Sobre la fidelidad

Se es fiel o infiel, acaso primordialmente, con uno mismo


No sólo es verdad que no hay doctrina, por extraña que sea, que no haya sido defendida por alguien, sino que también lo es que apenas existe cuestión, por trivial que pueda resultar, que no haya sido magnificada por alguno. Los hay aficionados a las palabras grandilocuentes y a los galimatías que quieren hacer pasar por profundidad, y no faltan, por supuesto, quienes, además, lo creen. En lo que a mí respecta, es probable que mis escasas aptitudes no me den acceso a eso que Hume denominaba filosofía abstracta y rigurosa, y sí únicamente a la que el se refería como sencilla y humana; pero si es probable que de eso sea responsable mi menguada capacidad, es seguro que lo son mi inclinación y mi gusto. Hablo ahora como lector, naturalmente (como autor, de sobra sé que no ya a la rigurosa, sino que ni a la sencilla alcanzo: lo que hago no es más que poner por escrito un puñado de ocurrencias a propósito de algunas cuestiones que me llaman la atención). Y si Hume pudiera conocer mi opinión, y tuviese algún interés en oírla, no dudaría en asegurarle que desde luego que estimo más a La Bruyère que a muchos de esos rigurosos volúmenes de filosofía abstracta. Antes prefiero un rato de sosegada «conversación» con Montaigne o Plutarco que devanarme los sesos con quienes me llevan por vericuetos metafísicos que a ningún lugar me conducen, o escuchar a Proust, en vez de esforzarme en desentrañar profundidades donde (estoy seguro) no hay más que palabrería. No negaré, sin embargo, que he frecuentado a una gran mayoría de esos filósofos supuestamente «profundos». En parte, porque no he tenido otro remedio; en parte, también, porque he considerado que era mi obligación; y en parte, finalmente, porque cuando uno es joven tiene el convencimiento de que hay que leerlo todo, unido a un pudor desmedido al que no le arrancarían ni bajo tortura la confesión de que alguno de esos magnos nombres de la literatura o la filosofía no provocan en él más que un mortal aburrimiento. Sucede, además, que cuando se es un simple mozalbete uno cree tener por delante un tiempo indefinido en el que le será posible leer por orden alfabético el fondo bibliográfico entero de la Biblioteca Nacional. Mas luego, llegado a una cierta edad, se advierte no sólo lo limitado del tiempo, sino también su vertiginoso transcurrir, motivo por el cual la selección de nuestras lecturas no es ni mero capricho ni prueba de ignorancia o desinterés, sino genuina y auténtica necesidad. Quien diga conocer todo, no ya en general (pocos llegan a tal grado de estupidez), sino de una disciplina concreta (y los hay), mienten, porque sencillamente no han podido leer ni la mitad de lo que dicen haber leído. Y, además, ¿qué importancia tiene? Ni el doble de lecturas que se puedan hacer a lo largo de una vida por dilatada que sea, haría que fuésemos menos ignorantes de lo que somos. De manera que yo, llegado al punto de la mía en el que estoy, cuando no aspiro a altas distinciones académicas y cuando me preocupa menos impresionar que vivir contento, busco en las mías no sólo enseñanza y estímulo que ponga en marcha mi propio discurrir, sino también entretenimiento (que no siempre se obtiene en lo fácil, antes bien, sucede, no pocas veces al contrario. De igual modo que el placer que procura problema de ajedrez es directamente proporcional a su grado de dificultad). Y cuando llego a la tercera página de un libro y aún no he hallado en él ni lo uno ni lo otro, no dudo en cerrarlo, sin el menor remordimiento ni pesar, y colocarlo donde estaba (por el momento no he llegado a la fase incendiaria). Pero palabrerías vanas sobre cuestiones que ni me interesan ni me preocupan, vastas construcciones sistemáticas en las que se pretende explicar el Todo, y que nada explican en verdad, porque a cada sistema se enfrenta otro, sin que ninguno de los dos convenza plenamente ni sirva de mucho, están para mí, desde hace algún tiempo, de más.

