Por Albert Portillo
Se trata de un libro sin lugar a dudas valiente por el objetivo que se plantea el autor: confrontar abierta y públicamente el establishment académico e intelectual sionista. En esta tarea, hay que reconocer la importancia de la obra de Traverso, sobre todo teniendo en cuenta su posición como profesor en una universidad estadounidense —Cornell (Nueva York)— y su apoyo a las movilizaciones estudiantiles antisionistas.
Sin embargo, sea por los intelectuales a quien dirige su crítica —frontalmente hostiles a cualquier acto de empatía con el pueblo palestino—, por el contexto mediático e institucional estadounidense —férreamente vinculado al Estado de Israel—, o, por un insuficiente desarrollo coherente de sus objetivos —combatir el sionismo y la justificación intelectual del genocidio—, cabe señalar algunos matices más que importantes para clarificar adecuadamente las ideas y abrazar plenamente una posición antiimperialista netamente comprometida con el pueblo palestino. Por ello, en esta reseña señalaré los puntos más audaces del libro de Traverso y, a la vez, expondré aquellos argumentos abiertos a la discusión.
Heidegger en Tel-Aviv
Sin lugar a dudas el combate con los aspectos intelectuales del sionismo, como ideología ultranacionalista, es uno de los aspectos más logrados del libro. De ahí un ataque sistemático a las raíces filosóficas del sionismo —particularmente al existencialismo— que en su derivación política sirve fundamentalmente para instrumentalizar el victimismo para justificar un chovinismo reaccionario histriónico:
“Tengo la impresión de que hoy la gran mayoría de nuestros columnistas y comentaristas se han vuelto «heideggerianos», inclinados a confundir a los agresores con las víctimas, con la diferencia de que los agresores de hoy ya no son los vencidos sino los vencedores.”[i]
El sionismo creció en el contexto ideológico de la Alemania dictatorial agresivamente imperialista de finales del siglo XIX
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Martin Heidegger, el filósofo del nazismo, después de la Segunda Guerra Mundial desarrolló nuevos argumentos para la supervivencia de la extrema derecha académica: uno de ellos consistía en presentar a Alemania como una víctima de los Aliados. Los seguidores de Heidegger mantendrían esta línea argumental tendente a presentar el nazismo como un aliado incómodo para las potencias occidentales pero necesario contra el comunismo y la Unión Soviética. En el debate historiográfico alemán, el Historikerstreit, semejante revisionismo sería protagonizado por Ernst Nolte quién describiría los peores crímenes nazis —los campos de concentración y exterminio— como meramente reactivos.
La comparación de Traverso, en este sentido, es más que acertada pues el sionismo creció en el contexto ideológico de la Alemania dictatorial agresivamente imperialista de finales del siglo XIX: con Bismarck por jefe y Nietzsche como ideólogo de los peores instintos aristocráticos, el nacionalismo völkisch alemán constituía un vivo ejemplo.
Las derivas antihumanistas y exterministas se encontraban en este vivero ideológico —como observó agudamente el filósofo marxista György Lukács en El asalto a la razón. La trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler (Grijalbo, 1959 [1954]). El nazismo sólo constituía una opción del abanico de nacionalismos de extrema derecha presentes en la Alemania de los años veinte y treinta, pero una de las más agresivas y virulentas.
Las referencias trascendentales con la tierra, la sangre y la nación, se encuentran formuladas, de hecho, y no casualmente, en Der Judenstaat (1896) de Theodor Herzl donde se postulaba un Estado judío como: “puesto avanzado de Europa frente a Asia, la vanguardia de la civilización contra la barbarie”. El Acuerdo de Haavara fue el resultado de semejantes postulados, en él el régimen nazi, un banco británico y la federación sionista alemana acordaban en 1933 el traslado de los judíos alemanes a Palestina.
