Por Fernando Rodríguez Genovés
Reseña del ensayo The Psichology of Totalitarism (2022) de Mattias Desmet
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La desolación producida tras la escenificación, extensiva e intensiva, de la Agenda Globalista (también conocida como «Agenda 2030» y «Nuevo Orden Mundial») no podía dejar fuera de su efecto funesto la producción editorial de ensayos y estudios críticos sobre el presente, sea en forma de libros, de artículos o simples comentarios, por lo general, moderadísimos… Por ello, resulta un auténtico acontecimiento, un hecho extraordinario, la publicación del estudio analítico, y verdaderamente crítico,The Psichology of Totalitarism (2022), del profesor y psicólogo clínico belga, Mattias Desmet.
La importancia y el valor de dicho ensayo queda patente, en primer lugar, al percatar el lector en el mismo la valentía y la honestidad de un discurso expresivo que se distancia, ya desde el terreno formal, de la «narrativa» y la corrección lingüística, lamentablemente, tanto en los muchos textos secuaces y adeptos al plan de dominación a escala planetaria cuanto a los pocos desafectos o abiertamente contrarios a tan descomunal maniobra. Y conste que apunto hacia un asunto nada baladí, pues, como ha quedado demostrado, el avance del totalitarismo empieza irremisiblemente con la deconstrucción del lenguaje, condición y plataforma sobre la que se asienta y progresa. Por lo demás, la valentía y la honestidad a las que aludo son también especialmente destacables tratándose de un autor que realiza su labor profesional en los campos sanitario y académico, dos de los más implicados en la expansión y la justificación de la global trama liberticida.
«La intención de la neolengua no era solamente proveer un medio de expresión a la cosmovisión y hábitos mentales propios de los devotos del Ingsoc [Socialismo Inglés en la novela; hoy, en la realidad,totalitarismo pandemoníaco], sino también imposibilitar otras formas de pensamiento. Lo que se pretendía era que una vez la neolengua fuera adoptada de una vez por todas y la vieja lengua olvidada, cualquier pensamiento herético, es decir, un pensamiento divergente de los principios del Ingsoc, fuera literalmente impensable, o por lo menos en tanto que el pensamiento depende de las palabras.» (George Orwell, Apéndice «Los principios de neolengua» a la novela 1984, 1948.)
Así pues, Mattias Desmet, con conocimiento y experiencia profesional, ofrece una diagnosis y una prescripción de hechos referidas directamente al valor de la ciencia y la verdad, al tiempo que a la importancia de la salud (física y mental), el bienestar y la vida de los individuos, agredidos implacablemente por las medidas tomadas por los Gobiernos nacionales (a instancias y al dictamen del Alto Mando Global), sea en forma de confinamientos (lockdown u arrestos domiciliarios generales), planes de vacunación «universal» de hombres, mujeres y niños), uso obligatorio de mascarillas, «distancia social»,test PCR de la señorita Pepis, sea en las siniestras normativas implantadas en el programa de hospitalización y tratamientos médicos lesivos bajo el pretexto de frenar una denominada «pandemia», sea, en fin, en generar una situación de acoso, intimidación, adoctrinamiento, de intromisión en la vida de las personas, hasta las esferas más íntimas, que se han traducido (se están traduciendo) en un terrible aumento de mortalidad, suicidios, síndromes de ansiedad y depresión, entre otros muchos más trastornos.
«El exceso de mortalidad no es necesariamente indicador de mortalidad del virus. Puede ser también consecuencia de daños colaterales debidos a las medidas que decían mitigar sus efectos (reducción de la inmunidad, tratamientos fallidos, suicidio, depresión, adicción, pobreza, hambre, etcétera) o el resultado de los mismos tratamientos.»{1}
El doctrinario (pues no puede hablarse, en rigor, de «ideología», cuando venimos de la era de las posideologías) que inspira el programa globalista se reduce a una visión mecanicista de la realidad, basada más en los números y las estadísticas que en los hechos: «El mundo y el hombre son una máquina y, como tal, pueden ser comprendidos y manipulados.»{2}
Este recurso reduccionista, amplificado y publicitado por los medios de comunicación y las instituciones en el ámbito educativo, es fácilmente receptivo e impresionable para una opinión pública mayoritariamente crédula, obediente a la autoridad (hasta la sumisión) y con escaso espíritu crítico. Lo cual ha sido fundamentado por teorías del conformismo y la obediencia, como las desarrolladas por Stanley Milgram, basadas a su vez en los trabajos de Solomon Asch, y proseguidas por Stanley Shiller, entre otros autores, quien dejó escrito en el ensayo Shiller, Robert (2005). IrrationalExuberance (2nd ed. 2005). Princeton, New Jersey, EE. UU.: Princeton UniversityPress. p. 158.: «[Los individuos] han aprendido que cuando los expertos les dicen que algo está bien, probablemente lo sea, aunque no parezca ser así.»