Así que, por poner un ejemplo, a mí nunca se me podría hacer ocurrido decir que la fidelidad es, como afirma Royce, voluntaria, práctica y completa devoción de una persona a una causa, porque, según y cómo, eso podría ser que no fuese más que puro y simple fanatismo; y, además, porque la adhesión a una causa nunca es, o debería ser tan completa que impida la adhesión a otras. Y que, así entendida, considere Royce la fidelidad (o lealtad: no hay inconveniente entender ambos términos como sinónimos) el fundamento último y el criterio de la vida moral, porque, a fin de cuentas, todas las virtudes no son sino formas especiales de fidelidad a la fidelidad, es algo que se me escapa y me desborda. Ni jamás se me hubiese ocurrido tampoco que la fidelidad fuera una de las formas de realización de la historicidad de la existencia, como dice Jaspers, dado que mediante ella la conciencia se pone un fundamento así misma, en una identificación de la existencia consigo misma. O que, como quiere, Marcel, la fidelidad sea uno de los fundamentos ontológicos de la existencia, porque ésta, para evitar la destrucción de sí misma, a la que se vería conducida por la infidelidad y la muerte, necesita vivir en el reconocimiento de lo permanente y duradero. O que la fidelidad, como asegura Nédoncelle, tenga no sólo un sentido psicológico o moral, sino también metafísico.

No. La verdad es que, en mil años que viviera, es imposible que yo hubiera venido a dar en tan profundas cogitaciones. Es más: no tengo el menor reparo en confesar que ni siquiera las entiendo. (Confío en que la Administración que me paga por mi ocupación, supuestamente, como profesor de filosofía, no llegue a enterarse de esto, o al menos que nolo haga hasta después de haberme beneficiado con una digna jubilación.) Y en vano podrían esperar de mí tan insignes pensadores que yo me decidiera a seguirles, ni siquiera un par de metros, por un camino así de arduo, confiando en los maravillosos tesoros que me aguardan al final del mismo. El día en que en lugar de dedicarme a acumular libros me decida a quemarlos, tengo ya pensados algunos excelentes candidatos. Durante largos años me rompí la cabeza y perdí el tiempo convencido de que tras las punzantes espinas de los galimatías de algunos se escondían perlas, y que era obligación mía exigir a mi torpe entendimiento que diera con ellas, mas acabe por convencerme en que o bien el mío no da para más o bien los galimatías no son más que galimatías que nada esconden como no sea alguna que otra simpleza, por lo demás del todo discutible, como que vivir en el reconocimiento de lo permanente y duradero sea vivir en el reconocimiento de Dios, porque, ¿qué otra cosa puede haber en este mundo permanente y duradero cuando ni siquiera lo es el mundo mismo? Así que, torpeza mía o palabrería ajena, tanto da: yo me voy a otra parte, firmemente persuadido de que quien tiene algo que decir y sabe lo que quiere decir y lo entiende, puede decirlo con una cierta claridad. Y si no, allá se las compongan él y sus acólitos. Mi lugar se encuentra en otro sitio.

Pero no. Definitivamente yo jamás podré llegar a tan abismales profundidades filosóficas. Y prueba de ello es que, volviendo al asunto de la fidelidad, y por más que lo pienso, nada se me ocurre decir sino que la fidelidad o la lealtad es, esencialmente, virtud que se tiene, o no se tiene, de modo primordial con uno mismo. Y, por idéntico motivo, sólo con uno mismo se es, en el fondo, infiel o desleal.

Me parece a mí que la fidelidad o lealtad consiste en la adhesión, que excluye y es la antítesis de la traición y el engaño malintencionado (que no todos lo son, pues si bien todo engaño es intencionado no todos nacen de una mala intención); traición y engaño malintencionado que son, precisamente, los ejes por los que discurren la infidelidad y la deslealtad. Fidelidad es, pues, adhesión a personas o instituciones, a ideas, doctrinas o creencias. En algunos casos posee un carácter exclusivo, mas no así en otros. Es obvio que no se puede ser fiel a dos instituciones o a dos doctrinas enfrentadas, salvo que medie engaño a una de ellas (aunque en un cierto sentido eso podría significar que, en el fondo, se engaña a las dos), es decir, salvo que se sea desleal con una. Pero eso no implica que, siempre que no se dé tal enfrentamiento y contradicción, no se pueda ser fiel a dos instituciones o a dos doctrinas, creencias o ideas diferentes. Aunque también es cierto que los hay que son enteramente fieles a una idea porque no tienen más que ésa.

