Ortega y Gasset y el «error garrafal» de Edmund Husserl

Husserl recibe un correctivo por parte de Ortega y Gasseta cuenta de la alteridad y sus circunstancias

José Ortega y Gasset Edmund Husserl
Destacada y penetrante es la aproximación que llevó a cabo Edmund Husserl en sus Meditaciones cartesianas a propósito de la problemática del otro, de la disputable certeza de su existencia y de su necesaria convergencia con el yo. En esa obra otoñal, queda patente el esfuerzo husserliano por rebasar los riesgos de la soledad filosófica y el solipsismo que siempre acosan al pensamiento –máxime en las filosofías de la conciencia–, para así asegurar el tránsito a la objetividad y la intersubjetividad, a la configuración del «mundo objetivo».

Según Husserl, el yo, una vez revelado, descubre unos particulares objetos susceptibles de asegurarle el estatuto de la propia subjetividad. Estos no son tomados ser meras «cosas», sino que exigen la condición de yoes, con capacidad de comportamiento y atributos semejantes a los del yo que los contempla. De esta manera no poco paradójica, el yo originario depende del no-yo para serlo. Las preferencias, las primacías y las particularidades ya están definidas

Aparece así la figura de alter ego: el otro en cuanto actúa como un yo, como yo. El yo originario es constituyente, mas no se erige en totalidad omniabarcadora. Constituye el otro por analogía, formando por analogías, un genuino nosotros, una comunidad trascendental.

Husserl recurre a un recurso argumental con fondo topográfico con el que ilustrar su teoría del otro.

En primer lugar, si mi yo conlleva un cuerpo, no hay razón para que no conciba al otro también con su propio (y personal cuerpo), que le hace persona. O lo que viene a ser lo mismo: el otro cuerpo presente ante el yo merecería a su vez su yo. El significado enigmático del asunto no puede soslayarse. Por una parte, la yoidad del otro me resulta extraña e inaccesible, debido a su entera subjetividad. Por otra parte, le debo reconocimiento, por el mismo motivo de que yo mismo me reconozco merced a la rememoración de mi propio pasado.

Mi yo presente, que conforma la biografía de un sujeto, al evocar por analogía los yoes pasados, actúa análogamente (analógicamente) cuando constituye el otro como ser que el yo aprehende trascendiendo su realidad primordial. El yo y el otro se constituyen, entonces, merced a procedimientos análogos y, aunque siempre extraños entre sí, son, por así decirlo, intercambiables, prestándose a movimientos recíprocos que hablan de su ser y estar.

Mi cuerpo está aquí y el del otro está allí. No superaríamos el mapa monadológico de Leibniz si no admitiéramos la facultad de la interpenetración. ¿Cómo hacer tal cosa? Husserl da un paso adelante y penetra en un terreno de arenas movedizas. La intersubjetividad adopta la condición de coexistencia en el momento en que podemos introducirnos en la esfera original del otro: he aquí el premio de la intencionalidad y la transcendentalidad del sujeto.

El premio que se concede Husserl a sí mismo tiene un alto precio. Las críticas no se hacen esperar. Leslez Kolakowski ha calificado la farragosa e imaginativa expedición filosófica llevada a cabo por Husserl como una empresa contradictoria e impracticable, malograda (Husserl y la búsqueda de la certeza).

Pero, es la crítica de Ortega y Gasset la que nos interesa referir ahora, brevemente. El filósofo español no dudó en juzgar de «error garrafal» el planteamiento teórico de Husserl. El error, la falacia, reside, fundamentalmente, en permitir la entrada en escena de la alternancia entre sujetos a fin de justificar la «otredad».

«Según Husserl –señala Ortega–, como puedo desplazarme y hacer de ese allí un aquí, “me pongo imaginariamente en el lugar del otro cuerpo” –esta expresión es literalmente de Husserl– entonces el cuerpo B se convierte en cuerpo A. Como se ve, el cuerpo A o mío y el cuerpo B o de él serían iguales, salvo la diferencia de lugar.»{1}

Ortega reprocha a Husserl la fatal confusión que advierte en su sistema. Por ejemplo, no reparar en las notorias diferencias que distinguen la gestualidad y la corporalidad. O la proximidad y la propiedad. Ahora bien, lo que hace tremendo el error –o sea, «garrafal»– es la consecuencia final que debe colegirse del razonamiento sostenido: considerar que los cuerpos son intercambiables; que A puede ponerse en el lugar de B, y viceversa; que uno puede sentir lo mismo que el otro, o imaginarlo…; y que tal diferencia no importa en absoluto.

El yo, ciertamente, precisa del otro en el mundo de la vida. Pero, el mundo no es la vida ni la vida es mundo.

«La vida de otro, aun del que nos sea más próximo e íntimo, es ya para mí mero espectáculo, como el árbol, la roca, la nube viajera. La veo pero no la soy, es decir, no la vivo.»{2}

La vida es un asunto magnífico de cada cual, y cada cual se hace cargo de ella, mas nunca por encargo o por subrogación.

Nadie puede reemplazar a otro en el vivir de las vivencias, y ello no supone menosprecio del otro, sino poner las cosas, o mejor los sujetos, en su sitio. Y a cada uno, en su lugar.{3}
{1} José Ortega y Gasset, El hombre y la gente. Revista de Occidente en Alianza Editorial, Madrid, sexta edición, 1996, pág. 131 [1957]. En Nota al pie de página.

{2} Ibídem., pág. 146.

{3} Los conocedores de la obra de Edmund Husserl no necesitarán más explicaciones para poder entender sujeto y objeto de crítica. Aquellos que quieran saber algo más de su teoría trascendental de yo y del problema de la intersubjetividad deberán leer, por lo menos, la cuarta y la quinta de las Meditaciones cartesianas, edición de Miguel García-Baró, prólogo de José Gaos, Fondo de Cultura Económica, México.

Fuente: http://www.nodulo.org/ec/2011/n114p07.htm
El Catoblepas • número 114 • agosto 2011 • página 7
SPAIN. 31 de agosto de 2011

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