Y, en efecto, desde entonces, cuando menos, los denominados «expertos» han adquirido ha condición de gurús sabelotodo, de sujetos mediáticos que parecen (el poder de la apariencia) tener todas las respuestas, cuando no van más allá de la condición de voceros y portavocesdel guión que reciben, de los aparatos de propaganda, y que repiten, eso sí, con mucha pompa y circunstancia. Por efecto, de dicha propaganda, lubricada por la candidez popular, estos nigromantes y aprendices de brujo pasan por especialistas en la materia que fuere con ínfulas de entidad científica. Ocurre que la ciencia, propiamente dicha, es cosa bien distinta de lo que parece y lo que suele aparecer en las pantallas.
Para la perspectiva de comprensión abierta en la «coronavirus crisis» los datos tiene más valor que los hechos, manipulando unos y otros en función de los intereses de comunicación. El Big Datayel Big Brother confluyen mutuamente. De este modo, se bastardea una premisa básica en la teoría del conocimiento, como es que los datos por sí mismos no son ni dicen nada al margen del cuerpo teórico o ideológico en que están insertos. Sucede, con todo, que el maremágnum de la «narrativa» oficial no remite a teoría o ideología alguna, sino a un prontuario informe en el que no tienen cabida, según los principios lógicos centrales (identidad, no contradicción y tercio excluso), un batiburrillo de tópicos, frases hechas, mentiras y expresiones sin sentido ni significación. Semejante revoltillo no puede propiamente llamársele «narrativa» (noción que sugiere una cierta coherencia expositiva interna) sino más bien relato,fábula,cuento o historieta. Resulta, entonces, esencial que las emisiones lingüísticas emanadas de la Doctrina Oficial, por medio de sus promotores o portavoces no sean recibidas por el receptor aislándolas del aparato de propaganda que los propulsa ni de las intenciones —a menudo, no manifiestas— que conllevan.
«El discurso en torno a la crisis del coronavirus muestra unas características típicas del tipo de discurso que condujo al surgimiento de los regímenes totalitarios del siglo XX: el uso excesivo de números y estadísticas que muestran un “desprecio total por los hechos”, la confusión de la línea entre realidad y ficción, y una creencia ideológica fanática que justifica el engaño y la manipulación y, en última instancia, los límites.»{3}
Con todo, y sin embargo, las consignas y las acciones globalistas cautivan a la población. Las órdenes, en los distintos niveles de mando y comando, son obedecidas por la muchedumbre, con notables y muy escasas excepciones, la de individuos críticos, estigmatizados éstos, genéricamente, con el rótulo «conspiranoicos» (la etiqueta «conspiranoico» es para el globalismo lo que «fascista» para el socialismo).
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¿Cómo explicar semejante fenómeno de masas respecto a la sumisión y las conductas mansas?
Venimos, apunta Desmet, de una larga trayectoria en que la sociedad ha sido contaminada por el miedo y la sensación genérica de inseguridad, lo cual ha condicionado tanto sus hábitos de conducta como la reacción a los peligros reales, frecuentemente, confundidos con los ficticios; en realidad, se trata de que los sujetos confundan realidad y ficción, lo que conlleva inevitablemente reaccionesdesproporcionadas, de sobreactuación. Entre una larga lista de turbaciones y espantos, destacan dos más uno, principalmente, por su repercusión en el comportamiento personal y colectivo: el SIDA y el terrorismo global, a los que se suma el alarmismo generado alrededor del clima climático (ellos lo llaman «cambio climático»).
