Sobre la banalidad del mal


Es Catedrático de Arte
HACE poco se estrenó en Madrid con éxito de crítica y público, pese a la abundancia de diálogos y a su carácter intelectual, la película alemana Hannah Arendt, un episodio de la vida de una célebre filósofa judeoalemana vinculada a Heidegger –filósofo a quién desacreditó su colaboración con los nazis–, que conoció el nazismo antes de emigrar a EEUU tras huir de un campo francés de internamiento. La directora, M. Von Trotta, se centra aquí en el juicio contra Eichmann, funcionario nazi que los israelíes localizan y raptan en Argentina. Arendt abandona sus tareas académicas para ser testigo del acontecimiento a partir del cual elabora sus ideas sobre la “banalidad del mal” desde los criterios de que Eichman no era un monstruo sino un oscuro funcionario que sólo cumplía órdenes, de que el antisemitismo estaba extendido por toda Europa, y de que a los judíos mismos correspondía responsabilidad colaboradora, lo que la indispuso con amigos y medios israelíes.
Aunque el interés del episodio suele centrarse en la tesis sobre la banalidad del mal, la directora parece orientarlo hacia un aspecto a mi juicio más interesante: la unanimidad obligada –a lo nacional-catalán– en razón de la pertenencia a una etnia, ideología, nación o religión. Pone así en boca de la filósofa (increpada por no amar bastante la causa al pueblo judío como para compartir sus prejuicios): “Yo no quiero a los judíos, yo sólo quiero a mis amigos” combatiendo así la unanimidad que excluye al que no participa de su exaltación social. Ya Nietzsche hablaba de que la sociedad podía ser un narcótico en manos de mayorías que aspiran a igualar a todos y eliminar lo singular. Pero ¿y la banalidad del mal?

Siempre me pareció ridícula esa demonización del nazismo que le presenta como un monstruo irrepetible, y creo esconde desesperados esfuerzos exculpatorios de quienes sacralizan el mal como absoluto para blanquear su conciencia. Lo señalé de joven sobre la estúpida guerra de Vietnam y sobre un comunismo que parecía cómodo ante su propia soah. Incluso hoy ciertos actos de Israel sobrepasan la razón autodefensiva. Nietzsche señaló el mal no como monstruo degradado en relación al Bien metafísico, sino como algo que pertenece a la vida de modo tan inevitable (y por ello mismo sería banal) como la noche al día. Pero en el Occidente dualista el nazismo fue presentado por la mentalidad del rebaño –como comprendió Arendt– como el metafísico Mal absoluto. Para mejor negar la vulgaridad de su propio mal.
Fuente: http://www.elcorreogallego.es/opinion/ecg/banalidad-mal/idEdicion-2013-07-09/idNoticia-816041/

9 de julio de 2013

1 comentario Sobre la banalidad del mal

  1. Jose rubio

    Perfectamente humano, presentar como extra humano lo naturalmente humano….una vieja treta, igualmente aplicable respecto al bien; de acuerdo a la misma… nadie es bueno, nadie es malo.

    Saludos.

    Reply

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