Existe un vínculo central entre Nietzsche y la música. No solamente porque frecuentara a Franz Liszt, a Richard y a Cosima Wagner, no solamente porque en varios pasajes de su obra, como en La gaya ciencia, Más allá del bien y del mal o La voluntad de poder, tematice, explícitamente, sobre la música en relación al carácter de los pueblos, como cuando se refiere a la música alemana y francesa, a la música italiana, sino porque Nietzsche, esto no hay que olvidarlo, fue pianista y compositor en su primera juventud.
Me parece que la filosofía de Nietzsche es impensable sin el elemento de la música. Desde sus primeros hasta sus últimos escritos, desde El nacimiento de la tragedia hasta La voluntad de poder hay referencias imprescindibles a la música. Y, por otra parte, el lenguaje nietzscheano es completamente musical, goza del más alto poder de seducción. Y uno siente que cuando habla Zaratustra hay un fondo de cuerdas y vientos, cantos y ditirambos.
Me arriesgaría a afirmar que en Nietzsche la música no es solamente un arte o un “fenómeno estético” sino que adopta un carácter ontológico. Esto ya se insinúa en su primer libro, tan excepcional y polémico, El nacimiento de la tragedia, donde enuncia la sorprendente idea de que “es el arte –y no la moral– la actividad propiamente metafísica del hombre.” De manera que solamente cuando el hombre se encuentra poseído por “la benigna demencia del entusiasmo artístico” es que puede acceder a ese conocimiento, a ese saber de iniciados, que es el conocimiento trágico de la vida y cuyo portavoz es Dioniso.
Me referiré especialmente a El nacimiento de la tragedia, porque es sobre lo dionisíaco de lo que quiero hablar. De Dioniso, de la divinidad de la vegetación, de la alegría, del éxtasis y la desmesura. Desde un principio Nietzsche presenta una oposición entre la visión teórico-científica del universoy lo que él llama la consideración trágica del mundo. De ahí la importancia de la presencia en su pensamiento de Apolo y Dioniso. El primero, dios tutelar de las artes, conductor de las musas de las que engendró dos hijos músicos, Lino y Orfeo, dios de la clarividencia, de la adivinación oracular y portador de la luz, y en cuanto divinidad del sol representante del conocimiento claro y racional, de la mesura. Pero sobre todo, la importancia de Dioniso, dios de las emociones y del vino, siempre acompañado de un cortejo de ménades, bacantes y sátiros. María Zelia de Alvarenga dice al respecto: “El dionisismo denomina orgiasmo a lo siguiente: por el poder de la iniciación (embriaguez, erotismo, música y danza extática), que debilita el imperio de lo ‘racional’, saliendo de sí mismo y rebasando las barreras de la voluntad consciente, el hombre podrá tomar plena conciencia y dominar la realidad que percibió intuitivamente en el organismo. Eso constituye la iluminación”.
Creo que independientemente de las significaciones mitológicas que reviste la figura de Dioniso, Nietzsche lo toma como personaje puesto que lo convierte en el ente conceptual de su propia concepción ontológica, aquella según la cual la vida y el mundo no son sino juego. Hay que ver que el Dioniso de Nietzsche pertenece muy poco a los mitos, es precisamente un personaje conceptual, portador de la idea de juego. Los filósofos suelen convertirse poco a poco en los personajes conceptuales que crearon. Por Nietzsche es que Dioniso se vuelve filósofo, al mismo tiempo que Nietzsche se vuelve Dioniso (recordemos que las últimas cartas que Nietzsche envió, como las cartas a Cosima Wagner, estaban firmadas con la rúbrica “Dioniso Crucificado”).
