La concepción filosófica (propiamente ontológica y política) de Simone Weil, tanto como su postura política de lucha contra la dominación de clase y su preocupación por temas religiosos como la belleza y el dolor, dan cuenta de la complejidad de su vida y de la importancia que tienen en su concepción teórica temas morales acerca de Dios, lo sagrado, la libertad, el sufrimiento, la belleza, el mundo, los otros y la diferencia sexual
Simone Weil (1909-1943), filósofa francesa contemporánea, fue una pensadora de y desde la acción, al mismo tiempo que alguien profundamente preocupada por su relación con Dios. La unidad establecida teóricamente y asumida vitalmente entre sus intereses políticos y su vivencia ética, hondamente preocupada por la religión, produjo una obra profunda e intensa que es expresión no sólo de un intelecto penetrante, sino sobre todo de una voluntad pensante y actuante, capaz de sintetizarse en una pasión inteligente o en una inteligencia sintiente, como quería Hannah Arendt -quien definió premonitoriamente (en concierto con algunos de los elementos vitales y conceptuales con los que las mujeres filósofas han definido nuevos parámetros de reflexión filosófica), que la actividad de comprender es necesaria, no para proveer directamente a la lucha de objetivos, sino para dar sentido y recursos al espíritu y al corazón humano.
La concepción filosófica (propiamente ontológica y política) de Simone Weil, tanto como su postura política de lucha contra la dominación de clase y su preocupación por temas religiosos como la belleza y el dolor, dan cuenta de la complejidad de su vida y de la importancia que tienen en su concepción teórica temas morales acerca de Dios, lo sagrado, la libertad, el sufrimiento, la belleza, el mundo, los otros y la diferencia sexual (este último, sin ser un tema explícitamente desarrollado por ella, es de alguna manera condición de su disertación); conceptos concebidos y desarrollados al tenor de un pensamiento y de la acción comprometida de una mujer de arrojo moral e intelectual, que a pesar de todo son todavía poco valorados rigurosamente en el plano intelectual -según la costumbre patriarcal de ignorar las aportaciones de mujeres por más lúcidas, oportunas y deslumbrantes que éstas sean. El escaso interés (prácticamente un desconocimiento total) que,al menos en Latinoamérica, se muestra por el pensamiento de Simone Weil –a pesar del gran tamaño que su figura ha alcanzado como escritora en Francia y en otras partes del mundo, donde llega a ser considerada “el mayor escritor espiritual que Francia haya revelado en la primera mitad del siglo XX” (Giniewski, Simone Weil y el judaísmo,1999)-, también es debido al carácter fragmentario y complejo de la filosofía weiliana, así como al hecho de que, como asegura Emilia Bea Pérez, “no contamos todavía, ni con una interpretación global desde la que enjuiciar su obra, ni con suficientes análisis críticos que profundicen en la interdependencia de sus diversas dimensiones y que la sitúen en su contexto cultural y en las corrientes filosóficas contemporáneas” (Simone Weil. La memoria de los oprimidos, 1992).
Pero la revisión del pensamiento de Simone Weil es fundamental si queremos profundizar en la reflexión sobre el siglo XX, tanto como en el fenómeno de emergencia del pensamiento filosófico realizado por mujeres que vino aparejado con él. Simone Weil es una gran pensadora cuyo trasfondo vital de su obra está constituido por un intenso sufrimiento moral. Y tal vez esto no sea exclusivo de ella. Podríamos asegurar que todavía hoy, cualquier mujer que haya logrado ingresar en la historia de la filosofía es una filósofa errante. Todas las mujeres filósofas son de algún modo “parias” de la historia, perseguidas o exiliadas políticas, pero también trasterradas de la cultura por su condición de mujer. De ahí que muchas veces ellas mismas no se reconozcan como “mujeres” o juzguen irrelevante esta consideración. No obstante, a pesar de que sus reflexiones están insertas en los límites académicos y formales de la filosofía oficial, ellas han logrado llevar el pensamiento más allá de los límites patriarcales y abstractos de un raciocinio que, a pesar de su profundidad conceptual, de su apertura al mundo o de su sensibilidad, desconoce o niega las fuentes de vida que le dieron origen.
De esta manera su presencia, la presencia de las mujeres, como mujeres, en la filosofía, aún resulta ser una expresión del miedo, hoy parcialmente conjurado, a lo desconocido. Y en el caso de Simone Weil su definición ontológica y su vida expresan un sentido moral para el mundo (concebido como relación profundamente estrecha entre política y religión, política y ética), que probablemente es lo único que puede salvar la crisis de la sociedad actual, y más, como afirma Emilia Bea Pérez: “El último mensaje de su obra, gran parte de sus ideas y muchos de sus gestos vitales, manifiestan un espíritu que puede contribuir a poner luz en las raíces profundas de los problemas del mundo contemporáneo”. No obstante Simone Weil se ha convertido, como afirma Paul Giniewski, casi en una figura de leyenda “del heroísmo y el sacrificio, con lo que esta palabra comporta de artificial y adulterado”, sin que hayamos sido capaces hasta el momento de realizar un estudio que nos provea de las claves de interpretación para valorar su pensamiento, así como sus aportaciones más fundamentales para el ámbito intelectual y para la praxis política y social.
El machismo teórico y la ceguera filosófica que circundan los ambientes académicos hacen que aun en España, todavía hoy, Simone Weil sea poco abordada, y en México y Latinoamérica sea prácticamente una desconocida, a pesar de que las alabanzas de sus críticos son abrumadoras, al grado de que se habla inclusive de una especie de “insuficiencia del vocabulario” para referirse a ella. Los comentaristas hablan de sus cualidades morales e intelectuales que la llevan, dada la consideración de que posee una especie de genio muy escaso en nuestro tiempo, como dijera uno de ellos, a “encontrarse sola, sobre cumbres a donde nadie puede seguirla” (Giniewski). Albert Camus afirmó sobre su pensamiento: “Desde Marx (…) el pensamiento político y social no había producido en Occidente nada más penetrante ni profético”, y según otros Simone Weil “pertenece a un linaje de grandes pensadores y de santos, junto con Pascal y Teresa de Ávila”. Y es, según Paul Giniewski (quien nos ofrece las citas anteriores), “uno de los dos o tres genios humanos que nos devuelven la vida, en esta prisión de dimensiones planetarias donde la humanidad agoniza”.
Si quisiéramos adscribirla en alguna corriente de pensamiento podríamos definirla, como ya se ha hecho, como una pensadora cristiana o como marxista crítica. Pero además de ser identificada con una católica mística, una marxista, y recientemente también como antecesora de la filosofía feminista, Simone Weil representa más bien a una suerte de filósofa existencialista cercana en sus objetivos y en sus preocupaciones a la teoría crítica de la sociedad. No obstante, resulta tan difícil definirla que a veces, dice Giniewski, se le ha comparado con “otros escritores de marcado radicalismo personal e intelectual, como Kierkegaard, Nietszche, Dostoyevsky, Kafka, Baudelaire o Genet”. Y su pensamiento es tan diverso que es valorada por personalidades tan distintas como Pablo VI, Bataille, Octavio Paz y Albert Camus.
Fuente: http://www.cambiodemichoacan.com.mx/editorial.php?id=931
Michoacan, MEXICO. 13 de diciembre de 2008