Reseña de la segunda edición de: Lo que quiero es comprender.

Esta reseña da cuenta de la segunda edición, ampliada y revisada, de un texto publicado en 1995 y que recoge de forma sistemática elementos biográficos de Hannah Arendt, pensadora sobre la que cayó la losa del morbo por su temprana relación con quien fue su profesor de filosofía, Martin Heidegger.
Lo que quiero es comprender conforma una supuesta autopresentación de Hannah Arendt, y digo “supuesta” porque, si bien es cierto que los textos han sido extraídos de lo escrito por la autora, la selección y edición es de Ursula Ludz. A pesar de ello, se acerca bastante a lo que debió de ser la realidad de la pensadora judía en lo que se podría denominar su periodo americano, desde 1941 hasta su muerte, en 1975, por más que también haya fragmentos del momento en que abandonó Alemania. No se trata de una crónica de afectos, ni mucho menos, sino de una biografía intelectual, si es que, hablando de Arendt, es necesario el adjetivo para definir la crónica vital; un desgranar de los motivos e intereses que orientaron su existencia.

El libro se divide en tres partes. La primera, escueta e intensa, altamente significativa, es la respuesta de Arendt a Gershom Scholem con motivo de la negativa recepción que en el ámbito político y cultural judío había recibido Eichmann en Jerusalén. La transcripción de las entrevistas que Günter Gaus y Thilo Koch le hicieron en Canadá en 1964, y Roger Errera en New York en 1973 –hasta el momento inédita–, así como una nutrida selección de fragmentos de cartas dirigidas a Karl y Gertrud, Jaspers configuran la segunda parte. La tercera se reduce a una tabla cronológica y a un catálogo de obras de la autora.

Por más que el subtítulo sea “Sobre mi vida y mi obra”, lo cierto es que hay poca información sobre la vida privada de Arendt, nacida en 1906, en Hannover, en “un típico entorno de judíos alemanes asimilados”, hija única del ingeniero Paul Arendt y de Martha Cohn. A los seis años se queda huérfana de padre; el segundo marido de su madre aportará dos hijas a la familia, una de las cuales se suicidó dos años antes de la llegada de Hitler al poder. Estudiará Filosofía en las universidades de Marburgo, Heildelberg y Friburgo, y fue alumna de profesores como Heidegger, Jaspers y Husserl. Se casó en 1929 con Günther Stern, del que se divorciará en 1937. Ya fuera de Alemania, conoce a Heinrich Blücher, un hombre que no es judío y procedente de una familia obrera, con el que se casará en 1940.

Es natural que hable tan poco de su vida privada, porque su razón vital, lo que le imprimió carácter y orientó su destino y su particular modo de “estar en casa en el mundo” fue la voluntad de comprender, algo asociado a la acción más que al espíritu y al pensamiento –”que porta en sí el rasgo de la provisionalidad”– y que implica concebir lo que ha sido pensado y acumulado a través de los siglos como una realidad sui generis. Una actividad que pone en juego la supervivencia de quien la practica y que, para ser efectiva, ha de acompañarse de la escritura y de la narración, en tanto que se realiza también a través de la comunicación con los otros.
Es su condición judía uno de los hechos incuestionables de la vida de Hannah Arendt; pero, como señala en varias ocasiones, nunca amó a pueblo o colectivo alguno como tal: “En realidad, sólo amo a mis amigos y me siento incapaz de cualquier otra clase de amor. En segundo lugar, tal amor a los judíos me resultaría sospechoso, puesto que yo misma soy judía”. Lo que equivale a decir que no consideraba la pertenencia o los afectos como categorías de pensamiento, ni muchísimo menos como justificaciones sentimentales para el análisis político.

En las cartas a K. Jaspers, así como en las respuestas que dio a su amiga Mary McCarty y a Roger Errera, Arendt explica que Alemania se convirtió en el vínculo afectivo y cultural que la ligaba a la infancia, a “la lengua materna, la filosofía y la poesía”, sin que por ello se sintiera identificada ni comprometida con la “esencia alemana” ni con el destino histórico-político del país. Otra cosa fueron Israel (“Hoy en día, Israel es más bien el representante real del pueblo judío en todo el mundo.

Que nos guste o no es otra cuestión, pero…”) y el pueblo judío, al que se vinculó de diversos modos: militando en el sionismo, entendido como respuesta política al antisemitismo, criticando la posición de políticos como Golda Meir en relación a la separación entre religión y Estado o doliéndose de las injusticias cometidas por judíos, que le irritaban “mucho más, obviamente, que las injusticias cometidas por otros”. No por motivos sentimentales, sino por un patriotismo que implica continua oposición y crítica.

A lo largo de estas trescientas páginas se van desgranando los distintos aspectos que conformaron la biografía intelectual de Hannah Arendt, pero destaca un elemento recurrente y especialmente doloroso: la reacción de la intelectualidad judía a la publicación de Eichmann en Jerusalén.

En la carta a Gershon Scholem, fechada el 20 de julio de 1963 en Nueva York, Arendt pone los puntos sobre las íes en relación a las desinformaciones, críticas y malinterpretaciones a que dio lugar su libro sobre el juicio al criminal nazi. Arendt puntualiza que no ha pertenecido a la izquierda alemana ni militado en organización política alguna, y que siempre habla a título exclusivamente personal; que nunca ha pretendido modificar el hecho de ser judía; que no “ama” a los judíos especialmente, pues simplemente pertenece a ese pueblo de una forma natural, fáctica; que considera peligroso que en política el corazón desempeñe papel alguno. Por último, apunta como principal motivo de las críticas el señalamiento de los aspectos más espinosos del libro, esto es, la cooperación de responsables judíos con los nazis y la dificultad de percibir la frontera entre víctimas y verdugos.

El asunto Eichmann permea estas páginas. Así, en la entrevista con Koch matiza que su libro era “la crónica del proceso, no la exposición de dicha historia”; en la que concede a Gaus dice que no acusó al pueblo judío de no haber ofrecido resistencia a los nazis; en la que mantiene con Errera explica que intentó destruir la leyenda sobre la grandeza del mal, “hacer que la gente dejara de sentir admiración por los grandes malvados”; y en las cartas a Karl y Gertrud Jaspers comentará las reacciones que suscitó en círculos judíos por haber tocado “la parte judía del pasado no superado”.

Lo que quiero es comprender es, en definitiva, un buen instrumento para comprender las circunstancias biográficas de una de las grandes pensadoras del siglo XX.

HANNAH ARENDT
LO QUE QUIERO ES COMPRENDER.
Trotta (Madrid),
2010,
300 páginas.
Traducción de Manuel Abella y José Luis López de Lizaga.
Fuente: http://libros.libertaddigital.com/pensar-sin-barandillas-1276238511.html
24 de diciembrede 2010

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