«La respuesta de COVID-19 es un buen ejemplo: la maníaca prevención de infecciones condujo a un aumento incalculable del sufrimiento debido a tratamientos atrasados, a la violencia doméstica, a la desesperación psicológica y a la inseguridad alimentaria en el mundo en desarrollo. En otras palabras, el tratar frenéticamente de evitar cualquier peligro, paradójicamente, se vuelve muy peligroso.»{4}
Los primeros casos identificados como casos de SIDA, o síndrome de inmunodeficiencia adquirida (AIDS: siglas en inglés), están fechados a principios de la década de los años setenta, y fue en la siguiente década cuando fue reconocida como pandemia por los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos. Dado que una de las principales causas de dicha infección viral es causada por determinadas prácticas sexuales (anal y oral, asociadas, generalmente, a la homosexualidad y la prostitución), el impacto social de su existencia y frecuencia afectó a los hábitos usuales de la época en relación a la conducta sexual y/o de simple contacto entre personas. Con todo, las medidas sanitarias no fueron de carácter universal, sino dirigidas sólo a los individuos afectados, los próximos a ellos y los grupos de riesgo. Así, la llamada «libertad sexual» proclamada en la «década prodigiosa» dio paso a una ola general de recelo y recato, cuando no de mojigatería, así como retraimiento personal en el comportamiento humano, espontáneo o adquirido.{5} Significativamente, y cuando el VIH/SIDA sigue activo, la nueva moralidad restrictiva y represiva extendida globalmente (la «maníaca prevención de infecciones» de la que habla Desmet cuyo estandarte puede ser la subcultura woke), mientras condena y reprime la prostitución, fomenta y estimula, a su vez desde los medios de comunicación a las escuelas, la «trans-sexualidad», o sexualidad sin fronteras de sexo, edad o condición.
La década prodigiosa… Los orígenes del fenómeno del terrorismo suelen remontarse a mediados del siglo XIX, en referencia al denominado «movimiento nihilista» en Rusia y, en desarrollo, su punto álgido remite a los atentados perpetrados el 11 de septiembre de 2001 en suelo norteamericano por parte de grupos yihadistas islámicos. Mas, es en el década de los años 70 del siglo XX cuando hallamos no sólo un auge cuantitativo de las acciones violentas organizadas sino también su carácter indiscriminado y con amplio efecto en la sociedad, al estar dirigido no sólo a personas concretas sino a la sociedad en su conjunto. Es a partir de ese momento cuando el terrorismo se define, precisamente, por su objetivo preferente de generar terror entre la población. Es más, los grupos terroristas no se limitan a actuar en zonas determinadas del planeta sino que su acción adquiere un ámbito internacional, de aquí que pueda empezar a hablarse, desde entonces, de «terrorismo global».
La grandiosidad y la letalidad, así como la frecuencia, del terrorismo han conllevado un aumento de controles de medidas de seguridad y del movimiento de las personas, así como una restricción considerable en las libertades. Tales prerrogativas en manos de los poderes estatales, no extraña que desemboquen en abusos y extralimitaciones (los Gobiernos siempre hablan de «medidas excepcionales y transitorias) y sirvan como justificación genérica para todo tipo de seguimientos e intervenciones del poder público sobre la vida, tanto pública como privada, y aun íntima, de los individuos; es así que —sean los controles de acceso y uso de medios de transporte, sea el uso de dinero en efectivo, por citar dos casos— pocas acciones personales quedan al margen de la intrusión del Gobierno, todo ello y siempre en nombre de la seguridad y prevención del terrorismo. No es ocioso reparar en que desde 2020 el «terrorismo global» diríase haberse esfumado; acaso haya sido subsumido por otro tipo de globalismo…
La década prodigiosa, sí. La crisis del petróleo de 1973 fue causada por la decisión tomada por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (la OPEP: mayoritariamente, islámicos) de dispensar selectivamente el crudo sólo a países «amigos» y/o que defendiesen causas políticas no contrarias al doctrinario de la Organización (como, por ejemplo, proteger la integridad territorial y la seguridad de Israel). Decisión tan drástica, al tiempo quemás política y estratégica que estrictamente económica, produjo una recesión mundial de la economía.
¿Cómo explicar, en suma, que, por más absurdas que sean las medidas impuestas en la «coronavirus crisis», gran parte de la población las obedezca sin réplica alguna, lo que daría una pista de la expansión, continuidad y radicalidad de aquélla?
