Escribe Frédéric Gros en su ensayo sobre el andar que hay libros que huelen a cerrado, a biblioteca, a archivadores, a sótanos de conciencia, en los que no entra la luz del día; y que hay libros que huelen a aire libre, a paisaje amplio, y que reflejan la nítida luz de las montañas o el destello del mar bajo el sol. También puede adivinarse el cuerpo del escriba. En los textos de biblioteca llega a percibirse el cuerpo doblado, encorvado, encogido. En los otros se adivina a un caminante, erguido y tenso como un arco, el torso expuesto, las piernas fibrosas. De la escritura y del escritor siempre cabe preguntarse lo mismo: ¿sabe caminar? (Nietzsche).
Detrás de la escritura está el pensamiento, del que la primera es sólo el último acto. Habla Gros de los filósofos griegos y se fija en Sócrates, yendo de acá para allá en el ágora, buscando audiencias, inquieto como un tábano. A Sócrates le gustaba la plaza pública, la gente, la filosofía en el follón, pero caminar por las buenas no tanto. De hecho, en el Fedro muestra su horror a dejar atrás las murallas de la ciudad y lanza una diatriba contra eso que llaman naturaleza. Buena para la crianza de gallinas, y poco más. Pero sus ideas son de cielo abierto. Así que de la escritura huía como de las mazmorras.
Por algunos comentarios de Diógenes Laercio sospechamos que Platón enseñaba caminando. En cuanto a Aristóteles, se ganó el famoso apodo de peripatêtikos (itinerante), aunque aquí existe la duda de si no sería llamado así por el lugar que ocupaba el Liceo, un antiguo gimnasio a orillas del Ilisos que tenía un peristilo (peripatos). En todo caso, cuando Rafael pintó La Escuela de Atenas (detalle del cuadro, en la ilustración), los pintó en marcha.
Después está el credo de que Dios es andarín, a juzgar por las palizas que se pegó su hijo, no menos que Dios, entre Galilea y Jerusalén, y su empeño en que todo el mundo le siguiera a pie. La libertad de pensamiento y la liberación de las cadenas de la tradición se hacen marchando. Hay que acordarse de Confucio y de su filosofía del camino, que le llevó por media China con su doctrina de renuncia después de haber sufrido las intrigas de la corte imperial. En fin, el Tao.
En época más reciente, quizá los más enérgicos defensores de poner a ritmo un pie delante de otro hayan sido Rousseau, Nietzsche y Rimbaud (los paseos de Kant eran un poco raquíticos y odiaba sudar). Rousseau camina para encontrar dentro de sí al primer hombre, el ser primigenio que la sociedad ha destruido, en lo individual y en lo colectivo. Le aterrorizaban los cuartos con escritorio y las bibliotecas, imágenes de la muerte en vida.
Nietzsche caminaba, en los tiempos saludables, entre seis y ocho horas diarias (lo que, diga lo que diga Gros, era síntoma de enfermedad), ya fuera dando vueltas al lago Leman con su amigo Carl von Gersdorff, ya fuera por las rutas alpinas de Sils-Maria. Por lo que toca a Rimbaud, pillaba el zurrón y se iba de Charleroi a Bruselas como el que sale a dar un paseo por el jardín del patio. Como Europa se le quedó pequeña y populosa, terminó en el desierto, yendo y viniendo de Adén a Harar hasta quedar exhausto y morir a los 37 años.
Es difícil estar seguro de la relación entre el carácter creativo y las caminatas (muchos senderistas jamás se han cruzado con un pensamiento), pero es cierto que, cuando existe esa disposición, las piernas mueven algo más que el cuerpo y abren a la vista a algo más que cimas o praderas.
Fuente: http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/escorpion/2014/11/10/sabes-caminar.html
10 de noviembre de 2014. ESPAÑA
¡Interesante!