Opinando sin política (580)

Ante el fenómeno degradante que de la mitificación del concepto de felicidad ha hecho nuestra actual sociedad, hace un reclamo por Aristóteles y Santo Tomas.
Gustavo Bueno es un filósofo español, asturiano, de gran renombre en la actualidad. Profesor universitario, autor de numerosos libros, ensayos y artículos periodísticos, catedrático emérito de la Universidad de Oviedo, y uno de los filósofos de la ciencia más respetados, en donde se distingue su importante teoría del cierre categorial, obra extensa y rica tanto como compleja. Gustavo Bueno ha hecho importantes aportes a lo que él considera los mitos actuales de la sociedad de hoy, entre los que destacan los que llama el mito de la cultura, el mito de la izquierda, y el mito de la felicidad. Importante ver cómo el hombre mitifica algunos conceptos y los vuelve así íconos, especies de ídolos que no hacen otra cosa que, siguiendo a Bacon, llevarnos a los errores. Bueno, nacido en 1924, hace un aporte muy crítico e iluminador de esos mitos actuales, y previene al hombre ante ellos.

En una de sus últimas obras, no sé si la última, el mito de la felicidad, presenta una posición que viene a ser una prevención y a la vez una denuncia de lo que él llama “la usurpación que de la idea de la felicidad ha hecho la sociedad de mercado, y con más intensidad, tras la desaparición del muro de Berlín”. Según él mismo apunta en dicha obra, se quedó de una pieza al ver tanta literatura basura, refiriéndose en este caso a los llamados libros de autoayuda, que en la sociedad citada constituyen un verdadero fenómeno editorial, con cifras astronómicas de venta, y con una influencia sobre sus lectores terriblemente negativa. “Es terrorífico”, afirma. Están escritos para débiles mentales concluye.

De esa forma de mitificación de la felicidad son culpables en alto grado, continúa el asturiano, renombrados psiquiatras, que no tienen una formación clásica, científica y antropológica seria, y que por ello se comportan en ese campo como verdaderos aficionados.

Y ante el fenómeno degradante que de la mitificación del concepto de felicidad ha hecho nuestra actual sociedad, hace un reclamo por Aristóteles y Santo Tomás, quienes, para él, han sido los que mejor han diseccionado esa idea. Los que confiesan que la felicidad es tener un coche mejor, una casa a la última, o quitarse las zapatillas al llegar a casa, no son más que “pobre gente, una oveja dentro de un rebaño”.

Ahora, dice, ser feliz es un deber, y el que no quiere ser feliz es un degenerado a ojos de la sociedad. Ahora, la felicidad es cosa de plebeyos, en la medida en que estos dicen haber conseguido la felicidad cuando emulan o han igualado los bienes de consumo de los poderosos.

¡Cuánta diferencia entre las visiones axiológicas de ayer y de hoy! ¡Cómo se contrastan los conceptos que de la felicidad se expresan en esa literatura basura, que efectivamente inunda los estantes d las librerías, provocando en nuestras generaciones jóvenes una contradicción muy negativa entre lo que es, para el caso, ser feliz en apariencia y ser feliz verdaderamente. Decía, por ejemplo, San Agustín, el obispo de Hipona, que el hombre obtiene la felicidad de Dios, y esta felicidad es Dios mismo. Para él, la felicidad es el goce de la verdad, y no puede ser dichoso quien no posee lo que ama. No hay felicidad que no sea eterna, decía el santo de Hipona, y por ello, sólo Dios y no los bienes temporales pueden hacernos felices. ¿Qué tiene que ver lo anterior con el buscar poseer un coche mejor que el del vecino, o un celular más actualizado que el de los compañeros de trabajo?

La felicidad es un valor. Aristóteles la colocaba como la máxima aspiración del hombre. El objetivo final del hombre es ser feliz, decía el estagirita. Por supuesto que el discípulo de Platón no se refería a ser feliz en el sentido de “ser un triunfador”, “ser un hombre de éxito”, “poseer una alta autoestima”, u otras formas a las que nos inducen esos libros basura de los que nos habla Bueno. Ser feliz, decían los utilitaristas y los pragmatistas, esos grandes filósofos tan mal comprendidos y tan confusamente interpretados por los lectores ligeros, es ver la felicidad de las otras personas como equivalente a mi misma felicidad. Por eso, para ellos, un acto sólo es bueno cuando provoca la mayor felicidad posible al mayor número de personas. No es, pues, una felicidad que lleva al egoísmo, a la competencia, a la lucha entre los hombres.

¡Cuidado con la literatura basura! ¡Ojo con los best sellers! ¡Examine bien sus contenidos! ¡Indague quién es la persona que lo ha escrito! ¡No se deje “ayudar” por ese tipo de libros de autoayuda, de tan escasa contextura, de tan superficial contenido, expresiones de sociedades decadentes moral y espiritualmente, que todo lo reducen al tener, ocultando peligrosamente el ser. Lamentable es observar cómo la psicología actual se ha reducido a ese tipo de conceptos, como el recuperar la autoestima, concepto este vacío en sí mismo y por lo tanto innecesario, contingente, reduciendo a los psicólogos a “consejeros en problemas del amor o del matrimonio”, o a “grajeas humanas para levantar el ánimo de los deprimidos por la falta de éxito personal o empresarial”.

Hay que leer bien, hay que volver a los clásicos, hay que buscar literatura calificada, autores reconocidos. ¡Evite a los prolijos! Gustavo Bueno tiene razón. Hay que evitar constituirnos en débiles mentales, en ovejas dentro de un rebaño, en pobres gentes. Por esos sometimientos a los que se ha esclavizado el hombre, estamos como estamos. Hay que liberar, pues, a la felicidad, de esa usurpación que de ella ha hecho la sociedad del mercado. Por eso, yo digo: Pueblo, ¡Rechaza las discusiones ligeras!

Pueblo, ¡Cuidado con los cantos de sirena!
Pueblo, ¡Levántate y anda!
Pueblo, ¡Decídete por el cambio! ¡Anida la esperanza!
¿De política?
¡Nooo…!
¿Para qué?
De estas, y de otras cosas, seguiremos hablando, si Diario Co Latino me lo permite.
Fuente: http://www.diariocolatino.com/es/20100406/opiniones/78576/

EL SALVADOR. 6 de abril de 2010

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