¿Quién teme a Ratzinger?

El siglo XIII fue el de las grandes síntesis escolásticas en la filosofía medieval en Europa. Prosiguiendo la labor de Alberto Magno, Tomás de Aquino fue quien, enfrentándose a la teología agustinista (ideología orgánica de las sociedades feudales), estableció de manera definitiva la conciliación de la filosofía de Aristóteles con la doctrina católica. Esta conciliación marcará la historia del pensamiento occidental hasta nuestros días.
En el siglo XIII, la religión no se reduce ya a una prédica a los siervos. La nobleza feudal se enfrenta a la alianza de la monarquía con la nueva clase social ascendente, una burguesía ligada al comercio, a las artes y a las universidades (donde los maestros seculares empiezan a reclamar el derecho al estudio del aristotelismo). En este orden de cosas, la Iglesia comienza a romper el asilamiento de los monasterios y a fundar conventos en las ciudades (donde está naciendo el poder económico). Pero para entrar en las ciudades, para predicar a sus nuevos fieles, necesita elaborar un discurso adaptado a las circunstancias. El dogma cristiano debe modernizarse, y conciliar sus principios sobrenaturales con las explicaciones naturales de la realidad, explicaciones que son irrenunciables dentro de la visión del mundo que se tiene dentro de los burgos. En otras palabras, la Iglesia tiene que apropiarse de un discurso científico; y este discurso es el de Aristóteles.

Para Tomás de Aquino, siguiendo la doctrina, el hombre es un ser imperfecto en dones a partir de su expulsión del paraíso; no puede ganar la salvación por sí solo, de modo que requiere de la ayuda externa (externa a su naturaleza) de la gracia divina. De manera que el hombre posee una serie de dones naturales, entre los cuales está su razón, los cuales sin embargo no bastan para alcanzar la salvación, que se obtiene por medio de la fe movida por la gracia divina. De este modo, el planteamiento tomista establece una síntesis entre razón y fe en la cual ésta prima sobre aquella, pero sin anularla (como hacía la teología agustinista). Tomás resuelve que existen tres tipos de verdades: naturales (se pueden alcanzar por medio del uso de la razón), reveladas (artículos de fe que se conocen por el entendimiento guiado por la gracia), y preámbulos de la fe (que pueden alcanzarse o bien por medio de la razón, o bien por medio de la fe; ello según las capacidades intelectuales de cada individuo). Cada cosa en su sitio, y la religión en todas ellas.

Cuando Benedicto XVI reclama una ciencia que no se pretenda autosuficiente de la fe

(http://www.publico.es/espana/283416/papa/pide/ciencia/autosuficiente/sino/abierta/fe)

se está situando, en lo fundamental, dentro de este esquema de razonamiento, el de la síntesis tomista. Ahora bien, Benedicto dice más: él no quiere una ciencia abierta a la fe, él quiere en realidad una ciencia sometida a la última palabra de la fe. Cuando Tomás de Aquino retoma a Aristóteles, a partir de una interpretación (por supuesto) católica, está situándose en la vanguardia de la ciencia de su época. Está poniendo a la Iglesia a la cabeza de un camino que todos los pensadores van a tener que seguir hasta la revolución científica del XVI. En cambio, cuando Benedicto pronuncia su discurso, está reclamando que la ciencia del siglo XXI retroceda hacia Aristóteles.

Por eso, la posición de Benedicto y los suyos no es la misma posición de Tomás de Aquino. Tomás de Aquino no había dicho sólo que ciencia y revelación sean necesarias para comprender la realidad (palabras de Ratzinger). Tomás había dicho que la ciencia era necesaria para conocer las verdades naturales, pero la revelación era la única que conducía a la salvación. Y en eso consistió la síntesis tomista, una de las más heroicas epopeyas de la filosofía occidental.

La posición de Benedicto recuerda más bien a aquellas circunstancias que en el siglo XIV dieron origen al nominalismo. En 1277, el obispo de París, Etienne Tempier, emite una célebre condena en la cual se rechazan y excomulgan las tesis averroístas. La idea es enfrentar a todos aquellos filósofos que enseñan doctrinas paganas amparándose en la teoría de la doble verdad (esto es, aquella que considera que existe una verdad natural y otra verdad revelada). El problema está en que en esta torpe condena, se incluyen no sólo las posiciones averroístas, sino también las de Tomás de Aquino y en general el aristotelismo (sospechoso, en tanto que siempre había sido un discurso sobre la naturaleza). Esta condena, que fue un triunfo de la teología agustinista, supone una de las muchas señales de ruptura que pueblan el siglo XIV, junto con el apogeo de los movimientos místicos (ahí está Eckhart) y que marcan el desmembramiento de la filosofía y el ascenso de los primeros conatos de investigación científica independiente. Aquella victoria de la teología no hizo sino romper el delicado equilibrio que en el siglo XIII se había establecido entre razón y fe. Cuando se prohíbe a Aristóteles, se fuerza a los físicos consecuentes a que trabajen de espaldas a la fe.

