Octavio Paz, en la entrada a su libro El laberinto de la soledad, sintetiza el pensamiento de Antonio Machado:
“Lo otro no existe; tal es la fe racional, la incurable creencia de la razón humana. Identidad = realidad, como sí, a fin de cuentas, todo hubiera de ser, absoluta y necesariamente, uno y lo mismo. Pero lo otro no se deja eliminar; subsiste, persiste; es el hueso duro de roer en el que la razón se deja los dientes. Abel Martín, con fe poética, no menos humana que la fe racional, creía en lo otro: en ‘La esencial Heterogeneidad del ser’, como si dijéramos en la incurable otredad que padece lo uno”.
En Alba o crepúsculo, se pregunta Octavio Paz: ¿Seremos capaces de convivir en democracia abierta con todos sus riesgos y limitaciones? Y contesta: El pluralismo es relativismo, y el relativismo es tolerancia. En las democracias modernas no hay verdades absolutas, ni partidos depositarios de esas verdades. Las absolutas pertenecen a la vida privada: son del dominio de las creencias religiosas o de las convicciones filosóficas. En las sociedades abiertas las derrotas son provisionales y las victorias relativas.
En nuestro país, esta transmisión resulta difícil, debido a nuestras desigualdades económicas, educativas y sociales, amén de las geográficas y las sicopatológicas. Estas últimas, definidas por nuestras grandes pérdidas, provocaron neurosis traumáticas colectivas que se agravan cada año acompañadas por ciclones, temblores, huracanes, y, como novedad, el desplome del Metro, etcétera, que dejan desolación y muerte en los más lastimados. Patología que lleva una y otra vez a idealizar un país grandioso, máscara de nuestras carencias, expresadas y simbolizadas en poblaciones de marginados a punto de hambruna. Las consecuencias mentales: graves detenciones del desarrollo sicológico por secuelas de neurosis traumáticas, que arrastramos desde la cruel Conquista, la pérdida del territorio, vidas en la Revolución, hoy día, ¿el petróleo?, hijos, bienes personales o familiares que da una sintomatología especial: Todo o nada, que dice Octavio Paz.
Vida desordenada que se da entre chistes y transas, deudas y cachondeos, manías y depresiones, en las áreas del acontecer social, familiar, sexual, social, laboral o institucional que repercuten: en lo económico, poblacional, epidemiológico o político. Neurosis traumática, expresada en el todo o nada, narcisismo individual y colectivo, anterior a la teórica expresión del voto, donde se repiten componentes traumáticos. Sólo una educación adecuada, masiva, gradual, llevará a la elaboración de los múltiples duelos que sin elaborar paseamos como panteones ambulantes: decenas de planes de desarrollo (estudios), uno nuevo o más por cada gobierno, expresión de pérdidas de nuestra sicología traumatizada, sin constancia de objetos (clave del desarrollo sicológico), armonioso, incompatible con la democracia vivida como un ideal, fuera de la realidad.
Esto no quiere decir que no se deba luchar por la democracia, sino lo contrario. La lucha empezaría por ubicar los problemas como hace Paz, darles solución, desidealizándolos, forma de exorcizar demonios. La idealización opuesta a una verdadera relación encubre persecuciones expresadas –creo–, es el afecto más significativo hoy día: la desconfianza, cuyo origen está en las mil formas de abandono.
Octavio Paz, genial, claro, centra la pregunta del momento. ¿Podemos abdicar del todo o nada?
Notas
Fuente: https://www.jornada.com.mx/2021/06/25/opinion/a05a1cul
25 de junio de 2021. MÉXICO