Y tales manifestaciones de fidelidad o lealtad incluyen, asimismo, bien que de forma indirecta, a las personas que forman parte de la misma institución o comporten la misma creencia. Pero el caso de las personas, no ya como correligionarios, sino como individuos, presenta otras peculiaridades.

Dos son, por excelencia, las situaciones o relaciones en las que un individuo espera (y exige) fidelidad de otro: la amistad y el amor.

En la primera de ellas, es evidente que lealtad no implica exclusividad alguna. Ser fiel a los amigos no significa que no puedan tenerse varios. E incluso cabe ser leal aun en el supuesto de que ellos mismos se hallen enfrentados por instituciones o creencias que exigen de ellos una fidelidad exclusiva, o meramente por antipatía personal. No así, en el caso de la segunda, puesto que si bien el amante espera (y exige) la misma fidelidad que el amigo, manifestada en actitudes tales cono apoyo, solidaridad, ausencia de engaño, adhesión, &c.; y en absoluto le importa compartir con el amigo esa fidelidad que le muestra el amado (nadie pretende que su pareja sea sólo sincera con él, engañando a todos los demás), exige, sin embargo, de éste una fidelidad y lealtad con carácter exclusivo: la relacionada, evidentemente, con el sexo (es claro que no se pueden tener dos amantes y ser fieles a los dos. Es más: ahora sí que es una verdad rotunda que se es infiel a ambos). Es cierto que en el seno de una relación amorosa pueden darse infidelidades más graves, y hasta me atrevería a decir que más culpables, que la infidelidad sexual, pero ésta es la considerada infidelidad por excelencia, y la que con más frecuencia no se suele perdonar. La explicación yo creo que es clara. Su razón de ser se encuentra en el propio proceso evolutivo y de selección natural: se trata de acaparar y poseer con carácter exclusivo la capacidad reproductiva del otro, de tal manera que sean mis genes, y no los del vecino, los que pasen a la generación siguiente, y de tal manera que la otra persona, encontrándose en el mismo caso, se muestre interesada en cooperar en la cría de la descendencia.

Pero (y aquí deseaba venir a parar) en todas estas circunstancias: amigos, amantes, instituciones o creencias, ¿qué significa ser fiel más que ser leal con un mismo, esto es, con lo que son sus ideas o sus afectos? De ahí que cuando tal fidelidad desaparece, es preciso tener mucho cuidado y no calificar, sin más, la nueva situación de infidelidad o traición.

Cuando la transmutación de nuestras propias convicciones nos induce a abandonar instituciones, creencias o amistades antaño queridas, no existe traición ni deslealtad alguna. Y lo mismo cuando un nuevo amor viene a dar muerte al antiguo (que muerto tenía que estar ya para que se haya producido tal hecho). En ninguno de tales casos se da infidelidad o deslealtad de ningún tipo; al contrario, el abandono mismo es prueba de fidelidad y lealtad a instituciones o personas: otra cosa no sería fidelidad, sino, justamente, engaño. Todavía más: el abandono no sólo no conlleva deslealtad con los otros, sino rotunda fidelidad a uno mismo.

Sólo cuando el abandono del que hablamos tiene lugar por otros motivos, con harta frecuencia vergonzosos (los ejemplos podrían multiplicarse), y que, en cualquier caso, nada tienen que ver con los propios cambios que hayan podido producirse en nosotros mismos, sólo entonces cabe hablar de traición. Pero dado que en ese supuesto nuestro propio yo permanece invariable en lo que eran sus creencias y sus afectos anteriores, siendo así que el nuevo rumbo que hemos optado por emprender tiene mucho que ver con intereses las más de las veces inconfesables y rastreros, no somos infieles y traidores únicamente con los demás, sino también, y principalmente, con nosotros mismos.

