Una de las cuestiones que más debate generó en los primeros meses desde el estallido de la pandemia de Covid-19 fue la relativa al ingreso mínimo vital, una nueva prestación económica de naturaleza asistencial dentro del sistema de la Seguridad Social dirigida a cubrir necesidades básicas en hogares en riesgo de exclusión social.
A diferencia de otros, este debate no se planteó sólo en términos de diseño, presupuesto u oportunidad, sino que alcanzó al ámbito de las ideas. Desde el espectro liberal, muchas veces de forma interesada dentro de la polarización política tan definitoria del presente, aunque también en otras desde un sincero y siempre sano escepticismo, hubo desde quienes cuestionaban el sentido de una política caracterizada como ejemplo de despilfarro o incluso clientelismo, hasta quienes negaban cualquier justificación de una prestación económica a cargo del erario para quienes carecían de ingresos sufragada por quienes se ganaban los suyos propios con su trabajo.
No obstante, considero errados ambos planteamientos. Una política de garantía de último recurso como la que representa el ingreso mínimo vital encuentra pleno sentido desde un paradigma que prime la libertad y la autonomía de los individuos, precisamente porque incide en el ámbito donde la necesidad de ambas es más evidente: el de aquellas personas que no pueden orientar el ejercicio de esa libertad debido a las servidumbres que le impone su condición socioeconómica.
No es por tanto extraño que propuestas similares hayan sido defendidas a lo largo de la historia de las ideas desde el ámbito del liberalismo por personas tan dispares como Friedrich Hayek, John Maynard Keynes, John Rawls o Milton Friedman, por citar sólo algunos. Siendo consciente de que es una materia que se presta a un debate en múltiples frentes, en estas líneas me centraré en los argumentos que pueden esgrimirse en relación con un concepto habitual en el ámbito de la disciplina económica: el de la “trampa de la pobreza”.
En su excelente obra «Repensar la pobreza: un giro radical contra la desigualdad global», los economistas Esther Duflo y Abhijit Banerjee, ganadores del premio Nobel en 2019, desarrollan los fundamentos teóricos de este concepto y muestran las implicaciones del mismo a través de numerosos casos prácticos. ¿Qué es la trampa de pobreza? Se puede definir como la situación en la que una persona carece de los recursos mínimos necesarios como para poder atender sus necesidades básicas y, además, invertir en la mejora de sus propias condiciones en el futuro. Dicho de otra forma, una persona es pobre cuando, haga lo que haga, no puede dejar de serlo.
Quizá podría hacerlo si dispusiera de una mayor formación, pero no tiene tiempo para retomar unos estudios que abandonó de forma temprana para trabajar. O quizá lo conseguiría con un trabajo mejor remunerado, pero no tiene ni la formación ni la experiencia para poder optar al mismo, ni tampoco la seguridad de poder abandonar el que tiene, que apenas le da para cubrir sus necesidades básicas. O quizá, simplemente, no sepa cómo mejorar su situación. Esto último puede parecer trivial, pero, como demuestran las crecientes ventas de libros de autoayuda de toda índole, lo cierto es que la mayoría de las personas tampoco saben realmente qué hacer para mejorar activamente su situación. La mayor parte de quienes no son pobres no lo son porque tuvieron la suerte de que su familia tampoco lo era.
Teniendo esto presente, el argumento de que las personas pobres son responsables de permanecer en esa situación, porque no hacen lo suficiente, se compadece muy poco con la realidad que estas personas experimentan y a las que, ojalá, tanto un servidor como la mayoría de quienes estén leyendo estas líneas nunca tengamos que enfrentarnos. Valga repetirlo: las personas pobres lo son, ante todo, porque no pueden dejar de serlo. Y cuando una persona vive en un presente constante, sin capacidad de planificar, preocupada por procurar su propia subsistencia cuando los únicos medios a su alcance son inciertos, irregulares y precarios, difícilmente puede decirse que sea libre en un sentido positivo, esto es, capaz de tomar decisiones autónomas que permitan configurar un proyecto de vida propio.
