Onfray o la rebelión elegante

La filosofía y la figura de Michel Onfray ocupa un espacio significativo en el panorama del pensamiento contemporáneo, y lo ha logrado en relativo poco tiempo de desarrollo. Onfray (Argentan, 1959) publicó su primer libro en 1989 y a partir de ese momento generó una verdadera profusión de obras ­singulares, irregulares, mejores, peores­ que responden a un evidente programa intelectual.
La publicación de “Los ultras de las Luces”, cuarto tomo de su “Contrahistoria de la filosofía”, permite revisar el programa intelectual de Michel Onfray, paladín del hedonismo individualista.
Onfray es un filósofo insular, más hijo de Camus ­sobre el que está escribiendo un libro­ y de Sartre que de Foucault o Deleuze. Esa herencia insular ­con respecto a la academia­, ese territorio autoconstituido y solitario dentro del mapa filosófico francés, sin embargo, o quizá por esa razón, no impidió que sea un filósofo cada vez más leído y popular.

La creación de la Universidad Popular de Caen ­el espacio propio donde Onfray junto a otros colegas da sus clases­ le dio una localía y fortaleza, además de un core de temas propios, que trabaja obsesivamente.

La publicación en español de Los ultras de las luces (Anagrama), el cuarto tomo de la Contrahistoria de la filosofía ­con ocho volúmenes proyectados­ más las recientes ediciones de Nietzsche. La inocencia del devenir, La comunidad filosófica (ambos por Gedisa) y la traducción al español de su primer libro ­Fisiología de Georges Palante­ han colocado su pensamiento en un lugar de cada vez mayor relevancia. Algo que se ha incrementado por el impacto y la polémica desatada por la reciente publicación en Francia de El crepúsculo de un ídolo. Una fábula freudiana.

El análisis de Onfray, a lo largo de las seiscientas páginas del libro, parte de una hipótesis que se podría enunciar del siguiente modo: Sigmund Freud fue un filósofo y su filosofía se llamó psicoanálisis.

Si bien la controversia en Francia ha sido feroz ­el propio Onfray ha debatido con Miller en la TV y ha recibido críticas duras de Roudinesco que lo ha tildado de derechista­, la realidad es que el libro es más una crítica a la institución psicoanalítica que a la figura de Freud, a la que Onfray, más allá de regodearse con ciertos detalles denigrantes de su vida privada ya sabidos, valora como pensador. La crítica será hacia el proceso de institucionalización de lo que era una mera filosofía ­como la de Nietzsche y Schopenhauer, de las que tomó mucho­, y no una disciplina científica.

Por lo tanto, no tanta demolición y más deconstrucción, en todo caso.

Onfray, en rigor, no hace con Freud sino lo que hizo con otras figuras del pensamiento a las que estudió en libros anteriores ­Nietzsche, Palante, Diógenes­: referenciar su vida, la anécdota, como suele decir, a su programa intelectual, y quitarle todo viso de pretensión universalista a sus conceptos.

Ahora bien, Michel Onfray se encuentra equidistante de los dos polos de la filosofía francesa contemporánea. Por un lado, la reacción lógica, anti-Mayo del 68; la reactividad conservadora de los “nuevos filósofos” ­Bernard Henry Levy, André Glucksman, Alain Finkielkraut­; por otro lado, la corriente republicana ­cuasi de autoayuda­ atea de la mano de André Comte Sponville, Luc Ferry o Alain de Botton.

Boyando, de modo solitario, encontramos a Jean Luc Nancy, seguramente el filósofo francés vivo de mayor importancia, aun oculto y secreto, auténtico sucesor de Jacques Derrida. Resulta claro: Onfray no es lo que Foucault llamaba “intelectual específico”, es decir, aquel que se reconcentraba en su especialidad y la cuestionaba, extendiendo sus límites ­como el propio Foucault­, sino más bien es una suerte de intelectual pos-sartriano; claramente, ya no un portavoz de los grandes valores de la moderanidad ­sería iluso algo por el estilo­. Michel Onfray es, podríamos decir, un filósofo pop. Un filósofo cuya presencia en los medios ­TV, radio, cine, Internet­ es constante, y hace de ellos su verdadera ágora.

Un aspecto también mal leído o conflictivo en su pensamiento es su filosofía política. Autodenominado anarquista o nietzscheano de izquierdas, su mirada es mucho más compleja o hasta contradictoria: parece más bien estar cerca de un libertarismo democrático ­capitalista­ que de cualquier expresión de la izquierda o del anarquismo tradicional.

