No creo que sea ocioso insistir en lo siguiente: son muy pocas las personas que antes de hacer un juicio moral acerca de un acción o de un hecho meditan sobre ello.
Y son aún menos numerosas las que consideran que su opinión es relativa o que no representa la verdad de las cosas.
Por el contrario, la práctica del linchamiento y el escarnio es un deporte mexicano.
No nos interesa llegar a la certeza, sino disfrutar el goce.
Humillar, difamar, joder son acciones placenteras lo mismo que sus contrarios, ensalzar de manera exagerada, endiosar y halagar sin fundamentos.
Y el paso de una conducta a otra es tan corto que la diferencia entre difamar y halagar casi no existe: quien te ha humillado puede ensalzarte en un santiamén y no debido a que haya sopesado a fondo su postura, sino a causa del azar o de cualquier motivo insignificante.
El goce que provoca la caída del otro posee tintes sicológicos en los que yo no deseo aventurarme, pero me sostengo en Richard Rorty para afirmar que el retorcido nato “critica para ver qué es lo que puede sacar, no por la satisfacción que puede deparar una comprensión correcta de las cosas.
” Aquí nos movemos en los terrenos más puros del espíritu nitzscheano quien se mofaba de la existencia de una verdad absoluta y al mismo tiempo calificaba como ingenua la intención de poner las explicaciones por encima de las pasiones humanas: el goce de los retorcidos y la caída en picada de nuestra capacidad de comprensión son malas noticias para quienes creemos en las verdades a medias.
El pragmatismo pone sobre la mesa estas cuestiones porque, como tendencia de pensamiento, no cree que exista una verdad absoluta que nosotros podamos conocer por medio de la exacta correspondencia entre la realidad y las palabras.
Nosotros inventamos la realidad, no la describimos tal cual es. En términos más sencillos diría que el pragmático no es religioso o por lo menos no es un religioso absolutista.
Si, por ejemplo, yo me encontrara en la calle con un hombre obeso y lo definiera como a “un gordo” no estaría mintiendo, pero no lo estaría describiendo en su totalidad.
Es probable que este gordo también posea otras características además de obeso y que comer mucho no sea el rasgo que lo defina con mayor certeza.
El gordo también es un hombre casado, pero el definirlo como “hombre casado” es sólo una definición parcial que nos auxilia en ciertos aspectos para conocerlo mejor.
Lo mismo sucede si el gordo fuma, juega a los bolos y los fines de semana va de cacería, ¿cuál de todas estas acciones define a su ser como para juzgarlo o comprenderlo en su totalidad? Yo creo que uno debe andarse con cuidado antes de esgrimir juicios que ofendan a una persona a partir de una sola característica de su persona.
Lo contrario nos acercaría a la tiranía y a la eclosión del comportamiento razonable.
Al hecho de que a lo largo de su vida una persona realice diversas actividades, cometa innumerables errores y cambie de opinión constantemente, yo sumaría un problema que resulta aún más complejo de discernir: ¿puede uno con el tiempo llegar a ser otra persona o continuará siendo el mismo toda la vida? Para un pensador científico como Ernst Mach “el ‘yo’ cambia tanto como el cuerpo y lo que tememos de la muerte —el fin de la estabilidad— sucede ya en gran parte de la vida.
” En cambio, a ojos de una conciencia cristiana el hombre es un mismo hombre siempre y debe responder por sus pecados ante un ser divino.
Uno de los mayores estudiosos de la ética, R.M Hare nos dice que, según su experiencia, es imposible discutir ningún problema moral serio por más de media hora sin que aparezca algún enredo filosófico.
Creo que tiene razón, y si bien no es necesario conocer a fondo las corrientes de pensamiento ético (naturalismo, emotivismo, intuicionismo, racionalismo, utilitarismo, etc…), sería deseable y prudente no enjuiciar de modo lapidario a una persona o un hecho sin reparar en todos sus aspectos y teniendo en cuenta que las verdades no son absolutas per se. Estas consideraciones vienen de nueva cuenta pues he vuelto de Guadalajara a donde acudí para pasear a mi sobrina y me percaté de que los juicios sumarios en contra de un escritor que cometió un delito eran intimidantes.
No le valió a este escritor su buena obra literaria ni su trayectoria, ni el hecho de haber dado bienes importantes al mundo, además de no ser un enemigo de la humanidad.
Se le difamó. Y aludo a la palabra “difamar” por el hecho de que se hizo prevalecer una de sus acciones (el delito) sobre el resto y la totalidad de los hechos y de su persona.
Y todo para alimentar la picota y darle una vez más la razón a Nietzsche. *Agencia El Universal
Fuente: http://www.elporvenir.com.mx/notas.asp?nota_id=634789
MÉXICO. 16 de diciembre de 2012