A este respecto, volviendo a Banerjee y Duflo, su obra muestra que es posible superar esta trampa de pobreza si los afectados cuentan tanto con los apoyos como con los incentivos adecuados. Porque la primera enseñanza es que las propias personas afectadas no pueden salir por sí solas, por más fuerte que sea su voluntad, de la trampa de pobreza: necesitan un factor externo, una ayuda que les permita salir de la dinámica en la que se encuentran. La segunda es que para conseguir que ese apoyo sea efectivo resultan fundamentales los incentivos que genere, de ahí el valor de las intervenciones que se producen desde un enfoque individualizado y un entorno comunitario.
En este sentido, la aprobación del ingreso mínimo vital supone sin duda un avance considerable a la hora de establecer un marco común de intervención sobre la situación de las personas que se encuentran atrapadas por la pobreza en nuestro país. Sólo su potencial emancipador ya justificaría, un apoyo decidido desde una perspectiva liberal, pues nadie que profese la defensa de la libertad podría desear nada más alto que el que todos sus congéneres puedan participar en su plenitud de su ejercicio y de la responsabilidad que conlleva.
Ahora bien, asumiendo que se trata de una condición necesaria, no basta para ser suficiente. Porque para que esta política cumpla realmente su objetivo emancipador no alcanza con garantizar una prestación económica con carácter estable. Hacerlo, por sí solo, aunque sin duda mejoraría de manera notable las condiciones de vida de sus beneficiarios, desde el punto de vista de la autonomía personal no supondría más que sustituir unas servidumbres, las que impone la pobreza, por otra respecto de la propia prestación.
Para evitarlo, resulta preciso que la percepción del ingreso mínimo vital se acompañe de un amplio abanico de acciones para la inclusión social de sus beneficiarios, diseñadas previo diagnóstico del perfil personal y las necesidades del beneficiario, articuladas en un programa personalizado de intervención y desplegadas a través de un itinerario individualizado sujeto a supervisión y evaluación continua. Sólo así se podrá garantizar el objetivo que da sentido a esta política: conseguir que las personas que la reciban logren por sí mismas, con los apoyos precisos, superar la trampa de la pobreza y alcanzar un nuevo equilibrio en el que esta prestación no resulte necesaria.
Este apartado fundamental es, paradójicamente, aquel en el que el ingreso mínimo vital se encuentra menos definido, en los términos en que está actualmente regulado. Y no lo es por un error de planteamiento, sino, como sucede con otras políticas, por razón de competencia. Son las Comunidades Autónomas las competentes para el diseño, ejecución y seguimiento de estas acciones para la inserción social y laboral de los beneficiarios de esta prestación. En su buen hacer respecto a este cometido, en coordinación con el Instituto Nacional de la Seguridad Social, se jugará la diferencia de que esta política sea un parche más o una herramienta verdaderamente eficaz para lograr que muchas personas puedan salir de la pobreza, algo que no va sólo en su propio beneficio, sino en el de toda la sociedad.
Notas
Hoy tenemos la suerte de leer a Ramón Mateo, al que no le gustan las etiquetas, como buen liberal, y se define como economista, a secas. Ramón dedica su tiempo a averiguar cómo arreglar España, y parece que aún no está agotado. Desde sus escritos en Agenda Pública de El País a Politikon y muchos otros foros, me quedo con “What would Keynes (and Cassel) do?”, con su capacidad para explicarnos qué son los ‘dólares Geary-Khamis’ y el ‘índice Big-Mac’, y con “Cómo mantener viva la economía hasta vencer al coronavirus”, del que espero verificación, y por supuesto con su contribución hoy aquí sobre el Impuesto Mínimo Vital. Disfruten.
Fuente: https://murciaeconomia.com/art/74987/ramon-mateo-el-ingreso-minimo-vital-necesita-un-catalizador-para-superar-la-trampa-de-pobreza
28 de noviembre de 2020. ESPAÑA