Le gustaba dar largos paseos a pie para ver aves y también era filósofo. De caminar lento y con un rostro poco expresivo, parecía estar aburrido de un mundo con el que no había podido reconciliarse: ni terminaba de entenderlo, ni el mundo terminaba de entenderlo a él.
Richard Rorty murió hace unos días, víctima de cáncer, en Palo Alto, California. Era probablemente el pensador más influyente de Estados Unidos. Un filósofo obsesionado con hacer de su disciplina algo útil para la sociedad y no una torre de marfil para intelectuales que producen papeles que nadie, más que sus colegas, leerán.
Fui alumno suyo, en el último curso que impartió antes de tomarse un año sabático que, debido a su enfermedad, terminó convirtiéndose en su retiro definitivo de las aulas. Daba clases en el departamento de letras, porque los departamentos de filosofía de las universidades estadounidenses, decía, habían sido tomados por los filósofos analíticos, a los que reprochaba su desprecio por la historia y la literatura y su obstinación por poner la filosofía al servicio de la ciencia y de “teorías de la vaguedad”. La contraparte de los analíticos son los filósofos continentales, como él o Derrida o Habermas o Nietzsche.
Alguna vez le pregunté cuál era la diferencia entre la filosofía analítica y la continental, una pregunta que seguro debió parecerle tonta, pero que me ganó una hermosa respuesta: “Supongo que los analíticos creen que el motor del progreso es la razón. Para los continentales, en cambio, el motor del progreso es la imaginación, y la poesía”.
No soy filósofo, y me cuesta entender a Rorty. Revivió el pragmatismo de James y Dewey, según el cual no importa mucho buscar la correspondencia entre la filosofía y “la realidad”, sino descubrir para qué sirven las cosas, el lenguaje, las ideas. Y sé que de Dewey, además de su pensamiento, admiraba su involucramiento activo en la vida pública estadounidense.
Criado en una familia de trostkistas, cuenta en un ensayo autobiográfico que a los doce años, después de leer los juicios de Stalin contra Trostky, descubrió que “El único punto de ser humano es dedicar la vida a luchar contra la injusticia social”.
Acérrimo crítico de la administración republicana, arremetió en un duro ensayo, en el 2003, contra la guerra de Iraq, y hablaba constantemente de la situación de los pobres en Estados Unidos, de las enormes diferencias entre los que tienen y no tienen, entre los altos salarios de los ejecutivos de las corporaciones y la imposibilidad de los pobres de contar con seguridad social, del “escándalo” de la práctica desaparición de las pensiones.
Fue igual de duro para criticar a los comunistas, y en uno de sus últimos libros, “Forjando nuestro país”, dirigió sus dardos hacia la izquierda estadounidense por haber perdido contacto con los ciudadanos, desligarse de los sindicatos y las luchas sociales para refugiarse en el confort de la vida universitaria.
Su ensayo autobiográfico, titulado Trotsky y las Orquídeas, comienza así: “Si hay algo en la idea de que la mejor posición intelectual es aquella que es atacada con igual vigor desde la derecha política y la izquierda política, entonces estoy en buena forma”. Se definía a sí mismo como un liberal progresista, y resumía sus esperanzas sociales en “una sociedad global, cosmopolita, democrática, igualitaria, sin clases y sin castas”.
Fue discípulo de Leo Strauss y profesor de Princeton durante los años en los que todavía se alineaba del lado de los analíticos. En un ambiente académico fantástico, en los años sesenta (Rorty iba al súper y se encontraba con Kurt Gódel, el gran matemático y confidente de Einstein, en la sección de alimentos congelados), el filósofo comenzó a descubrir el pragmatismo y se alejó de la corriente analítica, definitivamente, con su primer libro, La filosofía y el espejo de la naturaleza, en el que rechazó la arrogancia de su disciplina y de las ciencias exactas que pretendían encontrar la correspondencia con la realidad. Eso le costó su salida de Princeton, a principios de los ochenta, y después de algunos años en Virginia terminó su vida académica en Stanford.