Estas básicas lecciones de historia deberían hacernos reflexionar, de un modo más profundo, acerca de la importancia del papado de Benedicto XVI. ¿Estamos enfrentándonos a una peligrosa ofensiva integrista? ¿Tienen algo serio que temer los científicos, los librepensadores, los ilustrados, ante las continuas y a menudo agresivas declaraciones de Benedicto, de nuestro Rouco Varela, de nuestro Antonio Cañizares? Marx decía que todos los grandes acontecimientos se producen dos veces: la primera vez como tragedia, la segunda como farsa. Juan Pablo II, el gran inquisidor del comunismo, el que vendió la Iglesia a los grupos católicos de ultraderecha, el que aplastó cualquier alternativa teológica… encuentra su repetición cómica en Ratzinger. Lo irónico es que el antiguo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe en tiempos de Wojtyła resulta ser ahora, en su propio papado, un tigre infinitamente menos temible de lo que haya sido su predecesor. Wojtyła había llegado al fondo de aquella tarea inquisitorial; la Iglesia ya es (por lo que respecta a sus centros de poder) un inmóvil reducto del extremismo. Lo único que puede hacer Benedicto es seguir ahí, repetir el discurso, pedir el poder absoluto de la religión en todas las esferas de la sociedad. Pero como diría Hölderlin con razón, allí donde hay un gran peligro se encuentra también la salvación. Y es que al igual que el obispo Tempier, Ratzinger ha roto la cuerda (tensada por su predecesor). Su discurso no es sino el síntoma de la completa ruptura de la Iglesia con los tiempos actuales, con la sociedad, con la ciencia, con la razón.

De modo que los científicos de todo el mundo están de enhorabuena: un Papa integrista puede mantener abierta esta ruptura y mantener la libertad de la investigación científica y racional de espaldas al catolicismo.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=98221

Web: http://enuntrenenmarcha.googlepages.com

SPAIN. 7 de enero de 2010

9 comentarios ¿Quién teme a Ratzinger?

  1. Xavier Antoine

    Muchos Cientificos creen que son poseedores de la verdad absoluta, les falta la humildad.
    La ciencia y la religion no estan peleadas. Sino son los que ignoran uno y otro tema los que creen eso.
    Y en tercera, para no variar los comecuras han vuelto a malinterpretar al Papa y sacar de su contexto sus declaraciónes, para de esa manera seguir manipulando la informacion para sus intereses.
    Los Hijos de Marx y Nieztsche atacan de nuevo. No entienden que sus ideologias Comunismo-Nazismo provoco millones de muertos, aun asi siguen ladrando.

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  2. vicenteoswaldog

    el problema no es ratzinger el problema es la ola de neoconservadurismo que estan dispuestos a superar todo esto buscando por todos los medios reestablecer su discurso legitimador…

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  3. vicenteoswaldog

    popper planteaba que las teorias cientificas deben ser falsables por eso cualquier persona que ignore esto falla si pretende demostrar cientificamente cualquier argumento,la ciencia no desconoce la experiencia religiosa pero como experiencia subjetiva,de su parte los religiosos hablan de revelacion como de un artista y su obra,pero en la obra se conoce el artista y estamos muy lejos todavia de comprender este universo,unos se contententa pensando que debe haber un artista otros se contentan mas estudiando la obra

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  4. Antonio Corredor

    La Iglesia vuelve a remarcar su anacrónismo, ese estar fuera del tiempo que nos tocó, que vivimos; en vez de pretender “subirse al carro” de la modernidad, se empeña en prohibir el preservativo y menospreciar al sexo femenino no permitiendole ejercer el sacerdocio, no es pues de extrañar, que también en materia de ciencia siga el susodicho anacronismo, la diferencia entre ahora y el siglo XIII, es que la Iglesia ya no tiene el poder hegemonico, sino que más bien cada vez está más aislada en la extrema derecha intelectualmente hablando.
    Antes la sociedad [siglo XIII], iba al compás de la Iglesia, ahora no seria de extrañar que en parte al menos, fuese al contrario.
    El anacronismo de la Iglesia sólo le puede llevar a su extinción, pues ésta no va a cambiar la sociedad, ya libre.

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  5. elias

    No seré yo quien defienda a la Iglesia, aunque tampoco seré, quien le ataque. Simplemente haré unas matizaciones.

    1)No se puede hablar de la Iglesia como si fuera un bloque o un todo monolítico. O es que acaso, es igual la Iglesia Hispanoamérica que la Europea ¿Es igual la teología de la Liberación que cualquier otra teología desarrollada desde el Vaticano, o desde el mal denominado, Primer Mundo?