He comenzado por repudiar la palabrería y el oscurantismo metafísicos. Y llegados a este punto es posible que a alguien se le ocurra objetar que para las simplezas que, a mi vez, acabo de decir, no merecía la pena haber escrito ni la primera línea de este pequeño engendro. Y tiene razón. Mas, al menos, no se me podrá acusar de engañor: he comenzado por admitir que mi metafísica no da para mucho, y por reconocer que por mas vueltas que le dé, acerca del asunto que nos ocupa no se me ocurre decir otra cosa que lo que he dicho: que la fidelidad es virtud que se tiene, o no se tiene, básicamente, con uno mismo. Y dígase otro tanto de la infidelidad: es maldad, desde luego, pero que afecta no sólo a los demás, sino también a nosotros mismos, lo que seguramente es más grave, y, desde luego, más estúpido.
Fuente:http://www.nodulo.org/ec/2011/n109p03.htm

El Catoblepas • número 109 • marzo 2011 • página 3

SPAIN. 6 de abril de 2011

2 comentarios Sobre la fidelidad

  1. Paxe Núñez

    Sobre la fidelidad
    El texto Sobre la fidelidad de Alfonso Fernández Tresguerres, hace un recuento de algunos autores que trataron de definir lo que era la fidelidad. A continuación se presentan dichos autores y su definición sobre fidelidad:
    1. Josiah Royce: La fidelidad es voluntaria, práctica y completa devoción de una persona a una causa.
    2. Karl Jaspers: La fidelidad es una de las formas de realización de la historicidad de la existencia.
    3. Gabriel Marcel: La fidelidad es uno de los fundamentos ontológicos de la existencia, porque, está para evitar la destrucción de sí misma, a la que se vería conducida por la infidelidad y la muerte, necesita vivir en el reconocimiento de lo permanente y duradero.
    4. Maurice Nedoncelle: La fidelidad no solo tiene un sentido psocológico o moral, sino también metafísico.
    El autor dice que la fidelidad es virtud que se tiene o no se tiene, de modo primordial con uno mismo, solo con uno mismo se es infiel o desleal. Todos los engaños son intencionados pero no todos nacen de una mala intención.
    Al principio yo no podía concebir que se pudiera ser leal o fiel a dos cosas, por ejemplo, no se puede ser fiel a dos religiones o creencias o políticas. Sin embargo en el caso de la amistad, se puede ser fiel a dos o más amigos, y el ser fiel a un amigo no implica que no se pueda tener otros amigos.
    Así que considero que la fidelidad a dos o más cosas se puede dar, pero no en todos los casos. En cuanto a la fidelidad en la pareja no concuerdo con el autor, él dice que no se tolera una infidelidad sexual debido a que por selección natural uno busca que sus genes trasciendan y “no los del vecino”. Creo que en el caso de la pareja la necesidad de fidelidad se remite a la importancia de uno mismo, es decir, uno resulta importante para el otro porque le hace tener un sentimiento de amor para con la pareja, luego, si la persona engaña a su pareja significa que esta no fue capaz de promover en ella un sentimiento digno de respeto y fidelidad.
    Al menos considero que lo que más pesa en una infidelidad de pareja es la valía que ésta le atribuye a la persona engañada, ya que la está viendo como un objeto que posee, y que cuando ya no le satisface puede cambiarlo por otro. Somos personas, y como personas no podemos faltarnos al respeto, creo que no es obligación de alguien estar con una persona a la que tal vez quiso pero ya no la quiere más, entonces lo mejor es dialogar y manifestar que ya no se está de acuerdo con la relación, bajo ninguna circunstancia el engaño es viable.
    Independientemente de la moral que se tenga o de la religión que se profese, nada nos da derecho a pasar por alto la presencia de una persona, un ser humano que por el hecho de serlo no merece un engaño, es mejor dialogar y ser fiel con uno mismo.

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  2. Ladi López

    Muy buena la explicación que has dado sobre la fidelidad y toda la cosa, pero en una cosa si no estoy de acuerdo y es en que de todos los humanos no es eso del instinto de supervivencia, que porque queremos nuestros genes se multipliquen, pues si fuera cierto que eso fuera un instinto no existiría en algunas culturas la poligamia y existe porque a las personas no les dan celos compartir a su pareja sentimental.
    Solo quería opinar sobre eso 😀

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