Nueva, y siempre refrescante edición,de los escritos filosóficos de Arthur Schopenhauer.
Acaba de depositarse en librerías la última novedad literaria relativa a Arthur Schopenhauer y los devotos del filósofo alemán nos hemos apresurado a hincarle el diente.
Parerga y Paralipómena (Valdemar) reúne una larga serie de escritos en torno a los más disímiles asuntos.
El autor, siempre concéntrico, volverá una y otra vez sobre la principal de sus obras de pensamiento, El mundo como voluntad y representación1, en la que se reflejaba, de manera exhaustiva, su pensamiento en torno a la naturaleza de las cosas, su esencia, materia y apariencia, el papel de los sentidos, el sentimiento de la espiritualidad y el ejercicio de la voluntad como motor de los cambios del mundo. Pero, a la vez, nos ofrecerá disquisiciones nuevas, desgajadas del gran bloque de sus libros capitales.
Una de esas reflexiones girará en torno a las diferencias entre la expresión oral y la expresión escrita. A Schopenhauer, extraordinario conocedor de la historia de la filosofía, siempre le extrañó el hecho de que dos de los pensadores considerados primigenios, Pitágoras y Sócrates, no hubiesen legado a la posteridad obra escrita, haciendo depender de sus exégetas la salvación y definitiva versión de sus teorías y opúsculos. “Para un pensador –sentenciaría Schopenhauer– parece una extraña arrogancia renunciar al invento más importante del género humano, que es la escritura”.
El filósofo de la voluntad no descreía de los grandes maestros que no dejaron testimonio escrito, pero tamposo se abstuvo de expresar algunas dudas. “La sabiduría de Sócrates es un artículo de fe filosófica”, dirá, con ironía. Para, acto seguido, llegar a la conclusión de que un gran intelecto necesariamente tiene que alcanzar la conclusión de que no pertenece al rebaño, sino a los pastores. Eso le llevará a no limitar su influencia a los pocos que la casualidad haya puesto en su proximidad, y a extenderla. Para ello, deberá usar la palabra escrita. “El único órgano con que se habla a la humanidad es la escritura, el único medio que es capaz de depositar con fidelidad los pensamientos… Cada intelecto profundo tiene necesariamente el impulso de fijarlos, para su propia satisfacción, y llevarlos a la máxima claridad y precisión posibles; en consecuencia, de encarnarlos en palabras”.
En opinión de Schopenhauer, la expresión escrita es sensiblemente distinta de la oral. Tan sólo la primera permitirá alcanzar la máxima precisión y concisión, características que contienen las formas puras del pensamiento.
Hay excepciones. Como mal ejemplo de escritor, señala a Aristóteles. “Tenía una mente sistemática, pues de él han partido la división y la clasificación de las ciencias, pero su exposición carece enteramente de disposición sistemática. Echamos en falta en ella el progreso metódico: más aún, la separación de lo disímil y la reunión de lo similar. Trata las cosas como se le ocurren, con la pluma en la mano, lo que supone un gran alivio para el autor, pero una gran dificultad para el lector”.
En el plano contrario sitúa a Platón, “opuesto radical a Aristóteles tanto en mentalidad como en forma de expresión, y capaz de seguir un hilo argumental con mano de acero”.
La lectura de Schopenhauer sigue resultando refrescante.
Fuente: http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/noticia.asp?pkid=509350
Zaragoza,Aragón,Spain 4 de julio de 2009
No dice nada de Parerga. no dizque es un breve resumen?