«La estrategia de lidiar con el objeto de ansiedad cumple plenamente el propósito de un ritual. La función de los comportamientos ritualistas es la de crear un grupo cohesionado. Se trata de un comportamiento simbólico que tiene como objetivo someter al individuo al grupo.Como tal, el ideal es que tenga un papel práctico lo más pequeño posible, lo que supone el sacrificio del individuo. Piénsese en los sacrificios rituales de alimentos, animales y humanos en las sociedades primitivas. He aquí la explicación de por qué del absurdo de las medidas sobre el coronavirus no encontraron apenas resistencia en parte de la población. En cierto sentido, cuanto más absurdas y exigentes sean las medidas, mejor cumplirán la función de ritual y con más entusiasmo cierta parte de la población las aceptará. Piénsese también, por ejemplo, en este hecho: algunas personas llevaban puesta la mascarilla cuando conducían, incluso yendo solos en el automóvil.»{6}
He aquí una muestra de la enormidad de la catástrofe generalizada. ¿Dónde está el frente?
«Yo no me enfrento a enemigos lejanos, sino a quienes a mi alrededor licitan y cooperan con aquéllos, sin los cuales serían inofensivos.» (Henry David Thoreau, Desobediencia civil, 1848)
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«Otros conceptos erróneos son que los líderes están impulsados principalmente por el dinero (por ejemplo, “seguir el dinero” y “cui bono”) o por el placer sádico (por ejemplo, tener una personalidad psicópata o pervertida). La esencia del totalitarismo no es de naturaleza utilitaria ni egoísta.[…] Dinero y poder sólo constituyen fines intermedios. El objetivo final es hacer realidad una ficción ideológica, y el líder totalitario sacrifica ciegamente sus propios intereses para lograrlo.»{7}
Aplicado a la tarea de ofrecer una explicación psicológica de la «coronavirus crisis», prescindiendo de fáciles, habituales y erróneos recursos comprensivos del fenómeno; como el «follow the money» o a la presunta «locura» de los máximos responsables del desorden mundial, Mattias Desmet sostiene que el terrorismo made in Covid-19 tiene su fundamento en una mórbida tendencia de sugestión perturbada, próxima a los síndromes de hipnosis. El resultado se parece mucho a una especie de crisis de ofuscación (un cierto encantamiento, en fin) que hechiza y ciega tanto a líderes, dirigentes y gobernantes como a la muchedumbre, en general). Lo cual explica que el Alto Mando proclame, a menudo, una orden o establezca medidas, para contradecirlas poco después, y que, en consecuencia, gran parte de la población (gestores profesionales y económicos, así como«expertos científicos», incluidos) las obedezca mecánica y ciegamente, por disparatas o incongruentes que sean (si bien, son adornadas con alambicados motivos, lo que hace todavía más esperpéntica la situación).

El totalitarismo coronado se mueve en un registro absurdo, contradictorio, errático y voluble; poco que ver, en fin, con la maquinaria de poder bien engrasada y disciplinadamente organizada de las cúpulas nacionalsocialista y comunistas. Es más: en estos totalitarismos existe un enemigo perfectamente identificado y definido (los no arios y no germánicos, en el primer caso; el capitalismo burgués, en el segundo), mientras que en el totalitarismo realmente existente en la actualidad el enemigo es uno mismo. O dicho de otro modo: una de las claves de la presente crisis mundial –el publicitado «Nuevo Orden Mundial»– es que adquiere un patente sesgo autodestructivo. Este suceso descomunal es reafirmado por el hecho que son países occidentales losprimordialmente empeñados en la labor de devastación y de deconstrucción de su propios principios de civilización y modo de vida, mientras que, por ejemplo, Rusia y los países islámicos y africanosse mantengan en un segundo plano de acción/reacción, dando a veces la impresión de que estar al margen o a la expectativa de los acontecimientos o en un segundo plano.
El totalitarismo de la «coronavirus crisis» tiene por enemigo a la propia sociedad, reducida a carne de experimento, a cobaya de laboratorio. En los primeros compases de su marcha fúnebre, las residencias de ancianos emulaban la gesta del Gulag y los campos de exterminio nazis; el arresto domiciliado generalizado suponía una práctica de tortura física y psíquica, al tiempo que preparaban el terreno para la consolidación de una masa sumisa (atenaza por el miedo y la esperanza), etcétera. Autodestrucción y «fuego amigo», sí. Mas, atención a esto, un ataque por tierra, mar y aire contra la ciudadanía, un propósito, según la propia arenga globalista (recogido en la Agenda 2030), que pretende reducir drásticamente la población…
«Este proceso produce un rendimiento psicológico. […] a través de una lucha común con “el enemigo”, la sociedad en desintegración recupera su coherencia, energía y significado rudimentario.Por esta razón, la lucha contra el objeto de la ansiedad se convierte en una misión, cargada de patetismo y heroísmo grupal (por ejemplo, el equipo de “11 millones”, decía el Gobierno belga, ganaría al guerra al coronavirus).{8} ¿Pertenece esto a un plan conspirativo?
