Relatos de Ciencia Ficción

¿Hasta qué punto podemos usar a otros seres humanos? ¿Cuál es el límite para la ciencia?

Qué preciosa era a pesar de los cables y de las finísimas agujas que, implacables, se inyectaban en las venas de sus brazos y piernas. Todo en ella era bello, también los cables de color verde, rojo o azul, prolongaciones de fantasía de su cuerpo desnudo de mujer. Diríase que había sido hecha por las manos de un artista y no por la mente fría y analítica de un científico.
Ese científico la contemplaba con arrobo, admirando la perfección de las piernas y brazos, la tersura del rostro inerte y cada una de las curvas del prodigioso cuerpo. Advirtamos que en absoluto la miraba con ojos lascivos, sino que la contemplaba como Miguel Ángel debió mirar a su Moisés antes de decirle “¡Habla!”.

Calló la roca y el Moisés de Miguel Ángel no respondió. Ella tampoco respondería.

-Ninguna mujer real es tan hermosa –dijo en voz alta, frotándose los guantes de plástico con satisfacción.

-Cierto –le respondió su ayudante, más joven y sin respetables canas, que no se atrevía a observarla mucho tiempo seguido.

-¿Se ruboriza, joven? No tiene por qué. Ella nunca despertará para regañarle por echarle un vistazo. Sólo vive precisamente para eso, para ser vista. No es más que una flor en un florero pero infinitamente más maravillosa… Ah, la mira usted como un enamorado. Sueña con despertarla, a ella, a la bella durmiente que ningún beso puede despertar.

Cuando se sentía alegre, y estaba eufórico, empezaba a hablar y hablar consigo mismo, como si en todo lo que dijera hubiera mucha sabiduría.

-… Ni siquiera está realmente más viva que lo que pueda estarlo un vegetal. No es más que un organismo inconsciente que creé a partir de los genes del trozo de una uña, no de un embrión como usted y como yo, para que esos condenados abortistas se callaran. Sus funciones cerebrales son mínimas, para que nadie diga que sufre. Ni siente ni padece como nosotros.

>> No fue la naturaleza quien la creó sino yo, y por eso es tan perfecta… ¿Entiende su belleza serena? Ah, aunque usted me vea como un despiadado científico con mi bata blanca y mis gafas, sepa que yo siempre tuve debilidad por la genuina belleza. ¿Sabe que yo pintaba muy bien? Quizás hubiera estudiado bellas artes, pero el destino quiso que creara belleza de otras maneras…

Siguió hablando pero el ayudante había dejado de prestarle atención. Todo su interés estaba en el maravilloso organismo tendido a lo largo de la plataforma de metal. La expresión del rostro era de absoluta calma. ¿De qué color serían sus ojos? Posiblemente fueran claros por la marfileña tonalidad de su piel y los rubios cabellos. Pensó que quizás fueran hermosos si ella pudiera mirarle. Pero no podía, si levantaba los párpados no encontraría más que unas pupilas inertes de muñeca.

-… Y ésta es sólo la primera. Crearemos cientos de mujeres como ella, en serie,como se hacen los coches. Nosotros hemos hecho el diseño porque somos los artistas, pero ahora viene la parte industrial… ¿Le gusta? Es guapa, ¿eh?

El ayudante, en vez de contestar, hizo una pregunta:

-¿Y para qué la quieren a ella y a todas esas mujeres en serie que dice usted?

El profesor carraspeó, bastante incómodo:

-Ejem… Supongo que las utilizarán para la investigación médica. Podría ser. Bueno, pensar en eso no es el objetivo del científico. Yo he creado y ahora algún empresario encontrará algún interesante uso para mi creación… No es a mí a quien corresponde encontrar aplicaciones lucrativas.

Destacó el “interesante” y el “lucrativas” con tono sarcástico. Le molestaba mucho pensar en los usos que con toda probabilidad tendría su creación. Era mejor no imaginar cosas y no preocuparse más del asunto…

Su ayudante no podía dejar de pensar en ello. Por un momento se sintió sucio. ¿Qué cosas harían con ese bello ángel? Apenas se atrevió a imaginar lo que harían con su hermosura y sintió un profundo asco hacia el profesor, el laboratorio y la sociedad corrompida que jugaba a ser Dios creando personas sin oportunidad de elegir, sin vida ni conciencia. Igual de profundo era el asco que sentía hacia sí mismo.

-¿No siente usted vergüenza?

El científico le miró con el ceño fruncido, asqueado.

-¿Vergüenza? ¿Vergüenza de qué? Ella ni siente ni padece. ¿Qué somos todos sino objetos para los ojos de los demás? Cada uno vemos a los otros en la medida en que satisfacen o no nuestros deseos. Ésta es la realidad. Es así de simple. No la compadezca a ella, que no tiene conciencia del triste mundo en que vive, compadézcase a usted que sabe que algún día morirá…

-Pero es tan hermosa. ¿Y no querría ella vivir?

-Mmm… Quizás sí. Quizás no. Pero nosotros somos científicos, no filósofos, joven.

Quedaron un momento en silencio ante la mujer. Parecía realmente indefensa en su desnudez. Mujeres como ella, réplicas en el sentido más literal de la palabra, serían vendidas como muñecas de plástico. ¿Investigación médica? Serían profanadas de todas las formas imaginables y de otras más retorcidas aun mientras ellas dormían en paz, ajenas a los ojos lascivos, soñando quizás con la esperanza de despertar que les había sido negada.

-¡Ea! ¡Dejémonos de sentimentalismos y pongámonos a trabajar! –exclamó con alegría el profesor, como siempre antes de empezar, mientras cogía un bisturí-. Póngase los guantes y coja el bisturí. Empiece a cortar, que tenemos que hacer un examen interno…

Cortesía de:
www.ociojoven.com

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