A propósito de la reedición en español del ensayo de Albert O. Hirschman, Las pasiones y los intereses (Capitán Swing, 2014).
Una crítica desapasionada del capitalismo
Albert O. Hirschman (Berlín [Alemania], 1915 – Ewing [EE.UU.], 2012) es un economista singular y notoriamente heterodoxo, quien a lo largo de su dilatada trayectoria profesional sortea cualquier clase de categorización simplificadora, tanto si atendemos a la filiación de escuela o corriente de pensamiento cuanto a la identificación ideológica o doctrinal en la que pueda ser clasificado. Imparte clases en las universidades de Yale (Reino Unido), la Sorbona y la Escuela de Altos Estudios Comerciales de París (Francia), en Trieste (Italia), Berkeley, Harvard, Stanford y Princeton (EE UU), la mayor parte de las ocasiones en calidad de profesor visitante. No cabe, pues, catalogarlo de «intelectual orgánico» ni de un profesor más de economía. Trabaja además de asesor en materia de política económica en el Banco Mundial y para distintos gobiernos de Latinoamérica, subcontinente donde reside buena parte de su longeva existencia. No consta, con todo, en su currículum, experiencia directa de índole empresarial.
De origen judío, aunque no practicante —según solía puntualizar al respecto el propio Hirschman— se ve forzado a abandonar Alemania y convertirse en un cosmopolita errante a poco de principiar la década de los años 30 del siglo XX. Acaso esta traza errabunda de su vida, que le insta a la constante movilidad geográfica, influye en la pluralidad (para algunos eclecticismo) intelectual que practica, así como en el hecho de no anclarse tampoco a una sola, exclusiva y excluyente, perspectiva intelectual, sin que esto signifique negar originalidad y propiedad a sus trabajos. En éstos, la sociología, la filosofía, la psicología y la economía comparten el protagonismo del discurso narrativo, por lo general expuesto de manera más ensayística que académica. He aquí, en suma, algunas de las principales virtudes de sus libros, en particular del que ahora nos ocupa: Las pasiones y los intereses. Argumentos políticos a favor del capitalismo previos a su triunfo, una crítica al capitalismo en el sentido estricto del término, es decir, análisis ponderado y de amplia mirada, estudio y comentario de un constructo histórico, no exento de juicio y dictamen, pero sí falto de invectiva, ataque, maldición y ánimo propagandístico, rasgos muy habituales, desgraciadamente, en los textos que abordan dicho asunto.
Crítica civilizada del capitalismo, el volumen comienza, justamente, por apuntar el valor civilizatorio que tuvo el modelo social y económico en su etapa naciente. Ello a pesar de que aquel inaugural empeño moral y filosófico que pregonó tras «su triunfo» y expansión, hasta erigirse en prototipo y modelo de vida dominante en el mundo —así fue conceptualizado por los principales teóricos de filosofía política y economía en los siglos XVII y XVIII—, no haya llegado a cumplirse plenamente. En este punto hallamos el objeto principal del ensayo, a saber, indagar históricamente en las raíces y claves comprensivas del razonamiento compendiado por el barón de Montesquieu, según el cual, las pasiones, como base de la conducta humana, hacían malvada —más feroz que feraz— a la gente, mientras que actuando en aras del propio interés la existencia humana se torna más sencilla, estable y provechosa.
Los síndicos de los pañerosRembrandt, Los síndicos de los pañeros (1662)
El interés no gozaba de estimación en la civilización occidental a comienzos de la era cristiana, condicionada primordialmente por la moral proclamada por la Iglesia católica. Para San Agustín, las ansias de dinero y de posesiones componen, junto a la lujuria, la triada de pecados capitales. Asimismo, a lo largo de la Edad Media, primó el paradigma de la moral aristocrática-caballeresca ajustada a los patrones del vasallaje y el tributo, el honor y la gloria en la guerra; una exposición cruda y práctica de las pasiones experimentadas a flor de piel. Tal estándar de conducta contribuía a establecer un modo de vida inseguro, desordenado y violento, al tiempo que alentaba la institución de una sociedad vulnerable y en peligro constante, poco productiva, herida por luchas y batallas sin cuartel.
Llegado un determinado momento, a partir del Renacimiento, el ordenamiento social comienza a concebirse a partir de la perspectiva antropológica, es decir, partiendo del hecho de cómo es el hombre en realidad. La labor llevada a cabo principalmente por Nicolás Maquiavelo en este aspecto fue particularmente relevante e influyente. Posteriormente, Baruch de Spinoza sintetizó a la perfección la idea según la cual un afecto (verbigracia, una pasión) no puede ser reprimido ni suprimido sino debilitado por medio de un afecto contrario, más fuerte y positivo, que el consignado a ser reducido. Se trataba de fomentar, en suma, la inhibición de las emociones intensas y los comportamientos vehementes en beneficio del amor propio y el beneficio personal, la ganancia y el provecho, el lucro y la renta, todo lo cual sólo sería posible mediante el entendimiento entre los individuos y no por medio de enfrentamientos y contiendas permanentes. El caos de las pasiones debía dar paso al cosmos del interés.