El capítulo 8 de The Psichology of Totalitarism lleva por título «Conspiracy and Ideology» (Conspiración e ideología).En el mismo, Mesmet realiza un justo y oportuno cuestionamiento del uso (y abuso) del recurso explicativo de «conspiración».
«[…] pensar en términos de conspiraciones resulta tentador. Es por eso que la lógica de la conspiración tiende a desviarse cada vez más de su curso, terminando eventualmente en el reino de lo absurdo, incluso entre personas racionales muy inteligentes.»{9}
En breve: la noción de «conspiración» remite, en su primera acepción, a la acción secreta, o cuando menos reservada y disimulada. Pues bien, como acaba de decirse, los promotores y ejecutores del «Nuevo Orden Mundial» no sólo no ocultan ni esconden ni encubren su «hoja de ruta», sino que presumen de ella, luciendo, como muestra, signos identificativos de pertenecer al club globalista y de estar por la labor, prendedores y chapas (pins) con el círculo multicolor del clan del 30.
En consecuencia, calificar tal empresa tan poco emprendedora de «conspirativa» no sólo resulta equívoco, sino además contraproducente.
«La creencia conspirativa infla hasta el infinito el tamaño del enemigo percibido, de modo que al final uno sólo puede sentirse impotente en comparación con semejante gigante. De esta manera, la creencia conspirativa también encarna un aspecto de autodestrucción.»{10}
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Nos hallamos ante una de las situaciones más trágicas en la historia de la humanidad,en la que se juega nada menos que su propia existencia. Ha habido momentos singularmente dramáticos en esta travesía, y no es el totalitarismo pandemoníaco el primer totalitarismo que ha padecido. El nazismo fue vencido tras una larga y cruenta guerra mundial. El comunismo colapsó sistémicamente en la URSS, en gran medida por la presión interior de una parte importante de la población anhelante de un aire de libertad; aunque siga activo en otras partes del planeta, sea en puestos de poder político o en áreas influyentes de casi todos los países del mundo). ¿Cómo salir del totalitarismo presente? ¿Cuál es el futuro de la humanidad, sino de futuro puede hablarse? Mattias Desmet descarta con razón la opción violenta de atentar contra sujetos y objetos que sostengan o simbolicen la Agenda Globalista. Primero, porque no hay contrapoder suficiente tanto en la misma estructura de poder como en la sociedad para tal propósito. Segundo, porque serían reemplazados inmediatamente por nuevos ejecutivos/ejecutores, sin dañar esencialmente la base de la dominación.
Si una de las causas de la vigencia del totalitarismo presente es el encantamiento (mezcla, como se ha dicho, de hechizo e hipnosis) de la mayor parte de la multitud en tal proyecto letal, esforzarse en fomentar y extender el desencantamiento puede ser una opción a tener en cuenta. Si como sostiene el autor del ensayo, en la masa social puede distinguirse tres grupos –los defensores convencidos, los escépticos en diversos niveles de colaboracionismo (por activa o pasiva) y los críticos respecto a la agenda globalista–, es esencial que el tercer grupo soporte sobre sus hombros y generalice lo más posible el discurso claro y abierto (speakingout), la desobediencia civil y la resistencia activa. Sólo cuando los dos primeros grupos se percaten de que no es factible ni rentable mantener la tiranía globalista podrá advertirse esenciales deserciones en la estructura de poder; pues, como ya observó Etienne de la Boétie en el siglo XVI, no es la virtud del tirano lo que le conserva en el poder sino los miedos, los vicios y las vanas esperanzas de la muchedumbre, que funcionan como sostenes de aquél. En este sentido, resulta fundamental preservar y perseverar en la libertad de expresión (free speech), porque la Guerra Civil Mundial se decide, básicamente, en el área de la comunicación.
Notas
{1} «Excess mortality is not necessarily an indicator of virus mortality. It may also be a consequence of colateral damage of the coronavirus mitigation measures themselves (reduced immunity, delayed treatment, suicide, depression, addiction, poverty, starvation, and so on), or possibly even the result of the treatment.» (al no existir, desgraciadamente, edición en español del libro, ofrezco una traducción mía de éste y de los demás fragmentos del ensayo, y en Notas incluyo la cita tal como consta en la versión original).