    2)“La iglesia” no pretende una sumisión de la ciencia a la fe. Simplemente pretende delimitar el campo de aplicación de cada una, intentando en la medida de lo posible, acercar posturas. El que la Iglesia no se “suba al carro” de la modernidad o de algún tipo de “cientifismo” no conlleva necesariamente ningún tipo de anacronismo

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  6. elespecialista

    Ya se dijo alguna vez :¿Que sabe el hombre animal de las cosas del espíritu? . Querer desmembrar al hombre de su materialidad y de su espiritualidad será siempre un atentado contra el mismo hombre. Intentar confrontar la fé y la razón producirán el mismo efecto nocivo que antaño produjeron antecesores nuestros. Lo cierto es que no siendo nosotros causa ni sustento propios, debemos buscar la causa y no se llega a ella por la simple razón, pues aun cuando grandiosa no deja de ser finita.
    Ni fe ni razón se someten una a la otra ambas se complementan al igual que alma y materia conforman la especie humana.
    Por tanto intentar arrancar y negar la religiosidad de la persona equivale tanto como a mutilarla, por otra parte, cada quien es libre de creer en lo que mejor le parezca, sin embargo, apegandonos un poco a los principios de la moral y la etica, estamos obligados a encontrar la verdad que es el objeto propio del intelecto y apegarnos a ella, si no lo hacemos faltamos a nuestra integridad en primer termino y nos mantenemos en la mediocridad de no dar la atención debida a la causa de las causas.
    La razón nos deja en el umbral de la verdad y la gracia nos lleva a vivir en ella. Hasta aquí por esta vez

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  7. Joseph Kabamba

    No me parece objetivo el artículo.
    Tomás de Aquino no se “enfrentó” a la teología agustiniana, no era ése su talante. Intentó ser fiel a la verdad tomando como autoridad, entre otros, a Agustín de Hipona.

    La conciliación de la filosofía de Aristóteles con la doctrina cristiana marca positivamente la historia del pensamiento occidental. Pues aclara que razón y fe van de la mano. No es signo de cerrazón, sino de apertura.

    Los monasterios no estaban aislados en la Edad Media. Eran foco del desarrollo. La teología bíblica desarrollada en ellos alcanza metas muy altas, que sirven de orientación en nuestros días.

    El nacimiento de las universidades, gracias a las escuelas unidas a las catedrales, supone la entrada de otra dimensión de la teología, ya iniciada por los primeros filósofos cristianos: comprender cada vez mejor la Revelación, gracias a la razón.

    El motivo del nuevo método no es económico o de poder. Es el desarrollo natural de la fe que busca entender. Y, repito, se encuentra ya en los primeros cristianos, cuando se separan de las supersticiones del culto romano, y se vuelven hacia la filosofía. Es lo que Benedicto XVI explicó en Ratisbona: la helenización del cristianismo es la vía natural para la comprensión de la fe.

    El dogma cristiano no se “moderniza”, sino que crece en profundidad y claridad, tal como el cardenal Newman explicó.

    El hombre no necesita la gracia, la ayuda de Dios, después de la caída del Paraíso. También antes la necesita, pues la salvación no es obra del hombre, sino de Dios. Es Dios quien crea y llama.

    La salvación se obtiene por la fe (que viene con la gracia), pero la fe debe ser asimilada, comprendida, razonada. Los cristianos debemos dar razón de nuestra esperanza.

    Benedicto XVI prosigue la teología, tal como hizo Agustin de Hipona y Tomás de Aquino, pero sobre todo Buenaventura y Guardini.
    No se trata de “someter” la ciencia, sino evitar reducirla a una racionalidad estrictamente experimental.
    La ciencia, en el ámbito experimental, tiene su palabra, que ayuda a comprender lo que sabemos más allá de la estricta racionalidad científica. Por ejemplo, el amor no se puede medir con un instrumento científico.

    Benedicto XVI no se está quedando en Tomás de Aquino, va mucho más allá, mostrándonos la belleza del misterio. Ciencia y revelación son necesarias para comprender la realidad. Pero también es necesario el diálogo, la comprensión, la bondad…

    Tiene usted razón al apuntar los trágicos acontecimientos del siglo XIV, que impidieron a tantos pensadores de proseguir el camino de la buena escolástica del XIII.
    Pero los físicos consecuentes no trabajaron de espaldas a la fe.
    Siempre hubo científicos que supieron conciliar, no puede ser de otro modo, razón y fe.

    Presentar, a la altura de nuestro tiempo, un enfrentamiento entre integristas y progresistas es volver a los años 60 del siglo pasado.
    El siglo XXI, siglo de la globalización, marca el camino de la tolerancia, del diálogo enriquecedor, como hemos visto en el viaje del Papa a Inglaterra.

    Cuando el muro de Berlín ha caído, seguir levantando barreras y caricaturizar a las grandes personalidades cristianas está fuera de sitio en un foro filosófico. Son procedimientos empleados por los políticos en sus debates parlamentarios.

    Juan Pablo II, el Papa tan amado, supo ganar el cariño de tantos hombres y mujeres del mundo entero. Benedicto XVI no es un tigre sin garras. Es un hombre bueno. Y un sabio, que no pide ningún poder para la religión.

    Cuando los medios informativos manipulados por los lobbys anticristianos deforman la imagen de ese hombre bueno, el pueblo sabe reconocer a quienes le aman.

    Siento que mi amigo Antonio Corredor se haya sumado a un artículo tan poco conciliador.

    Atentamente
    Joseph Kabamba

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