Aristóteles decía: “El que no se ruboriza del mal que hace es un miserable”. ¿Por qué es miserable?
Porque el que hace el mal sin ruborizarse, sin avergonzarse, revela una pobreza absoluta de valores sociales y éticos. Y eso es una desgracia y el que la encarna es un desgraciado. La palabra miseria, procede de la palabra latina “miser”, que significa, desgracia. Solemos atribuirla a la pobreza económica absoluta, pero también la usamos para referirnos a personas con pobreza moral, que carecen de sensibilidad afectiva social y teniendo oportunidad y recursos, no ayudan a los pobres, a los que sufren, sino que se aprovechan de su debilidad para beneficio propio.
Aristóteles define la vergüenza como “un cierto pesar o turbación, relativo a aquellos vicios presentes, pasados o futuros, cuya presencia acarrea una pérdida de reputación o también como una fantasía que concierne a la pérdida de reputación, pues importa el juicio de quienes nos admiran o también de aquellos otros a quienes admiramos o por los que queremos ser admirados, así como el de aquellos cuyos honores nos sirven de estímulo o cuya opinión no cabe desdeñar” (Aristóteles, República, 1.383b).
La vergüenza entraña valor social y valor ético. “Consiste en el sentimiento derivado de la caída de la imagen que uno tiene de sí mismo, la pérdida de reputación, el descrédito ante algún otro o ante la sociedad”. (V. Camps, 2012.111).
Todas las culturas han protegido y desarrollado este sentimiento, por ser una reacción personal, que actúa de autocrítica y autocorrección ante la ejecución de comportamientos y males indebidos.
La reacción con el sentimiento de vergüenza, además de personal, puede ser colectiva, por ejemplo, cuando una empresa, familia o comunidad se siente avergonzada ante otras por el mal injustificable que miembros suyos hubieran hecho.
Actualmente, como sabemos por información periodística, hay países orientales donde el sentimiento de vergüenza es tan fuerte, que personas importantes, por ejemplo, ministros sorprendidos en corrupción, han reaccionado suicidándose. Prefirieron su aniquilación a la deshonra pública.
La humanidad ha reconocido el sentimiento de la vergüenza como valor durante toda la historia. Antes que Aristóteles, los autores del Génesis, (entre el 950 y el 450 antes de Cristo), ya nos dejaron en la famosa narración de Adán y Eva, representantes de varones y mujeres toda la humanidad, una clarísima visión y análisis profundo del sentimiento de la vergüenza, escondiéndose de la mirada de Dios y sintiéndose avergonzados de sí mismos en un inesperado y significativo descubrimiento de su desnudez. En el símbolo de Adán y Eva, los autores del Génesis describieron el sentimiento de vergüenza por el mal hecho, como una reacción connatural de la humanidad.
Hasta ahora nuestra sociedad ha sido consciente del valor extraordinario que tiene el sentimiento de vergüenza. Por eso expresa su rechazo a quienes pierden ese sentimiento con palabras tan duras como el llamarles “sinvergüenzas” y “desvergonzados” o con sinónimos como caraduras y cínicos. Las familias han cultivado el sentimiento equilibrado de vergüenza en los hijos. Padres y madres con ternura y pedagogía maternal han cuestionado a sus hijos y les han hecho reflexionar con preguntas sugerentes como “Pero, hijo, ¿no te da vergüenza lo que has hecho?” “¿Qué dirán tus profesores?” “¿Y tus compañeros?”. “Eso no se hace, debes sentirte avergonzado”.
Ya sabemos que frecuentemente los hijos responden: “Mamá, eso no tiene importancia, todo el mundo lo hace”. No cabe duda de que el sentimiento de vergüenza es un valor en riesgo. Si la pedagogía familiar es débil, la pedagogía de la sociedad está llegando a niveles preocupantes, porque presuntos líderes sociales y políticos, legisladores y administrativos con poder político, económico y social no dan muestras de ruborizarse por el grave daño con tanto mal como hacen con tanta corrupción.
Cada día van apareciendo más personajes corruptos para quienes ni la ley, ni siquiera la Constitución Nacional, es norma suprema. Corrompida la justicia, gozan de impunidad, si es que no se han equipado con fueros. La estrategia ya es conocida, pagar abogados hábiles que con creatividad inagotable creen chicanas, dilaciones, impugnaciones, etc…, hasta conseguir que el tiempo esconda los delitos. Un país progresivamente sin vergüenza se empobrece moralmente y se hace socialmente más vulnerable.
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Fuente: http://www.abc.com.py/edicion-impresa/opinion/sin-vergenza-1433385.html
12 de diciembre de 2015. PARAGUAY