguntas, criticas o sugerencias ante una evidencia que responde por si misma, a saber: este edificio de occidente al que alude y que no es sino nuestro modelo social a llegado a “fin de obra¨´esta concluso no admite reforma ni remozado, su ultima fase es nueva flamante, mas sus cimientos estan carcomidos, degradados en extremo.Tal vez por esto velan tanto por su seguridad aquellos que se obstinan en mantener siquiera su fachada en pie a costa de puntales y armaduras.

    Es claro que esta ultima generacion, estos “albañiles”venidos en busca de faena se lo an encontrado todo hecho, no hay lugar a su participación…siquiera en los remates.Como ultimo recurso se les pretende acoger no en calidad de constructores sino como moradores, pero lo ultimo que espera el albañil que pide trabajo en la obra es que le oferten vivienda.
    Asi las cosas, estos jovenes en “paro social”an ensayado a modo de simulacro alguna “provocación”digamoslo:el15-M, es normal que estos “indignados” no tengan claro que quieren; carecen de planos…sin embargo si saben” Que no quieren”saben que este edificio no cumple con sus expectativas, que carecen de suelo donde construir el que se adecue a sus
    necesidades.quiza nunca lleguen a poner un ladrillo, tal vez les este asignado otro papel mas importante y decisivo:la demolición y derribo de la
    vieja y caduca torre.Intuyo que estos “de-constructores”estan llamados a preparar el solar donde las generaciones venideras abriran los cimientos de
    un nuevo modelo arquitectonico.Puede que resute grata la distancia generacional a la vez que favorecedora para hacer punto y aparte, lo bueno de comtenplar la vieja mole seria para no imitarla .Disiento en su punto de vista respecto al arte (tan estancado en estos tiempos de innanicion) mas bien pienso que la manifestacion de este nace de la misma revolucion social, como herramienta de esta, más,

    una vez en movimiento la “rueda”se inducen mutuamente confundiendose en su giro.
    Creo que Nietzsche dejo bien claro lo conveniente de la guerra para todo avance de la humanidad. espero y deseo que nuestras jovenes generaciones sean capaces de darle a este concepto un aire renovado donde guerra sea combatir las injusticias para defender la vida
    Un saludo cordial.

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