La creatividad al servicio de una disertación filosófica en un congreso mundial tuvo una repercusión impensada durante y después de la presentación
Roxana Kreimer.Foto:LA NACION/Daniel Jayo
El camino era claro: innovar en filosofía; desacralizar el saber socrático, y plantear la ponencia filosófica de manera tan, pero tan original, que esa reflexión nunca se olvidara. ¿Se podía lograr algo así? Claro que sí, se dijo a sí misma Roxana Kreimer, abanderada vernácula de la Filosofía Práctica y precursora en el país de los cafés philo.
Sólo debía prepararse. La ocasión lo ameritaba: se trataba del más importante encuentro de filosofía práctica del mundo y tendría lugar en Belgrado, Serbia. Como oradora, ¡debía impactar! Se le ocurrió experimentar con un monólogo filosófico humorístico. Algo bien lateral, del tipo stand up. El formato era un hallazgo para arremeter con ironía sobre ciertos aspectos jurásicos de la filosofía académica y poner el énfasis en los valores de la filosofía basada en la evidencia científica.
“Era agosto de 2014 y durante largos meses trabajé con entusiasmo en la escritura y memorización de un texto de media hora, que debía ser en inglés para el congreso”, relata Kreimer y confiesa que le encanta exponer su fracaso, ya que considera que los diarios no suelen ocuparse de ellos. Lejos del desdén, dice, deberían publicitar menos éxitos y más fracasos, para promover, como en la tragedia griega, una mirada compasiva y no condenatoria en relación a ellos.
Kant Understand
El tema es que Kreimer se inventó un personaje, Kant Understand, que en inglés suena como “no entiendo” y obviamente remite al germánico Immanuel Kant. Le adosó una biografía apócrifa: había escrito el ensayo ¿Qué diablos quiso decir el filósofo? En ese libro mostraba cómo a lo largo de la historia algunos de sus colegas se habían servido de un lenguaje oscuro para persuadir a su audiencia de que las sandeces que decían, en realidad, eran enjundiosos axiomas.
“Kant Understand analizaba frases como La nada nadea, de Martin Heidegger, y cuestionaba que un cuantificador como “nada” pudiera ser tratado como si fuese una cosa o un sujeto que desarrolla acciones (“nadear”). También desmenuzaba una frase de Hegel que dice: Si el Ser y la Nada tuvieran una cierta determinación, serían un cierto Ser y una cierta Nada, no el puro Ser o la pura Nada como todavía son acá. Señalaba en mi ponencia -continúa- que la filosofía necesita promover el diálogo y la claridad, especialmente cuando el diálogo es el breve intervalo en el que dos personas se miran a los ojos y conversan mientras no se ocupan de su teléfono celular”.
Cuando llegó el momento de subir al estrado, Kreimer, con suficiente histrionismo y soltura en inglés, comenzó a filosofar: argumentó, como decía Ortega, que la claridad del lenguaje es la cortesía del filósofo y que si éste hilvana conceptos inentendibles “pero tiene fama en los medios de formación de masas, la estupidez que propaga se incrementa en forma geométrica”. Puntualizó que muchas veces los filósofos investigan temas tan triviales que se olvidan del valor de la relevancia o que en busca de la verdad “fragmentan sus tópicos hasta diluirlos, al punto que sus conceptos parecen drogas homeopáticas”. Caracterizó a los que “pretenden saber más y más sobre menos y menos, y un día sabrán todo sobre nada”.
Y, como golpe letal -para que se entendiera bien el mensaje- recordó que “la filosofía nació por oposición al principio de autoridad, sosteniendo que algo es verdadero o falso por evidencia y razón y no porque una autoridad así lo asegura”.
En el epílogo, mirando en los ojos de su audiencia, remató como broche final: “Hoy la mayor parte de la filosofía académica es llevada adelante por viudas y viudos que honran durante toda su vida la memoria de su filósofo favorito. Así es como la filosofía pierde significado y deviene en una forma más de religión, un culto medieval y fetichista a la personalidad”.
Masticar la derrota
Silencio. Un abismo y más silencio. Esperó. Pero la ovación nunca llegó. Nadie siquiera se le acercó para comentar su charla. De golpe, entendió: “Había hecho mi presentación ante un auditorio conformado principalmente por el tipo de filósofos posmodernos a los que criticaba. No solo no les causó la más mínima gracia, sino que lo cuestionaron muy duramente. Una de las intervenciones más severas correspondió a la colega que me antecedió y a la que antes habían ovacionado, que al finalizar me dijo: Es que quedaron muy fascinados con mi charla como para valorar la tuya”, evoca Kreimer. Masticando la derrota, apesadumbrada, regresó al hotel con la sensación de haberse esforzado inútilmente durante meses.
Pero como no deja de ser cierto el cliché de que pocas cosas enseñan más que los fracasos, al día siguiente, desmenuzó sus posibles errores: “hacer un stand up en un ámbito en el que nadie espera la presencia del humor, no pensar en que me podía tocar una audiencia mayoritariamente posmoderna, pretender hacer reír en un idioma en el que tengo menos fluidez que en mi lengua madre, y sin ser actriz.”.
En Buenos Aires, repuesta de aquel contundente fracaso, Kreimer subió la fallida ponencia a YouTube con subtítulos en español. El ignominioso Kant Understand logró un sinnúmero nada desdeñable de reproducciones; sus conceptos se colaron en blogs de filosofía y su discurso fue traducido al portugués por colegas brasileños.
Dice Kreimer como reflexión final, la parte que más la entusiasma: “A menudo fracasamos porque buscamos la aprobación de un público inadecuado, o peor, porque aspiramos a gustarle a todo el mundo. Pero ni el dulce de leche ha logrado gustarle a todo el mundo. Es posible reconocer que hay diferentes públicos y que podemos elegir libremente a ese público.
“Los medios de difusión suelen ser poco piadosos con el fracaso. Pero la filosofía nos enseña a no ser demasiado vulnerables al desdén ajeno. Ni siquiera un insulto debería avergonzarnos. Podemos preguntarnos “¿es cierto?”, y “¿en qué medida?, ya que con frecuencia las ideas de las mayorías están llenas de errores.
“La filosofía no rechaza completamente las nociones de éxito y fracaso pero nos invita a reconfigurar la evaluación: quizá seamos adorables más allá de la opinión ajena, o quizá las ambiciones más populares sean ajenas a las auténticas necesidades. También el arte y la bohemia sugieren instituir valores críticos ajenos a las categorías de “perdedor” y “don nadie” y nos recuerdan que hay otras formas de triunfar.”
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1855822-roxana-kreimer-te-cuento-mi-fracaso
23 de diciembre de 2015. ARGENTINA