Es una escena íntima: se abre un libro. En cada una de las páginas enfrentadas, dos textos disímiles parecen dialogar entre sí. Con sólo hojear el libro, la mirada percibe que el texto que se sitúa hacia el interior de las páginas está dividido en subtítulos (en total, 31), y algunos podrían referirse a ese diálogo: “Comenzar es separar”, “La lengua partida”, “Destinos cruzados”…
El otro texto, hacia los bordes de la página, con una tipografía más grande y un margen más amplio en los extremos superior e inferior, no respeta esa partición: fluye en una suerte de continuidad, pautada, sin embargo, por variaciones de la “cámara” enfocada desde el título del libro (“música de cámara”, “cámara Gesell”, “cámara de gas”, “cámara real”, y otras tantas). Aun cuando fuera posible leer cada uno de los textos por separado, el otro está allí, llama desde la composición gráfica, y hay en ambos, entre corchetes, reenvíos -que invitan al desvío-, ya sea a los subtítulos de uno, ya a tal o cual variación del otro.
Este despliegue intertextual responde al proyecto de construir un texto de “filosofía escrita, leída y pensada a la manera talmúdica”, es decir, con la estructura no lineal y la dinámica del Talmud, que está compuesto por comentarios de fragmentos bíblicos, diálogos y discusiones entre sabios de distintas épocas, y en cuyas páginas “comparecen, unos junto a otros, fragmentos de opiniones opuestas tanto como análisis de esos fragmentos a lo largo de múltiples generaciones”. Claro que aquí no se trata de una obra colectiva y múltiple, sino de una autora que convoca a diferentes voces, Diana Sperling, filósofa y escritora, autora -entre otros libros- de Del deseo. Tratado erótico-político , y de Genealogía del odio: sobre el judaísmo en Occidente .
Múltiples son los convocados. Los que se destacan siempre en la obra de Sperling: Spinoza ante todo, Nietzsche (que le presta aquí al holandés sus máscaras) y Kant; los que le permiten, directa o indirectamente, reivindicar el pensamiento judío, como Rosenzweig, Lévinas, Arendt, Benjamin o Legendre; los que entran en la discusión, como Heidegger (casi en la apertura del texto), Platón, Aristóteles, Hegel o Husserl; los que dan su toque: Derrida, Agamben o Leibniz (“¿precursor de la fotografía?”). Freud y Lacan, del lado del psicoanálisis; Eurípides, Shakespeare, Kafka o Borges: literatura obliga. Y tantos otros. Los temas de discusión son los que ocupan a los pensadores desde hace 2500 años. La filosofía es “una perinola” -escribe Sperling- en la que los mismos temas se ven desde un lado u otro, hasta que otro jugador “la hace girar sobre su punta y, tras el vértigo y el suspenso”, cae y se muestra otra faz, un aspecto desatendido o no formulado de lo mismo.
Y hay un giro, en Filosofía de cámara , otro aspecto, cuando los subtítulos comienzan a remitir (desde “Comenzar es separar”), entre paréntesis, a los libros de la Torá (Génesis, Éxodo, Deuteronomio…): a imagen y semejanza de los sabios del Talmud, la autora se inicia, con nuevas armas filosóficas, en el comentario directo de fragmentos bíblicos. La perinola muestra la faz de una potencia de transmisión que hace, de la ley del deseo, deseo de ley.
“En la cámara nupcial no siempre reinan la pasión ni la ternura”; pueden reinar, incluso, pasiones encontradas. Y este libro que invita a la intimidad, este libro osado, erudito, inquieto, con notas de poesía y de humor, espléndidamente escrito y editado, puede despertar más de una polémica. Tal vez sea ése, también, su deseo.
Filosofía de cámara
Por Diana Sperling
Marmol-Izquierdo
330 páginas
$ 62
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1111990
ARGENTINA. Sábado, 28 de marzo de 2009