Después de muchos siglos, nos decía en clases, las creencias religiosas fueron destronadas de su posición como último tribunal de la verdad, y sustituidas por la ciencia, que es igual de dogmática. Que no contempla que sus avances, sus descubrimientos, sus leyes sólo son un aporte a un paisaje cultural mucho más amplio en el que los historiadores, los críticos literarios, los filósofos y los poetas también tienen mucho que decir. Los escritores de ficción del Siglo XIII, contaba, fueron mucho más precisos en sus previsiones del Siglo XIV que los grandes pensadores de la época.
Y la culpa de la arrogancia de los científicos la tenía Platón, por imponer la búsqueda de una “verdad” superior como camino único de la sabiduría. Rorty, en cambio, propone la búsqueda de la felicidad humana, que en vez de pasarnos siglos debatiendo qué son las cosas (interminables luchas argumentativas) es mejor preguntarnos para qué sirven y cómo contribuyen a forjar un mundo con seres humanos más felices, más dignos y menos crueles. Los significados del lenguaje, a fin de cuentas, son sólo consensos sociales. ¿Aristóteles? “Un cretino moralista” (Puedo haber escuchado mal, pero juro que se lo oí decir). La filosofía, dijo en un foro en 2001, no es una disciplina científica, “sino una tradición de textos que se sobreponen”. Es un espejismo pretender que los pensamientos se correspondan con la verdad, con “lo que el mundo es”.
Yo interpreto esto como el rechazo a la utopía dogmática, y una invitación a la búsqueda, en cambio, del progreso. Rorty se oponía a los “movimientos”, porque le parecían una paradoja: establecen una causa que está por encima de sus miembros, y al final, cuando se alcanza la causa, ya no tiene ningún sentido el movimiento. Para él eran mejores las campañas, que se proponen objetivos específicos, y que cuando se cumplen, o fracasan, abren el espacio para otra inmediata. Es congruente con su pensamiento, porque todo para él es una sucesión de tiempos y hechos. Incluso la historia, a la que le parecía absurdo separar por capítulos o épocas, y prefería ver como una narrativa continua.
Una vez me invitó a cenar a su casa. En la sala tenía unas tablas chinas de madera labrada y unos hermosos libros de aves de Brasil. “Las tablas las conseguí en la calle, en mi última visita a Beijing. Se han vuelto locos y están destruyendo antiguas viviendas para dar paso a edificios modernos. Cada tabla que derriban es una obra de arte”. Me preguntó por El Salvador y por El Faro, y se quedó preocupado por la violencia y la polarización del país. Lo invité a que viniera a dar unas charlas. Se mostró interesado, y quedamos en que podría aprovechar alguna visita a América Latina para buscar la oportunidad de venir. Su mayor contacto con la región estaba en Brasil, un país que visitaba con cierta frecuencia para dar charlas, y aprovechaba para escaparse a ver aves. Entre el resto de su biblioteca alcancé a ver algunos libros de Harold Bloom, el gran crítico literario.
Algunos días más tarde le envié algunos libros y folletos de aves en El Salvador, horribles, comparado con los que tenía en su casa, pero los únicos que pude encontrar. Tenía la esperanza de interesarlo en las pocas especies de aves que nos quedan para facilitar una serie de conferencias suyas y que viniera a jalarle las orejas a nuestros radicales y obsoletos políticos de izquierda y derecha. Para que viniera a sacudir a una juventud salvadoreña apática y les hiciera pensar que urge un cambio de mentalidad en el país. Que no podemos seguir sometidos a los esquemas mentales, a las frustraciones y los radicalismos de la guerra fría, de los ideólogos de una guerra que terminó hace quince años pero que siguen dominando la esfera pública nacional, desde adentro o afuera de los dos grandes partidos. Que viniera a recordarles que su misión es construir una sociedad más igualitaria, más solidaria, más tolerante y en paz. Más libre y menos cruel. Nunca lo logré, y ahora es imposible porque Rorty ha muerto.
http://www.elfaro.net/secciones/Opinion/20070702/opinion2_20070702.asp
disculpe una pregunta
platon era dogmatico o pragmatico y porque
Hola:
Soy un estudiante de filosofía. Ayer empezamos con Rorty. El profesor nos contó mucho de lo que dices en tu artículo. Fuiste muy afortunado en conocer a este gran filósofo. Gracias por compartirme tu experiencia. Me gustaría que hablaras más de él.
Saludos.