{2} «The world and man are a machine and they can be comprehended and manipulated as such.»
{3} «The discourse surrounding the coronavirus crisis shows characteristics that are typical of the type of discourse that led to the emergence of the totalitarian regimes of the twentieth century: the excessive use of numbers and statistics that show a “radical contempt for the facts,” the blurring of the line between fact and fiction, and a fanatical ideological belief that justifies deception and manipulation and ultimately boundaries.»
{4} «The COVID-19 response is a good example: Maniacal avoidance of infections led to an incalculable increase in suffering due to delayed treatments, domestic violence, psychological despair, and food insecurity in the developing world. In otherwords, frantically trying to avoid any danger has, paradoxically, become very dangerous.»
{5} En 1977, Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut publican el ensayo titulado El nuevo desorden amoroso, en cuya contraportada puede leerse: «Con motivo de la edición original de este libro, que tan viva repercusión alcanzó en Francia (y posteriormente en muchos otros países, entre ellos España), Xavier Domingo escribió: “En cada uno de nosotros no hay ni uno ni dos sexos, sino cien mil sexos, escriben en un admirable libro, de entronque fourierista, Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut. El libro se titula El nuevo desorden amoroso e invita a la satisfacción tranquila y consciente de cualquier tipo de capricho sexual, pero, al mismo tiempo, se lanza a fuerte campaña contra la religión del orgasmo rechiana que ha venido sirviendo de bandera y consigna para la liberación sexual en los últimos tiempos. De hecho, El nuevo desorden amoroso es un grandioso himno a las inmensas posibilidades amorosas, muy superiores a las del hombre según los autores, que se encierran en la mujer y que el hombre, víctima de infinidad de tabúes, primero religiosos y luego sexualistas, no saben no gozar ni aprovechar ni, sobre todo, imitar. De objeto de placer, escriben los autores, la mujer se está convirtiendo en modelo de placer… Y también, acojamos en nosotros esa turbulencia de lo femenino por más inquietante que sea”. Nuevo desorden amoroso, pues: contra todos los puritanos, desde luego, pero también contra todos los modernos “liberadores del deseo”, militantes del goce sin desviaciones ni sentimientos, fanáticos de la salu y de la higiene. Contra esta camarilla de “normalizadores” del movimiento feminista y de forma más general, los movimientos minoritarios (gays, lesbianas, prostitutas, travestis, sadomasoquistas, etc.) reivindican la coexistencia de todas las sexualidades, la polimorfia o, más precisamente, la maleabilidad amorosa.»
{6} «The strategy of dealing with the object of anxiety fully accomplishes the purpose of a ritual. The function of ritualistic behaviors is to create group cohesion. It is a symbolic behavior that aims to subject the individual to the group. As such, it must ideally have as Little practical use as possible and require sacrifice on the part of the individual. Think of the ritual sacrifices of food, animals, and humans in primitive societies. That is exactly why the absurdity of the coronavirus measures does not encounter any resistance from part of the population. In a sense, the more absurd and demanding the measures are, the better they will fulfill the function of a ritual and the more enthusiastically a certain part of the population will go along withit. Think, for example, of the fact that some people wear a mask when driving, even if they are the only person in the car.»
{7} «Other misconceptions are that the leaders are primarily driven by money (i.e., “follow the money” and “cui bono”) or sadistic pleasure (i.e., they have a psychopathic or perverted personality). The essence of totalitarianism is not utilitarian or selfish in nature. […] Money and power only constitute intermédiate ends. The ultímate goal is to realice an ideological fiction, and the totalitarian leader blindly sacrifices his own interests to achieve it.»
{8} «This process yields a psychological gain. […] through a common struggle with “the enemy,” the disintegrating society regains its coherence, energy, and rudimentary meaning. For this reason, the fight against the object of anxiety then becomes a mission, laden with pathos and group heroism (for example, the Belgian government’s “team of 11 million” going to war against the coronavirus).»
{9} «[…] thinking in terms of conspiracies become stempting. That’s why the conspiracy logic has a tendency to drift further and further off course, eventually ending up in there alm of the absurd, even among highly intelligent rational people.»
{10} «Conspiracy thinking inflates the sizableness of the perceived enemy into infinity so that in the end one can only feel powerless compared to such a giant. In this way, conspiracy thinking also embodies an aspect of self-destruction.»
Fuente: https://nodulo.org/ec/2025/n210p06.htm
8 de abril de 2025. ESPAÑA