Aristóteles había creído en un universo estático, bajo la presencia de gran divinidad, que parecía indiferente a su creación, inmutable y por momentos hasta ociosa… El sol debería girar alrededor de la tierra, planeta central para la creación. Estas ideas primordiales causaron gran impacto y de hecho fueron adoptadas por los primeros cristianos.
Cuando aparecieron las ideas Copernicanas sobre la movilidad del universo, pero sobre todo el dinamismo giratorio de la tierra alrededor del sol, la situación empezó a cambiar. Giordano Bruno, un antiguo fraile dominico, pasó su vida obsesionado y perseguido por compartir gran parte de estas ideas: “El universo es infinito y está vivo”. Por esto un jueves de Febrero del año 1600 el Santo Oficio ordenó quemarlo vivo por hereje. Por esos mismos años Descartes imprime la “duda universal” a todas las cosas, esta idea hace mella en la raíz de todas las certezas conocidas hasta entonces, incluso en la certeza de Dios: de la duda nace pues la inevitable confrontación entre la razón y la fe.
Entre el “pienso, luego existo” y el “creo, luego existo”. El método experimental cartesiano, racional, que busca la evidencia y la certeza para encontrar la verdad. Para ello habría que separar la materia, que se puede medir y cuantificar, de lo espiritual y del alma. Descartes no aplicaba su método en lo espiritual “por respeto” a estas “verdades oscuras de la fe”. Pero no fue hasta la condena de Galileo por la inquisición romana en 1633, donde las autoridades eclesiásticas proclamaban y defendían su autoridad sobre todas las cosas, se trataba de salvaguardar la vieja concepción del mundo, y de cimentar la obediencia ciega. Por esa teoría giratoria de la tierra, se obligó a Galileo a mantenerse siempre en el terreno de la hipótesis, pues dichos conocimientos en nada contribuyen a la salvación del ser humano. Muchos consideran que la condena de Galileo y, con ello, de la ciencia, marcó la ruptura, y se le conoce no sin razón como una de las principales catástrofes en la historia de la Iglesia. Ahí nació el abismo entre la ciencia moderna y la fe. La Ciencia casada con la razón y la duda nunca podrán resolver las contradicciones y paradojas de la vida- mucho menos el misterio de la muerte-, así es como piensan los teólogos más conservadores, por eso es indispensable que el hombre se someta a un entendimiento superior: Dios. El hombre no conoce a Dios por la razón y la ciencia, sino por el sentimiento y el corazón, por la fe. Así, las cosas no parecían ir por buen camino, las cuestiones de la fe nada tenían que ver con la causalidad ni con lo material. Uno de los promotores de esta corriente materialista o científica fue Feuerbach: El hombre proyecta a Dios. El hombre hizo a Dios a su imagen y lo proyecta fuera y dentro de si. Todas las cualidades divinas como la inmortalidad y el amor son deseos del hombre. La religión es el hombre mismo. Nuevamente estas ideas ateas no hicieron más que hacer más grande la herida entre la ciencia y religión. Pero entonces ¿quien tiene la razón?
Hasta entonces y a excepción de la teoría Darwinista la biología y la medicina parecían apartadas de estas cuestiones filosóficas y teológicas. Sin embargo no tardó en aparecer para 1800 lo que podría llamarse el materialismo médico, de hecho, los más radicales de esta corriente pensaban que el médico debería ser por naturaleza ateo. Esto nada tendría que ver con el ateismo marxista que por su parte promulgaba la abolición de las clases sociales para alcanzar la libertad y la salvación .La ciencia médica hizo su aparición a través de Sigmund Freud, con su famosa teoría del inconsciente, lugar donde habitan todos los deseos reprimidos, y que para llegar a el, estableció la técnica de la “libre asociación” y de la interpretación de los sueños. Poco a poco Freud se fue introduciendo cada vez más en el terreno religioso: “Las ideas religiosas son ilusiones, realizaciones de los más antiguos, intensos y apremiantes deseos de la humanidad”. El hombre en su inclinación natural hacia la madre y deseo de que muera el rival, mata y sacrifica al padre, para después llorarlo y venerarlo; para Freud esta es la génesis de cualquier religión: El complejo de Edipo. El hombre así se comporta como un niño desvalido, un neurótico obsesivo: “La religión es la neurosis universal”. Freud fue toda una “moda cultural” entre los intelectuales. Pero rápidamente brotaron las criticas contra la ciencia, por ejemplo: “el científico moderno está inconforme con las formas gastadas del cristianismo antiguo, y desea liberarse a toda costa de la fe, acompañado de un extraño sentimiento de culpabilidad, como si él mismo hubiera matado al Dios, en el que el no puede creer, pero cuya ausencia no puede soportar”.
En nuestros días las diferencias continuan.Hasta ahora todas las corrientes ideológicas, políticas, sociales, biológicas y científicas han fallado en su predicción del hombre sin religión; desde siempre el hombre primitivo y el actual nunca dejará de creer.
[email protected]
Fuente: http://impreso.milenio.com/node/9135214
MÉXICO. 25 de marzo de 2012