De ahí que Traverso acierte a presentar las semejanzas de un proceso histórico que en el caso de Israel ha dado lugar a un renovado exterminismo como razón de Estado, como declaró Netanyahu el 28 de octubre del año pasado con su referencia bíblica sacada de un pasaje que animaba al combate en esto términos: “Ahora ve y derrota a Amalec. Conságralo al exterminio con todo lo que posee y no lo perdones, mata a hombres y mujeres, niños y pequeños, vacas y ovejas, camellos y asnos.”
La justificación intelectual del exterminismo toma ahora la islamofobia como pretexto, si en los años treinta se trataba del judeo-bolchevismo ahora se trata del islamo-izquierdismo. Por esta vía se enlaza con la negación de la condición humana a cualquier hombre, mujer o niña palestina, tal como hizo Yoav Gallant, ministro de defensa, al referirse a ellos como “animales humanos”. El ejército israelí juega un papel de primer orden en este aspecto, como hacía Rafael Eitan —jefe del Estado Mayor del ejército— al decir en 1983 que los palestinos eran “cucarachas drogadas dentro de una botella”.
El hecho de que Israel cuente con un arsenal de bombas atómicas es una constatación física del exterminismo como razón de Estado
En 2018 el poder legislativo, la Knesset, votó que Israel sea un “Estado-nación judío”. Es decir, la negación de cualquier posibilidad de existencia del pueblo palestino es una resolución oficial. Por ello, como observa Traverso: “no es la existencia de Israel, sino la supervivencia del pueblo palestino”[ii]. Un planteamiento de Estado formulado ya por el imperio británico cuando apoyó el sionismo en 1917 con el objetivo de crear “un pequeño Ulster leal” —en palabras de Ronald Storrs, alto funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores y Coloniales Británico. Y así, como en el Ulster irlandés, embarrar la situación con un conflicto artificial religioso, allá entre católicos y protestantes, en Palestina entre judíos y musulmanes, para justificar el dominio imperial. Pero como dice Noureddin Said, uno de los fundadores de Sant Cugat amb Palestina: “el problema palestino es un problema nacional, no es un problema de religión.”
El hecho de que Israel cuente con un arsenal de bombas atómicas, gracias a las potencias occidentales —Francia, Inglaterra y Estados Unidos—, y que el establishment político y militar sionista se muestre dispuesto a utilizarlo contra el pueblo palestino, incluso en su doctrina estratégica nuclear —el periodista Seymour Hersh lo ilustró en su investigación Samson Option: Israel’s Nuclear Arsenal & American Foreign Policy (Random House, 1991)—, es una constatación física del exterminismo como razón de Estado. “Israel ha lanzado casi 100.000 toneladas de bombas sobre Gaza, lo que equivale a cinco bombas atómicas, como las lanzadas en Hiroshima y Nagasaki” —añade Noureddin. La realidad del genocidio, pues, ha superado la propia doctrina nuclear sionista.
Dialéctica de la resistencia
Sin embargo, pese a los méritos del libro de Enzo Traverso, cabe destacar algunas afirmaciones que por lo menos son discutibles. Una de ellas es la de describir Occidente como “una fortaleza sitiada”[iii] a la defensiva, cuando la realidad —como ha señalado en más de una ocasión Rafael Poch, por citar un ejemplo— es más bien que Occidente, pese a toda la cháchara victimista de la extrema derecha, es un poder imperial muy activo y agresivo, bien visible en las bases militares de los Estados Unidos y sus aliados, que rodean a países como China o Rusia. En este aspecto, Israel es la punta de lanza de los Estados Unidos en el Próximo Oriente. Por ello no es sorprendente que el gasto militar israelí sea el más elevado, tanto en relación al PIB como a los presupuestos anuales, de todos los países miembros de la OECD, como ha denunciado la Fundación Rosa Luxemburgo.