Recientemente, ha discutido con el presidente Nicolás Sarkozy en un encuentro organizado por la revista Philo Mag, a la vez que ha manifestado su admiración por De Gaulle pero votado por partidos trotskistas en las elecciones de 2002. En rigor, la filosofía política de Onfray hay que pensarla en términos micro, es más bien un individualismo aristocratizante que un anarquismo radical, más un dandismo moral que una subversión concreta, más una estética generalizada ­hija de Duchamp­ que un cuestionamiento totalizador.

Un arte de vivir

Allí se encuentran las razones del éxito editorial de Onfray, su simpatía y conexión con sus lectores está en función de sus objetos de análisis: la gastronomía, los vinos, los perfumes, la moda, el dandismo, el arte contemporáneo. Su programa intelectual se enmarca más bien en un hedonismo individualista que en un anarquismo hedonista. En ese sentido, es que es interesante pensar las claves de su particular concepto de “resistencia”. La filosofía de Onfray tuvo tan buena recepción en Europa y ya está teniéndola en los Estados Unidos, precisamente, por haber puesto el tema del cuerpo y sus adyacencias en un lugar de privilegio. Onfray es el filósofo de la cocina de Ferran Adriá y del auge de los sommeliers, el filósofo del viagra ­sobre el que ha escrito elogiosamente en La potencia de existir­ y de la biotecnología, el filósofo que problematiza la cuestión de la salud y habla de una erótica solar, festiva.

Por ello, aún contra su voluntad ­o no­ su éxito, en gran medida, proviene de estas claves de consumo contemporáneas. Dice Onfray en El deseo de ser un volcán: “La filosofía es un arte de vivir, o no merece ni una hora de esfuerzo. Es por una desviación que se ve confinada a cuestiones ociosas, que sólo constituyen un desafío para los especialistas felices de haberla arrojado completamente, o casi, en un ghetto.” La filosofía como arte de vivir pero también como una moral individual. La filosofía fuera del claustro, el ghetto de los académicos. Así lo señala Onfray: “Daría toda la Fenomenología del espíritu por esas cuatro páginas maravillosas (El dandy, de Charles Baudelaire). Y no necesitaría estímulos suplementarios para ofrecer a todo Hegel (…) El dandi aspira a una moral diferente, poscristiana, podríamos decir. Una ética basada en la estética y no ya en la teología o el cientificismo, esas dos pestes a las que debemos las miserias de la filosofía moral desde hace siglos (…) El mayor éxito de un dandi es el empleo del tiempo, no de su dinero. Porque desprecia el oro en el que se revuelcan los burgueses.

Su obra maestra es la libertad, la adquisición de libertad (…) Ese cultivo de sí implica el deseo de fortalecer y disciplinar el alma, la rabia para mantener a distancia a parásitos y necios, la formulación de un estilo que exprese la aspiración de los bailarines a lo ingrávido, la liberación del espíritu de pesantez. Voluntarismo, aristocratismo y esteticismo, virtudes inoportunas, intempestivas, en el sentido de Nietzsche.” Dentro de los aspectos múltiples de la filosofía de Michel Onfray, en el marco de su programa hedonista, está su erótica. Uno de los grandes libros ­más logrados, lúcidos y vibrantes­ es Teoría del cuerpo enamorado. Por una erótica solar. En este aspecto, quizá lo más interesante sea su particular “feminismo”.

Un feminismo viril arcaico/ poscristiano que une a una gran tradición donde se encuentran Ovidio, Safo, Horacio, Epicuro, Lucrecio, los cínicos, Arístipo de Círene, el Kamasutra, los tratados amatorios indios, chinos, persas, nepaleses, árabes, el elogio de las mujeres frívolas de Nietzsche, Baudelaire, la erótica provenzal de Cyrano, la estética de la existencia de Foucault y la filosofía del devenir (mujer) de Deleuze.

Es un feminismo que requiere de una nueva concepción de virilidad. Ni machista ni céntrica, una virilidad que aboga por una fuerza no violenta sino fundada en las virtudes de esta erótica solar libertina: la gentileza, la dulzura, la experimentación, la apertura, el artificio, la igualdad, la autosuficiencia, el gozo mutuo, la desjerarquización del cuerpo.