El interés se convierte en «pasión compensatoria». Montesquieu habla explícitamente de la «doux du commerce», de la dulzura del comercio entre los hombres que lo practican, garantía y caución contrarias a la cadena de guerras, incautaciones, expropiaciones, requisas y saqueos como forma de obtención de bienes y enseres,y aun de personas. La producción y el intercambio económico suavizan las costumbres de los individuos. El reconocimiento y el respeto de la propiedad privada, baluarte central del capitalismo, representan en este panorama algunas de las claves básicas para la consolidación de la estructura de lo que ha venido a denominarse «sociedad burguesa». El interés hace al hombre un ser predecible y constante, justamente, aquello imposible de hallar en las pasiones, por naturaleza, impulsivas y arrebatadas, súbitas al tiempo que fugaces. El sujeto apasionado lleva una conducta desordenada y voluble; el interesado, anhela el orden y el respeto a la ley. Más que nada por propio interés…
En esta línea argumental opera la obra de Montesquieu, pero también la de James Steuart, los fisiócratas y los mercantilistas, Alexander Hamilton y Benjamin Constant, David Hume, Adam Smith y John Stuart Mill, entre otros pensadores cuyo discurso teórico recorre y examina Hirschman en el volumen. Bernard Mandeville sostenía explícitamente que los vicios privados llegaban a convertirse en virtudes públicas, y que no había mejor modo que favorecer el bien común que perseguir el bien particular.
Ahora bien, según apunta Hirschman en los Apéndices finales del libro, estas teorías fueron agotándose con el paso del tiempo, tal vez (ojo, a la ironía del asunto) por falta de pasión en su defensa. En un cierto momento, surge lo que el autor denomina la «tesis de la destrucción», doctrina que sostiene que el mercado, y el interés individual al que está asociado, corroen, en efecto, las pasiones, pero con ellas, los valores tradicionales que pretendía afianzar: nobleza, convivencia social, concordia y coexistencia. Según arguyen los autores representativos de la mencionada tesis — una crítica no revolucionaria al capitalismo—, y aunque suene también a paradójico (y acaso lo sea), al romper la sociedad civil burguesa los «grilletes feudales» también arruinó las «bendiciones feudales». He aquí una de las causas de las virtudes (y los vicios) del caso de los Estados Unidos de América, al haber instaurado el modelo capitalista sin pasar por el largo periodo feudal.
La novia judíaRembrandt, La novia judía (1666)
Dicho de otro modo, los inconvenientes con que se topaba el capitalismo no fueron tanto por exceso como por defecto, o sea, por un déficit de valores nobles, propios del Antiguo Régimen, lo que hizo de la burguesía una clase social que, por demasiado interesada y utilitarista, resultaba, asimismo, débil, cobarde y servil. Debido a la potencia de los valores más fuertes (pasiones al fin y al cabo), característicos de la nobleza y las oligarquías, los burgueses terminaron por plegarse al dictado de éstas, poniéndose a su servicio. Louis Hartz en el libro The Liberal Tradition in America (1955), lamenta los «muchos males que han caído en Estados Unidos por la ausencia de vestigios y reliquias feudales». La Guerra Civil que enfrentó al Norte y al Sur a mediados del siglo XIX evidenció cruda y sangrantemente dicha contradicción.
Hirschman limita su trabajo a hacer constar distintas versiones relacionadas con el motivo del libro, por sorprendentes que puedan parecer algunas de ellas. Resulta, por lo demás, inevitable que el lector informado eche en falta la presencia y la voz de algunos autores básicos implicados en esta querella intelectual (por mi parte, considero sorprendente que los imprescindibles estudios de Norbert Elias o Georg Simmel al respecto no hayan sido convocados en ella), mientras que otros, en cambio, puedan considerar que están de más. Sucede que la mirada desapasionada del autor de Pasiones e intereses al asunto tiene la ventaja de estar compuesta desde la perspectiva de la moderación y la contención, aunque sea a costa de ofrecer cierta indefinición de posiciones, una consecuencia más de la irresistible «pasión compensatoria» sobre la que teoriza en el libro.
La presente edición incluye una Presentación de Amartya Sen, una Nota a la edición de Andrés de Francisco y un Epílogo de Jeremy Adelman.
Fuente: http://www.nodulo.org/ec/2014/n149p07.htm
1º de agosto de 2014