Un México desfallecido

Resulta bastante lógico que una sociedad que ha adoptado como norma de conducta la que resulta definida y determinada por el neoliberalismo triunfante, es decir, la ley de la jungla, ha de propiciar engendros mediáticos como los que consumimos diariamente, en los que la violencia, el crimen, el todo vale, tienen parte fundamental. Cualquiera estará de acuerdo en que en la actual sociedad occidental, la religión está en quiebra, el antiguo sistema de valores se ha desmoronado y, desde hace tres o cuatro décadas, las manifestaciones destacadas del espíritu en literatura, arte y filosofía han disminuido en número y entidad.
Bajo estas premisas, no debieran extrañar las consecuencias derivadas de ellas. De hecho, el hombre, producto de esta sociedad, se extraña cada vez menos. Sin embargo, nos encontramos en un momento en que muchos todavía no llegamos a asimilar el hecho de que todo lo que nos ocurre responde a unas causas en las que tenemos nuestro grado de responsabilidad.

Los escándalos de crímenes, inseguridad, etc… no han surgido por generación espontánea en un terreno poco propicio. Antes bien, si damos como buena la licitud de la impudicia y el crimen en los programas televisivos, en las videocintas y numerosas publicaciones de venta libre, deberemos, por lo menos, suponer que esta situación habrá de tener alguna consecuencia en los comportamientos. Si amamos tanto la libertad de expresión (o las “deleitosas” imágenes que ésta conlleva), deberemos pagar el precio correspondiente.

Sin embargo, hay que aceptar que sus hombres difícilmente podían dejar de ser influidos por tal ambiente de postración moral. Con la agravante de que esta situación del orbe ha coincidido con un fortísimo afán de modernización y apertura en el mundo, que le ha llevado en gran medida, en la práctica, a la aceptación de las normas y modos de aquél, como pautas rectoras.

El resultado ha sido un “cristianismo con agua”, como llama C. S. Lewis al cristianismo acomodaticio, complaciente, edulcorado, trivial e infantil a veces, poco acorde con la trascendencia cósmica de su fundamento. Y en su vertiente más seria y comprometida, la de la teología de la liberación, su dependencia de autores ateos, como Marx y Sartre, es evidente. Léase si no, la “Historia perdida y recuperada de Jesús de Nazaret”, de Juan Luis Segundo, uno de los más importantes representantes de esta teología. Religión secularizada y socializada, por tanto; carente también de auténtica trascendencia.

No hay por qué negar la subsistencia de una parte más rigurosa y genuina en la Iglesia, pero su influencia social no es determinante (por lo menos todavía), aunque sea la oficialmente promovida. Se escribieron hace ya largas décadas dos obras famosas de anticipación: “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley en los años treinta, y “1984”, de George Orwell en los cuarenta.

Como todas las obras de ese género, ninguna de las dos ha acertado en sus previsiones más que parcialmente. Pero ambas coinciden certeramente en la exposición del triunfo sobre el mundo de un aplanamiento, una depresión moral alienante. El agudo análisis social contenido en la obra de una figura más ilustre, José Ortega y Gasset, hace ya setenta años, no ha sufrido menoscabo.

El proceso de masificación y consiguiente degradación de la sociedad, descrito en “La rebelión de las masas”, es hoy más vigente que cuando se escribió. Así como la necesidad que señala de una élite rectora, portadora de valores espirituales, que sea capaz de sacar a esta sociedad de su apática postración. Elite rectora, no simplemente administrativa, que se empeñe en desligar al arte, al pensamiento y a la religión de sus hondas servidumbres con la vulgaridad del ambiente.

Esta labor de regeneración ha de corresponder, sin duda, a una minoría selecta, que no se conforme, por ejemplo, con que la inflación mensual sólo haya subido un 0.5 por ciento y vayamos cumpliendo las normas económicas de distantes organismos todopoderosos. Minoría selecta, por tanto. No minoría a secas. Porque siempre es una minoría la que gobierna.

Pero una minoría puede estar compuesta de hombres-masa, tecnócratas economicistas o funcionarios, sin más. Simples servidores de la plutocracia dominante, de la cual no se deriva ningún estímulo moral. El análisis y los ideales propuestos por Ortega y Gasset tienen la misma actualidad que antaño. Lo lamentable sería que esta actualidad fuera simplemente especulativa y no práctica.

Que hubiera pasado ya el tiempo en que las soluciones delineadas pudieran ser ejecutadas en la realidad. Por la fatal irreversibilidad del proceso masificador.

¡Feliz navidad! Jóvenes, volver a pensar.
Fuente: http://www.oem.com.mx/elsoldedurango/

EL SOL DE DURANGO.

MEXICO. 19 de diciembre de 2009

1 comentario Un México desfallecido

  1. Isabel

    Hola, La verdad yo creo que si se han estado peridiendo los valorez y no solo eso si no que tambien la moral, y cuando digo moral no me rreferio a la moral que solo los cristianos creen si no la moral la logica, porque yo he conocido a gente que actua con moral con logica sin ser religiosa.Pero siguinedo con el tema parece ser que estamos en crisis porque nos estamos volvindo mas capitalistas, y en una sociedad capitalista pues la verdadno importan mucho los valores o la moral, y haveces hasta parece ser que en un futuro vamos a llegar a ser una sociedad como la del libro 1984, en donde el ser humano es como un robot sin emocion, sin sentimientos y sin cuestionar nada. Pero en mi opinion creo que el capitalismo parece gustarle a todo mundo por eso todo mundo le da la vienvenidad, porque satisafece al individuo, ya que yo viviendo en un pais mas o menos capitalista lo observo muy seguido. Y si es algo que como individuos nos tenemos que cuestionar que tipo de vida queremos, materialosmo o algo que le de mas sentido a nuestra vida?

    Saludos!! y Feliz Navidad!!!!

    Reply

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *