Es Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza
El poder ya no obliga, sino que seduce. Sus mecanismos no son, en primera instancia, aparatos represivos.
Durante dos viernes consecutivos, hemos celebrado en la Facultad de Filosofía unas jornadas que, bajo el título ¿Liquidar la Modernidad?, han querido ser una reflexión crítica sobre la sociedad contemporánea, a partir de la obra de autores contemporáneos del ámbito de la filosofía, la sociología o el feminismo. Las ponencias han partido todas ellas de la convicción de que, en esta sociedad de pensamiento único, en la que se moldean los gustos y prácticas de los individuos a escala planetaria, construyendo lo que ya McLuhan hace años definió como la aldea global, es posible encontrar grietas para pensar otro mundo.
No cabe duda de que el rasgo más acusado de nuestras sociedades contemporáneas, al menos en nuestro ámbito europeo, es su carácter consumista. El capitalismo ha pasado de ser un capitalismo centrado en la producción y en la explotación sangrante de la mayor parte de la sociedad, como ocurría en el siglo XIX, a desplazar esa explotación a los países empobrecidos para elevar nuestro nivel de vida en el Norte y convertirnos en sujetos consumidores.
PARALELAMENTE A ESA deriva consumista del capitalismo, las formas de dominio también se han modificado, pasando de la coerción represiva de las sociedades anteriores a una estrategia mucho más eficaz: la construcción de individuos ajustados a las necesidades sociales. No en vano, uno de los autores analizados, Jesús Ibáñez, defiende que el sujeto es el producto más acabado de la sociedad contemporánea.
El poder en las sociedades contemporáneas ya no es un poder que obliga, sino que seduce. Sus mecanismos no son, en primera instancia, aparatos represivos, sino otros, como la publicidad, los medios de comunicación, que consiguen que los sujetos se ajusten a las necesidades del sistema. Y además, al hacerlo, se sientan libres. Nadie nos obliga a convertir nuestro ocio en negocio (en no-ocio, como decían los latinos), a emplear nuestro tiempo libre enredados en lasredes del consumo. Y el espejismo de la libertad se acentúa ante la posibilidad de elegir entre muy diferentes productos, que nos prometen una vida llena de éxito y felicidad. Mero espejismo del que sólo salimos para dirigirnos a un nuevo objeto que colme el hueco que el anterior ha dejado vacío. Y esa frustración, de la que habla por ejemplo Bauman, es la garantía del nuevo impulso consumista.
Sujetos consumistas y, al mismo tiempo, objetos de consumo. Pues la sociedad capitalista contemporánea consigue trasladarnos a los sujetos toda la responsabilidad de lo que en nuestra vida suceda. Si no tenemos trabajo es porque no nos hemos sabido construir como empleables, si no tenemos pareja, porque no nos hacemos deseables (de ahí, por ejemplo, esa construcción del cuerpo tan extendida que es la cirugía estética), si estamos enfermos, porque no consumimos los productos que garantizan la salud. Un ejemplo muy claro de ello lo tenemos en el nuevo marco educativo universitario, en el que las asignaturas deben determinar las competencias que adquirirá el alumnado, competencias que establecerán su futura empleabilidad. De ahí una desaforada carrera, a través de grados y másteres, para salir de la incompetencia, para convertirse en un objeto laboralmente atractivo. Ingenuos quienes pensábamos que la educación era otra cosa, y no sólo un instrumento más del sistema productivo, perfectamente engrasado por la psicopedagogía.
Bajo apariencia de libertad, vivimos una sociedad extremadamente impositiva, capaz de ajustar milimétricamente las acciones de los individuos. Por ello, buena parte de los autores analizados coinciden en que la alternativa social pasa por una alternativa individual, por una mirada crítica hacia nosotros mismos que nos impulse a construirnos de manera diferente. Castoriadis habla de la necesidad de instalarse en una interrogación permanente, de rechazar la repetición pura y dura (por ejemplo, no dejarse arrastrar por la inercia en las elecciones, valorar todas las opciones existentes), Butler expone la necesidad de la autocritica, de ponerse en riesgo a uno mismo, su propia identidad; en fin, la idea de autonomía, es decir, de tomar nuestras propias decisiones, sobrevuela este pensamiento crítico contemporáneo, como una manera de resistir al moldeado que se pretende desde el poder. Idea antigua, que hunde sus raíces en la Ilustración, en Kant, pero que parece mantener su vigencia, aunque acompañada de otro elemento, la sospecha, la desconfianza, de lo que se nos presenta como natural, como normal, como necesario. Autonomía y sospecha, un cierto Kant que se da la mano con Marx, Nietzsche y Freud.
NO CABE DUDA DE QUE en la actualidad, a diferencia de lo que ha ocurrido en otras épocas, no hay un proyecto social alternativo. Pero tampoco cabe duda del carácter depredador, banal, insolidario y violento del sistema actual, que, es evidente, genera un malestar, quizá difuso, en buena parte de la sociedad que, aunque enredada en los procedimientos del sistema, los vive con angustia. Un malestar que podría alentar la alianza, como dicen Butler o Blanchot, de quienes rechazan conjuntamente, separadamente, muchos aspectos de la realidad. Quizá ahí se apunta un camino.
Fuente: http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/noticia.asp?pkid=568814
SPAIN. 23 de marzo de 2010