Otro segundo aspecto que cabe discutir con Traverso es la criminalización concreta de la resistencia armada palestina frente al apoyo teórico y abstracto que ofrece en el libro. En lo concreto, cuando se abordan los hechos del 7 de octubre aparece la misma retórica común en los medios occidentales que apoyan a Israel y en consecuencia los mismos comentarios: “debe ser castigado”, “mucho más mortífero que la masacre de Der Yassin”, Hamás es peor que el Irgun en 1948…etc[iv]. Preguntando a Dana Nidal, miembro de la Red de Solidaridad con los Presos Palestinos (Samidoun) y del Movimiento Ruta Revolucionaria Alternativa Palestina (Masar Badil), encuentra problemática esta posición que denunciando la resistencia armada termina adhiriéndose al discurso antiterrorista: “cuando se lucha contra el ejército israelí se lucha por sobrevivir”. Además, en relación a los hechos del 7 de octubre, Nidal señala la responsabilidad del ejército israelí, cuya llamada Doctrina Aníbal estipula que es preferible causar la muerte de civiles y soldados israelís a que caigan prisioneros —cosa que diarios israelís como Haaretz o Ynet han acusado al ejército en los hechos de octubre. “No se trata de ver a los palestinos como pobres víctimas, sino de apoyarles en una lucha completamente justa, ya que hasta la ONU, en la resolución A/RES/37/43 de 1982, reconoce el derecho a la resistencia armada para un pueblo bajo ocupación”, señala Nidal.
Por último, frente al argumento de Traverso sobre el tránsito de las extremas derechas europeas del antisemitismo de los años 30 hasta el apoyo al sionismo se podría preguntar si en realidad no se trata de que el antisemitismo sigue plenamente vigente pero en el mismo sionismo. Ya que como recalca Noureddin: “los palestinos también son un pueblo semita”. El vívido retrato de los pogromos hecho por Trotsky, como una “política infernal”, que emborrachaba de sangre los esbirros de los Romanov reaparece en Gaza de la mano de los sionistas[v].
A modo de conclusión, pues, el libro es de inestimable ayuda, aunque en algunos aspectos importantes puede sembrar confusión en las izquierdas europeas. Pienso, en concreto, en cómo Traverso sitúa Occidente en el mundo o en su equívoca definición del fascismo como una suerte de “revolución”.
En definitiva, las tendencias generales son bien planteadas pero el llamado a la movilización queda francamente deslucido por la incapacidad de analizar correctamente la orientación general imperialista de Occidente que Israel ejecuta sin piedad alguna. En este aspecto, hay aportaciones militantes mejores, como la de Haidar Eid[vi] o la de Joseph Daher[vii], análisis más sistemáticos, como el de José Abu Tarbush e Isaías Barreñada[viii], y clásicos más orientadores, como La cuestión palestina de Edward W. Said.
Albert Portillo es Historiador, miembro de Debats pel Demà y militante de la CUP. Coeditor del libro Joaquim Maurín: Les forces motrius de la revolució (Tigre de Paper, 2023).
[i] Traverso, Enzo: Gaza ante la historia, Madrid, Akal, 2024, p. 14.
[ii] Ibid., p. 100.
[iii] Ibid., p. 27.
[iv] Ibid., p. 72.
[v] Trotsky, León: “Los sicarios de su majestad” en 1905: Resultados y perspectivas, Madrid, Fundación Federico Engels, 2005 [1906], pp. 137-143.
[vi] Descolonizando la mente palestina, Barcelona, Verso, 2024.
[vii] La cuestión palestina y el marxismo, Barcelona, Sylone, 2024.
[viii] Palestina. De los acuerdos de Oslo al apartheid, Madrid, La Catarata, 2023. De los mismos autores: Gaza, crónica de una Nakba anunciada, Madrid, La Catarata, 2024.
Fuente: https://www.diario.red/articulo/cultura/resena-gaza-historia-enzo-traverso/20241203085401039391.html
4 de diciembre de 2024