@NietzscheAristo
No sé si habrá vaciado la idea en alguno de sus escritos y aparezca dentro de las obras completas, pero hay un programa de televisión realizado en España donde Octavio Paz, contraviniendo a Mario Vargas Llosa, refiere a la de Los Antoninos como la época de mayor felicidad para la humanidad.
Vargas Llosa cita la autobiografía de Karl Popper y le hace decir una idea sobre el siglo XX: que “las sociedades de occidente tienen muchos defectos y deben ser criticadas desde muchos puntos de vista, pero…, nunca en la historia el hombre ha vivido mejor que en estas sociedades de occidente -¡eso es absurdo!, le interpela Paz- nunca ha llegado más lejos en libertad, en igualdad, en oportunidades para todos como en estas sociedades llenas de imperfecciones y defectos del occidente”.
Y mientras Vargas continúa acumulando datos generales en favor de su argumentación, Paz se rasca el cráneo y se mece los cabellos con impaciente ironía.
En su turno, al fin, Paz dice con su estilo terminante: “La cita de Popper me escandalizó. En primer lugar, no es cierto, históricamente, que sea la época en que los hombres han vivido mejor, Gibbon que era un historiador que sabía más de historia que Popper, que no sabía nada de historia, lo que era, era un buen filósofo. Bueno, Gibbon dijo esto, la época más feliz de la humanidad es la época –y los escribía a finales del siglo XVIII, que es una de las épocas mejores que ha vivido Europa, mucho más civilizada que la actual…-… La época más feliz de la humanidad, es la época de los emperadores Antoninos.”. Y prosigue un cotejo para demostrar la decadencia y lo sombrío del siglo XX, las dos guerras mundiales, la guerra atómica, los campos de concentración y el envilecimiento del ser humano, etc., sin abundar ni argumentar en realidad a favor de esa lejana época romana. (Juan Malpartida, en un texto de noviembre de 2001 en Letras Libres, en donde entre otras cosas habla de la diversidad de gusto e interés de Paz, describe al poeta como “…interesado, incluso fascinado, por la suerte de los emperadores Antoninos, en los que se dramatiza la caída del Imperio Romano.”).
Poco después de conocer ese video, cogí uno de los viejos tomos verdes de Los Clásicos Grolier para aproximarme con nuevos ojos a una vieja lectura, Vidas de los doce césares, de Suetonio. Y allí me reencontré con el Estudio Preliminar a dicha obra, del filósofo argentino José Luis Romero –hermano de Francisco, miembro del Comité Selectivo de Los Clásicos junto con Alfonso Reyes, Federico de Onís, Ricardo Baeza y Germán Arciniegas-.
Y encontré en el texto de Romero la referencia a Los Antoninos. En su obra, Suetonio, contemporáneo de Tácito y Plutarco describirá, desde “los tiempos dulcificados” (Romero) de la época Antonina, la violencia y virulencia de la mayoría de los emperadores romanos, “rara conjunción de las mala pasiones, las desmedidas ambiciones de lujo y poderío, la torpeza para conducir el destino del Imperio”, de la cual más o menos escaparon, a través de la moderación y la clemencia, Augusto (hijo adoptivo de Julio César), Vespasiano y Tito.
Suetonio, que vivió entre 69-70 al 126, hace el juicio de los doce césares –desde Julio César a Domiciano, en el siglo I- instalado ya en la era de Los Antoninos a partir de Trajano (99-117) y que se prolonga en Adriano (117-138), Antonino Pío (138-161) y hasta Marco Aurelio (161-180). Estos cuatro emperadores de “temple magnánimo y aguda visión de los intereses del Imperio”, junto con “Nerva, iniciador de la tradición liberal, y Cómodo, con quien se hunde en el abismo, constituyen la familia de los Antoninos” (Romero). Y ese abismo se debió a que, contrario a sus predecesores, Marco Aurelio no tuvo la sabiduría ni la gracia de adoptar un hijo sucesor con cualidades magnánimas, como hicieran sus antecesores inmediatos, para alejar así del poder a un violento y cruel Cómodo.
Y José Luis Romero, en su estudio a Suetonio cita a Tácito, quien “expresará con sentencia precisa y vigorosa el juicio del siglo de los Antoninos sobre el que le había precedido: ‘Nerva reunió por primera vez dos cosas en otro tiempo inconciliables: el principado y la libertad’”.
Marco Coceyo Nerva, que era un prestigiado senador, tuvo la fortuna de suceder al asesinado Domiciano, último de los doce césares retratados por Suetonio, y el infortunio de sólo imperar por dos años. Pero al sucederle Trajano en el año 99, a quien hubo de adoptar por carecer de descendencia y por la popularidad de éste entre el ejército, logró, por decirlo así, iniciar esa época referida por Paz-Romero-Gibbon-Tácito, como la más feliz de la humanidad.
Será necesario revisar a Gibbon y a Tácito para profundizar en el período de los emperadores Antoninos, pues hay que considerar que ese mundo feliz de la antigüedad lo fue sobre todo para quienes pertenecían a los estratos privilegiados y a los ciudadanos romanos; aunque, claro, parece que la magnanimidad de los emperadores (“generosidad y moderación de los príncipes” sucesores Domiciano, ha dicho Suetonio) se habría extendido, como concesión personal, al resto de los miembros del imperio pues aumentaron los libertos, se extendieron más ciudadanías y/o derechos ciudadanos, mejoró el gobierno, se replegaron la corrupción y los abusos, se condonaron deudas fiscales, creció el comercio, floreció la cultura y, sobre todo, se le otorgó un alto valor a la libertad en medio de una paz consistente (Joël Le Gall y Marcel Le Glay en su obra, El imperio romano -1987-, proporcionan fuentes cercanas a la época para profundizar en el tema).
Otro punto importante consiste en que algunos creen que ese período histórico fue producto prácticamente de la casualidad, pues la adopción del considerado a suceder el trono no habría estado basada en la cualidad de “el mejor”, sino en el hecho de ser el más cercano al emperador cuando éste careció de descendencia masculina a la hora de la muerte. Así, Marco Aurelio, teniendo a Cómodo como hijo, no hizo más que lo normal al nombrarlo heredero del imperio. Sin embargo, el hecho de que se haya tratado de un periodo tan extendido, necesariamente plantea la revisión de los elementos cualitativos involucrados en el mismo.
Por otra parte, aunque Vargas-Popper parecerían tener razón general en su argumentación a favor del siglo XX como un tiempo de mayor felicidad y cuyas premisas se extenderían al XXI, la obstinada realidad pareciera -sobre todo en países como México, donde el horror y la barbarie, la corrupción y la impunidad cohabitan día y noche-, concedérsela a Octavio Paz.
Romero señala que al comenzar a escribir sus Historias, “Tácito había sentido renacer sus esperanzas…, y lo que dijera de la época feliz de Trajano seguía en pie”. Y he aquí el sentido en el ánimo de esa época:
“Rara felicidad de los tiempos en que es lícito sentir como se quiera y hablar como se sienta”.
Todo lo anterior es en relación a la época de los hombres. Pero siguiendo a Nietzsche, quien sigue la leyenda sobre Midas, que persigue a Sileno, tal vez lo más certero sea concebir que el tiempo más feliz de la humanidad haya correspondido a un periodo previo a la aparición del hombre (o uno por venir, también sin el hombre).
Fuente: http://www.sdpnoticias.com/columnas/2014/12/29/octavio-paz-y-la-epoca-de-los-antoninos-la-mas-feliz-de-la-humanidad
2 de enero de 2015. MÉXICO