Ocurre en los capítulos ya avanzados de la segunda parte de El Quijote. A Sancho le van a nombrar gobernador de la isla. Ante tamaña responsabilidad de su escudero, el ingenioso hidalgo, Don Quijote, se siente obligado a preguntarle: “Sancho, hermano, antes de asumir tan honroso cargo, dime Sancho, ¿qué es la lengua?”.
Martín Heidegger, una de las mentes filosóficas más poderosas del siglo XX, propone una respuesta inquietante. Si a nosotros nos preguntaran por nuestra casa, por el lugar donde vivimos, sinduda, daríamos nuestra dirección, las coordenadas específicas de nuestra calle y carrera, pero Heidegger es más radical, “el lenguaje es nuestra morada, es la casa del hombre. El lenguaje es la morada donde vivimos”. En nuestra lengua, en nuestro lenguaje.
Wittgenstein, el creador de lo que en filosofía se llama el giro lingüístico, va todavía más a las raíces de lo que en filosofía se denomina giro lingüístico: el lenguaje no solo es nuestra casa sino también nuestra cárcel. (De una casa se entra y se sale libremente, pero en nuestra cárcel se entra y ya no se sale con tanta libertad). Wittgenstein nos quiere decir que el hombre, constitutivamente, vive atrapado en el lenguaje. Toda la vida del hombre va a consistir en un incesante forcejeo por superar y romper todos los muros y enrejados, constantemente de su prisión, por traspasar los límites de nuestra lengua, como moscas tercas, como murciélagos obsesivos. El mundo –la realidad existencial– empieza y termina donde termina el universo existencial del hombre. Donde termina y empieza el universo del lenguaje.
Fuente: http://www.elheraldo.co/opinion/columnistas/tras-el-lenguaje-54702
27 de enero de 2012