Platón, aunque muchas veces no se tenga en cuenta, se dedicó a la filosofía pero con un fin puramente político. Podía haberse dedicado a la política, porque tenía los recursos, el linaje y la capacidad, pero vivió un tiempo de corruptelas y decadencia de la sociedad y la democracia ateniense y de su política y prefirió mantenerse al margen de su praxis, para dedicarse a su fondo.
No es casual que sus dos obras más complejas y completas, casi diría que sistemáticas, estuvieran dedicadas a la política. Pero ni la República ni Las leyes son tratados de teoría política sino que son verdaderos códigos de regulación de la vida civil y política. A modo de Constituciones quizá, en términos contemporáneos, no dejó resquicio del ámbito de la vida humana sin regular. Es decir, su preocupación, en estos dos textos de madurez y vejez del filósofo, estuvieron dedicados a cómo legislar y gestionar la cosa política. Pero más allá, y he ahí su visión, estaban también pensados para regular a los políticos.
Y nada es casualidad. La experiencia de la tergiversación de los sofistas, la muerte del hombre más justo entre los hombres a manos de la democracia, parafraseando su propia calificación de Sócrates, no daban más que para ser un pesimista.
Pesimismo sobre la naturaleza humana, sobre la ambición humana, sobre la sed de poder y riquezas, horror por el individualismo y un alto concepto del comunitarismo, entendiendo justamente por política, la vida común, en pos del bien común y la justicia.
Y para todo ello, construyó explicaciones y propuestas de mejora. La explicación de esta naturaleza tan ambiciosa, reside en la tripartición del alma, que posee tres partes con sus respectivos impulsos y virtudes. La razón, el valor y el deseo son sus partes, la prudencia y sabiduría, la fortaleza y la templanza, sus virtudes. Ahora bien, ¿qué es un hombre materialista y ambicioso? Un hombre que se deja arrastrar por su parte desiderativa o concupiscible. ¿Qué es un hombre fiable, prudente y sabio? Alguien que se rige por la razón, modera las otras partes del alma y se dirige a fines buenos, al conocimiento de la verdad y al bien común. Y he aquí que este sabio, prudente y racional, es justamente el ideal del filósofo de Platón.
Tripartición del alma que le lleva a afirmar cosas que hoy resultan sumamente antidemocráticas. Si bien en la República consideraba que el mejor gobierno es el de los filósofos, en Las leyes, su último texto, desiste. Si bien los filósofos son los más capaces de pensar en el bien común, la racionalidad no es suficiente para evitar los impulsos del resto del alma. Por eso, en Las leyes, propone que las clases gobernantes tengan limitadas, si no prohibida, la propiedad privada. De modo que no teniendo nada y no pudiendo tener nada, anularían la posible corrupción por ambición individual y se centraría pura y propiamente, en el bien colectivo.
Pero la propiedad no sólo estaba regulada para los gobernantes, sino para todos los ciudadanos. Ahora bien, consistía tanto en un límite por arriba como por abajo. Propuso lo que hoy sería una propiedad y un sueldo asegurados por ser ciudadano. Una propiedad asegurada y un límite en su acumulación, más o menos el cuádruple del mínimo, como límite máximo de patrimonio individual. Y si señores, esto se llama de alguna manera comunismo y socialismo.
Aunque no es todo lo que reluce. Platón deposita en un cierto tipo de sabiduría el poder del estado, pero el poder dirigido al bien común, y nunca, repito, nunca, en pos del bien individual. Por eso, los gobernantes tenían permiso para otras cosas. Platón, convencido de la estupidez humana, también pensó que era más que necesario que los gobernantes gestionaran la información y la verdad, autorizándoles para que comunicaran lo estrictamente necesario en pos del bien del grupo así como a ocultar la verdad o a adornarla. Y a esto, simple y llanamente, se llama mentir. Porque miente tanto el que inventa una narración a sabiendas de que no se corresponde con los hechos, como el que oculta parte de los hechos por si las moscas. Miente el que calla y miente el que inventa. Pero es bien distinto utilizar la mentira asegurando el bien común que para el provecho personal o estamental.
Y por todo eso, Platón no se fiaba de nadie y limitaba hasta el ahogamiento a cada segmento de la sociedad, gobernantes incluidos, para no dejar resquicios al azar ni al predominio de las pasiones de cuerpo y del corazón.
Hoy los políticos mienten. Los políticos ocultan. Los políticos inventan. Pero creo que es fácil intuir que nada tiene que ver nuestra situación actual con el bien común. Si no todo lo contrario.
¿Nos podemos fiar hoy de alguien? ¿Hay alguien que preserve el bien común?
Hoy el individualismo y la defensa de los intereses privados, particulares y estamentales no sólo pone en riesgo la legitimidad del estado como institución política, sino que pone en riesgo la paz social, los ideales de proyecto colectivo y de progreso, que mal que bien, son imprescindibles para que una sociedad avance. La atomización de los intereses crea una guerra constante en la que los políticos ya están metidos. Si en esta guerra entra en juego y participa el resto de la sociedad, sólo nos queda esperar un lento aniquilamiento. Y más en un contexto de extrema vulnerabilidad y crisis social, no de valores, sino de condiciones de vida.
Quién sabe si una posible salida es la vuelta a un cierto tipo de socialismo comunista, ¡quién lo sabe!
Fuente: http://www.elimparcial.es/sociedad/platon-en-politica-individualismo-vs-comunitarismo-ayer-y-hoy-49883.html
SPAIN. 17 de octubre de 2009