Hoy en día, en nuestro país,los responsables en conducirlo hacia el éxito –de acuerdo al bien común- no han logrado su objetivo; es evidente por hechos conocidos por ustedes que, con honrosas excepciones de algunas autoridades de estado, en general la prudencia gubernativa brilla por su ausencia.
Me refiero, y hago entonación, en que lo anterior acontece debido a la carencia de conocimiento de la prudencia gubernativa y lo lejana que parece la posibilidad de adquirir dicho conocimiento -por múltiples razones- que se irán citando en este trabajo. Principalmente, me concentraré en dos puntos:
1. La ignorancia culpable de la mayoría de los gobernantes sobre su responsabilidad para con la sociedad que deben conducir.
2. La responsabilidad de los intelectuales para con la clase política. Me refiero a los que sí saben la parte teórica de la prudencia gubernativa; su deber es enseñársela a los políticos para que la lleven a la práctica.
1. Ignorancia culpable y responsabilidad política.
Fernando Sellés, cuando habla en su libro, ‘La virtud de la prudencia según Tomás de Aquino’, comenta que la prudencia gubernativa es aquella perfección intrínseca que parece ser un incremento en interioridad, respecto de la prudencia personal o familiar, porque no consiste sólo en dirigir de modo recto el orden al fin, es decir, los propios actos del imperio o mandato que rigen las acciones y operaciones humanas que no realiza, sino también el gobierno de las acciones y obras que deben ejercer los demás hombres de una comunidad política.
Tema toral y trascendente para que un pueblo, país o nación, consiga sus fines temporales y espirituales. Hay entonces, una grave ignorancia culpable: el gobernante no atiende su obligación de estudiarla, mucho menos la de saber cómo ponerla en práctica en sus actos de gobierno.
Aumenta la seriedad de la cuestión, al sumarle al problema ya citado, uno más: el de la corrupción, el cual como todos ustedes saben es de suma importancia.
Sellés, menciona también en su obra: ‘la corrupción política no es más que la manifestación pública de la corrupción privada; sencillamente porque toda virtud tiene una dimensión social, ya que la virtud es el crecimiento de la naturaleza humana, pero como la naturaleza del hombre es social de entrada, no caben -por tanto-, actos de una virtud o de un vicio, que redunden sólo en beneficio o perjuicio de quien lo realiza, sino que repercuten también en provecho o perjuicio de los demás’.
Por los hechos evidentes, en este país, aquí y ahora, es contundente y notoria la ausencia de la prudencia gubernativa en la clase política dirigente. Y no sólo en sus discursos, notas, declaraciones a medios de comunicación masiva y fundamentos de partidos políticos (con honrosas excepciones); manifiestan no conocer las debidas acciones prudentes que deben operar para conseguir el bienestar común.
Ricardo Yepes, en sus ‘Fundamentos de Antropología’ dice: ‘si el fin de la vida social es la vida buena, la política será el arte de dirigir la ciudad de tal modo que los hombres alcancen en ella, una vida lograda’.
Lo político no es tanto el dominio de la maquinaria estatal, como la preocupación para solucionar los problemas que surjan de la convivencia.
El estado, hoy, se mide por el porcentaje de producto interno bruto que, en muchas ocasiones, es manipulado y maquillado; se mide esa vida lograda por el índice de la Organización Mundial de Comercio o por preceptos del Banco Mundial que, aunque –hay que decirlo- son parámetros que ayudan, no son en su totalidad lo que puede llegar a medir el estado de bienestar de una comunidad.
‘Los políticos ya no piensan, ya no tienen ideas’, dice Alejandro Llano y tiene razón el pensador y filósofo español, porque todo lo intentan resolver con sus asesores de ‘war room’, o imitando modelos que siguen ‘a pies juntillas’, sin saber primero si se pueden adoptar en el pueblo mexicano.
Son gobiernos de ocurrencias, de uniones a mediano y largo plazo que nacen de la anécdota, dejando pasar los principios causales de la naturaleza y la cultura del ser humano.
No van más allá de la noticia, de lo inmediato; son pensadores de la superficie del conocimiento. No se atreven a cruzar de los temas particulares, mostratorios y sensibles (a las verdaderas causas y a los debidos fines que la labor de político debiera tener).
La ignorancia culpable es manifiesta: no abrevan en las fuentes debidas; lo que debemos lograr, es hacerles saber que tienen una obligación moral, ya que el conocimiento está a su alcance, lo tienen como una posibilidad, casi a su disposición. Para alcanzarlo sólo les falta su compromiso con la verdad.
2. Responsabilidad intelectual hacia la clase política ignorante.
Casi toda la clase política tiene aptitud para vencer su ignorancia sobre la prudencia gubernativa; no es tanto como que inmediatamente podrá adquirirse la virtud para ponerla en práctica –tal como debiera ser-, pero de entrada, me conforma que le conozcan primero, aunque les cueste un tiempo ponerla en práctica; sería un gran avance que se tuviera ese saber sapiencial.
Una contribución que me parece meritoria, es la que hizo el Dr. Agustín Basave Fernández del Valle cuanto distinguió la Politología y la Politosofía. En cuanto a la primera, expuso, es la que trabaja con hechos observables, materiales y empíricos; no describe cómo es la Política y cuál es su función, ni aborda el por qué de la misma, mucho menos su último para qué. En cambio la segunda, la Politosofía, es una ciencia que brinda los caracteres esenciales e intrínsecos de la Política; demuestra la densidad inteligible y teleológica de la realidad política.