Revolucionario y radical

Podemos agrupar la producción filosófica de Onfray en ocho compartimentos:

1) la reflexión monográfica sobre figuras filosóficas ­Diógenes, Arístipo de Cirene, Georges Palante, Nietzsche o el reciente Freud­,
2) los libros de historiografía, dentro de los que encontramos Antimanual de filosofía (2001) y el proyecto de la Contrahistoria de la filosofía,
3) los textos de actualidad como El pensamiento feroz,
4) la teoría hedonista ­el corazón de su pensamiento, con textos como La construcción de uno mismo (1991), Política del rebelde (1997) o Teoría del cuerpo enamorado (2000)­,
5) el diario hedonista,
6) los libros de viajes,
7) los libros de filosofía de la gastronomía ­como El vientre de los filósofos (1989) o La razón del gourmet,
8) los textos de estética ­aquellos en los que analiza la pintura de Valerio Adami o la fotografía de Willy Ronis.

El proyecto de Contrahistoria de la filosofía se basa en una premisa simple: historiar a todos los filósofos “enemigos de Platón”.

De Leucipo y Demócrito a Nietzsche y Deleuze, pasando por los libertinos barrocos o los trascendentalistas americanos ­Thoreau o Emerson­.

En el caso de Los ultras de las luces, la cuestión pasará por seis nombres centrales: Jean Meslier ­ cura ateo y anarquista­, La Mettrie ­médico hedonista­, Maupertuis y Helvecio ­ambos utilitaristas­, D’Holbach ­barón materialista, y el Marqués de Sade ­criminal de las relaciones. Según Onfray, lo ultra que hace lo propio de estos pensadores pasa por su radicalidad respecto del iluminismo bienpensante de los Enciclopedistas canónicos: D’Alambert, Diderot o Voltaire. Pero también Kant y, antes, Descartes.

El problema central será destrabar o derrumbar el “deísmo” y el “monarquismo” de los pensadores iluministas que si bien proclaman un racionalismo fundante, aún se mantienen cautos respecto del cristianismo y la monarquía.

Para Onfray emergen cuatro características necesarias de los ultras de las luces: 1) el ateísmo, 2) el materialismo, 3) el hedonismo, 4) la revolución. La propuesta de Onfray, de alguna manera, es historiar la otra cara de la revolución francesa. En algún sentido, la cara, auténtica revolucionaria y radical.

Los ultras de las luces tiene los mismos defectos y las mismas virtudes que sus predecesores. El proyecto de la contrahistoria posee cierta ingenuidad ­sería impensado un planteo similar en Foucault, cuyo material de reflexión central también era la historia. Onfray considera necesario poner de relieve pensadores que el canon ha escondido por una operación política y metafísica. Este gesto recae en la canonización de verdaderos filósofos absolutamente olvidables, como el caso de Meslier, cuyo aporte es a todas luces insignificante. El proyecto de “contra-historiografiar” la filosofía parte de una hipótesis falaz: “el platonismo lo tiñe todo”. De sólo pensar en toda la tradición empirista inglesa ­que para Kant fue central­ es obvio que no fue así.

La prepotencia conceptual de Onfray lleva a colocar a filósofos menores en lugares inmerecidos.

Lo interesante de su contrahistoria, sin embargo, es echar luz sobre ciertas figuras de manera más lúcida y completa, como los casos de Sade, a quien califica de cultivar un “erotismo nocturno”, aún fuertemente vinculado a nociones de pecado y culpa.

A diferencia de lo que señalábamos y en sintonía con la erótica de Onfray, Sade es la contrapartida del erotismo solar y liberado.

Su obra es un crimen lindando con el fascismo y la degradación.

Y en el fondo una reivindicación del feudalismo. Lecturas de este estilo son las que mantienen el pensamiento de Onfray vivo. De todos modos, su contrahistoria ­y en cierta medida, toda su filosofía­ alterna entre grandes observaciones y lecturas innovadoras con verdaderas diatribas que no terminan por cerrar un auténtico pensamiento propio.

La filosofía de Michel Onfray está en pleno proceso de construcción y sus caminos pueden acentuar el lado de la diatriba o el lado sagaz. De momento, su rebelión elegante goza de buena salud.
Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2010/08/12/_-02207300.htm

ARTGENTINA. 13 de agosto de 2010

1 comentario Onfray o la rebelión elegante

  1. Marco Antonio Paz

    ¿Por qué algunos críticos tienden siempre a clasificar y encasillar al pensamiento, a la vida? En hora buena pensadores como el caso de Onfray liberan a los mortales de tantas babosadas propiciadas por los dueños de la vida: LOS MALDITOS CURAS, LOS GRANUJAS POLITICOS Y LOS ASESINOS MILITARES, TRES ESTORBOS PARA LA VIDA MISMA Y CON LA ANUENCIA DE MÁS DE UN ZOQUETE.

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