En su histórica intervención en Westminster Hall, el Papa arranca de unas preguntas que son centrales en unas sociedades frustradas por el fracaso de la ética secular, que afecta desde el papel de los partidos políticos a las causas profundas de la crisis económica. Las cuestiones de fondo son estas:
¿Qué exigencias pueden imponer razonablemente los gobiernos a los ciudadanos?
¿Dónde se encuentra la fundamentación ética de las decisiones políticas?
Benedicto XVI sostiene que no es suficiente el consenso –no digamos ya la mayoría- porque es demasiado frágil, y los resultados de la vida pública le dan la razón. Los bancos basan su negocio en que sólo deben responder a las obligaciones contraídas con menos de un 10% de capital propio, el Estado asume un sistema fiscal notoriamente injusto, el paro es la solución para superar la crisis, causada por una ruptura brutal de la ética que todavía perdura.
Todos estos ejemplos gozan de un gran consenso político en el sentido de que ningún partido con representación parlamentaria, ni los propios sindicatos, proponen grandes cambios. Más bien, todo se limita a preguntarse ¿dónde está mi queso? Pero ese ‘consenso’ no debe evitar su cuestionamiento.
¿Es inexorable que la economía y la vidapolítica funcionen como funcionan?
El Papa nos dice que no, y que la respuesta se encuentra en otra fundamentación, la del encuentro y diálogo entre “la racionalidad secular y el mundo de las creencias religiosas porque se necesitan uno del otro. De ahí que la religión no es un problema que los legisladores deban solucionar, sino una contribución vital al debate”.
Así, por ejemplo, cuando la Iglesia católica afirma que el objetivo de toda política es el bien común, no está planteando un abstracto universal, propio de la grandilocuencia, sino algo muy concreto. Cada política debe pasar por el tamiz de ver si consigue mejorar las condiciones que hacen posible que se acreciente el bien de cada persona real, de cada familia. Y es que en realidad, como dice Habermas, el intelectual vivo más intelectual de la izquierda, “la democracia depende de actitudes morales que proceden de fuentes prepolíticas, por ejemplo de los proyectos religiosos”.
Bien, pero a partir de aquí comienza el interrogante propio de los laicos, el de la aplicabilidad, y sobre eso deseo apuntar algunas tareas que creo necesarias. Una es la del proyecto cultural. Los católicos hemos de ser capaces de ofrecer una concepción al pensamiento secular y establecer, esforzándonos en ello, un diálogo sistemático que exige en muchas ocasiones la traducción de categorías religiosas al lenguaje profano. La doctrina social de la Iglesia, las aportaciones de los dos últimos papas y, como no, el tomismo, tienen mucho que aportar.
La segunda cuestión se refiere a la política en el ámbito de acción. Las carencias profundas sólo encontrarán respuesta si promovemos la participación de la gente en todos los ámbitos y buscamos su encauzamiento mediante la formación y práctica en las virtudes cívicas. Volveremos sobre esto, mientras si tienen interés lean los textos de Alinsky en la red, ese americano experto en movilizar personas, y un gran amigo de Maritain, con el que el Cardenal Montini antes de ser Papa sostuvo una buena relación.
Fuente: http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=17996&id_seccion=27
SPAIN. 24 de septiembre de 2010