Enseñándole a los políticos la prudencia gubernativa, podrían llegar a alinear, perfectamente, a ella, la praxis política. Pero ¿hasta dónde llega la responsabilidad del intelectual conocedor de toda esta temática?…
Considero que debemos optar por seguir en la divulgación de la ciencias filosóficas hasta donde la capacidad individual o asociada lo permita, mas siempre buscando verdaderamente llegar a las áreas principales, que después extenderían el conocimiento y aportarían lo indicado para mejorar la aplicación práctica.
El uso de plataformas de capacitación en red –como el caso de WebEx- permiten la interacción por todo el país; si bien no son presenciales, que es a lo que la mayoría está acostumbrado, permiten perfectamente la intercomunicación tal y como la actualidad tecnológica nos lo va presentando.
Los espacios en los medios de comunicación son indispensables para la difusión de la verdad; son una opción riesgosa, pero necesaria. Se requieren sabiduría y prudencia para extender los principios que dicta y promueve el saber filosófico, así que podemos actuar. La coordinación con grandiosos intelectuales, directivos de la Sociedad Mexicana de Filosofía, nos permite seguir adelante en la formación propia y de nuestros compatriotas.
Se sabe perfectamente lo que un intelecto puede lograr; se tiene que imperar para conseguir que la prudencia gubernativa sea conocida y valorada por otros intelectuales posmodernos, inmanentistas y relativistas, pero que pueden aportar labor específica para que la clase política que dirige este país también la conozca y la practique.
La propuesta suena ambiciosa, pero quienes logren aportar lo necesario para que se inicie la cruzada, seguramente se sentirán hombres y mujeres felices. Lo que sí es que sin intervención, las cosas no se arreglarán solas; incluso empeorarán.
La postura propuesta, en forma cualitativa, es que todos estamos obligados, en conciencia, a participar; dentro de la infinidad de labores por realizar, la acción individual se verá marcada por la vocación personal.
De manera racional, la Sociedad Mexicana de Filosofía se ha dado a la seria tarea de estudiar los temas que son trascendentes para tener esa vida lograda que toda persona anhela en lo particular y, las más de las veces, para cada uno de los seres humanos en todo el mundo. Es importante subrayar que tanto la nación mexicana como nuestras ‘patrias chicas’, nos exigen implícitamente el hecho de comprometernos a dar más de nosotros mismos.
La Sociedad Mexicana de Filosofía, pues, cumple ya con la propuesta inicial; los Congresos, por ejemplo, son un espacio donde podemos abrevar, decía antes, lo que el intelecto defenderá el resto del tiempo. Un caso similar, admirable, fue en su tiempo el de los Jesuitas del Santo Íñigo de Loyola (sus miembros asistían, en las épocas gloriosas, a Capítulos de renovación, mediante los ejercicios espirituales); era el punto de planeación para todo el siguiente año.
Gracias a Dios se cuenta con la Sociedad Mexicana de Filosofía; con filósofos de autoridad intelectual para seguir produciendo material que nos llevan a enriquecer las cátedras, a promover participaciones regionales y, sobre todo, que nos sirven como faro para guiarnos en la labor que cada uno desempeña en nombre de las ciencias filosóficas.
El Maestro Vasconcelos dijo alguna vez que para cambiar una realidad no deseada, primero hay que vivirla; agregaría que sí, aún contra el riesgo de ‘contaminarse’ en ella: vale la pena porque la conoceremos y podremos aportar lo nuestro para enderezar su rumbo.
Consignémonos labores que despierten conciencias, como por ejemplo buscar y dirigir debates de altura, basándonos primero en excelentes bibliografías, sustentando el pensamiento mediante la elaboración de artículos, aceptando participaciones televisivas, radiofónicas o en foros de páginas web; todo lo que ponga al alcance la vida tecnológica que no podemos ignorar ni evitar del todo, tal como es, para muchos, el caso de las redes sociales, que aunque son restrictivas en espacio y atención, se tiene que reconocer que existen y que tienen su impacto en la actualidad, así que no es posible quedarse fuera. Porque tampoco es posible que permitamos que nuestras juventudes –y hasta los adultos- se queden en ayuno de la filosofía perenne.
Concluyo pues, con una aportación práctica referente a este último punto. Hay que dirigir y preparar a las nuevas generaciones de filósofos jóvenes para que sean capaces de abordar temas trascendentes en las redes sociales y si para eso debemos entrar ahí, que lo valga: su iniciación puede llegar a desembocar en una verdadera formación tradicional filosófica, una vez que la sabiduría haga lo propio.
– Sellés, J. F. (1999).La virtud de la Prudencia según Tomás de Aquino. Cuadernos de Anuario Filosófico (Serie Universitaria). Pamplona, España: Departamento de Filosofía, Universidad de Navarra.
– Yepes, R. y Aranguren J. (2003). Fundamentos de Antropología (6ª Ed.). Navarra, España: Colección Filosófica No. 139.
– Llano, A. (2002/2010). La vida lograda (8ª impresión). Barcelona: Ed. Ariel –Ed. Planeta).
– Basave, A. (2001). Filosofía del Derecho. México: Ed. Porrúa.
– García, L. (1986/1995). Ética o Filosofía Moral (4ª impresión). México: Ed. Diana.
Fuente: Congreso Nacional de la Sociedad Mexicana de Filosofia. Aula Gabriel Marcel. Universidad Simón Bolivar. 19-X-2013.
20 de noviembre de 2013
¿Quien dirigirá a quién? Porque en mi escaso entender percibo que, una cosa es leer filosofía y otra saber filosofar. Se tendrá pues que buscar a aquellos que sepan hacer lo segundo.
Saludos cordiales