En Ecce Homo, que es su autobiografía intelectual, Nietzsche dice lo siguiente: “No conozco ningún otro modo de tratar grandes tareas que el juego; este es, como indicio de grandeza, un presupuesto esencial.” Y ciertamente, si prestamos atención a este asunto, veremos que la idea de juego recorre incesantemente su obra. Eugen Fink señala al respecto lo siguiente: “Con el juego Nietzsche ha descubierto ya el concepto básico y central de su filosofía, con el cual se remonta hasta Heráclito […] Por ‘juego’ entiende Nietzsche en última instancia el contrapuesto poder de Dioniso y Apolo, la liga antitética de dos potencias fundamentales. La metáfora del juego cósmico pasa a ser por el momento una intuición grandiosa. En el concepto de juego Nietzsche ve, mirando retrospectivamente desde una época posterior, una primera fórmula, por así decirlo, para expresar la ‘inocencia del devenir’, para expresar una consideración del mundo opuesta a toda interpretación moral, cristiana, una mira que penetra en el fondo de la totalidad de lo que existe, más allá del bien y del mal.”
De manera que me arriesgaría igualmente a afirmar que el pensamiento de Nietzsche apunta a una consideración lúdica del mundo, o si se prefiere una consideración trágica/lúdica. Pero, ¿por qué trágica y a la vez lúdica? ¿No expresa lo trágico la extrema desolación, en tanto que lo lúdico es lo desembarazado y alegre? Precisamente no. Trágico en Nietzsche no es la desolación, como dice Deleuze “trágico es la forma estética de la alegría.” La consideración trágica/lúdica afirma una y otra vez la vida, es un profundo “sí” a todo, a pesar de cualquier sufrimiento. En el fondo de todo esto resuena la carcajada de Dioniso. Deleuze dice lo siguiente: “Nietzsche reivindica, contra la expresión dramática de la tragedia (que es, me parece, la de Wagner), los derechos de una expresión heroica: el héroe alegre, el héroe ligero, el héroe danzarín, el héroe jugador. Es tarea de Dioniso hacernos ligeros, enseñarnos a danzar, concedernos el instinto del juego […] ¡Ay! Somos malos jugadores. La inocencia es el juego de la existencia, de la fuerza y de la voluntad. La existencia afirmada y apreciada, la fuerza no separada, la voluntad no desdoblada, he aquí la primera aproximación a la inocencia.”
Para una consideración lúdica del mundo se precisa de un lenguaje no científico, de uno que no opere por mediación de representaciones abstractas, sino de un lenguaje musical. Dicho sea de paso Sören Kierkegaard, que convierte a don Juan de Mozart en uno de sus personajes conceptuales, dice lo siguiente: “La idea más abstracta es la genialidad del sentido. Pero, ¿por qué medio se puede representar? Por uno sólo: la música.” De ahí, creo yo, la preponderancia que tiene el aforismo y el poema en la filosofía de Nietzsche, pues tratase de medios de escritura en que rezuma la musicalidad. Una “metafísica de artista”, que es aquello que ya buscaba Nietzsche a sus veinte años, requiere del elemento de la música como medio de expresión. Nietzsche sustituye el ideal del “conocimiento verdadero” por la hermenéutica, es decir, por la interpretación y la evaluación. Y veamos que al igual que en la filosofía nietzscheana, la música es, de principio a fin, un arte de interpretación. Por Dioniso es que el pensador deviene filósofo-artista.
Para terminar, me gustaría confrontar, una vez más, la visión teórica-científica del mundo frente a la visión trágica/lúdica. Mediante unas imágenes apolíneas y oníricas, Imaginemos por un momento que la consideración teórica del mundo viene, toda triunfal, mediante la sonrisa solemne del carro de Parménides, conducido por blanquísimas y esbeltas yeguas (como dice su poema), dirigiéndose hacia la luz de la verdad imperecedera, pura, eterna e inmóvil. Imaginemos ahora, que el eterno retorno de lo lúdico musical viene, por detrás, con un chasquido de panderetas, con una risa lejana. Viene Dioniso, y el mundo se estremece, viene a destruirlo todo para volver a recrearlo, la carroza de Dioniso, del dios-niño jugador, jalada por los rugidos de tigres y panteras, viene la carcajada de Dioniso, que hace eco del gran juego del mundo.
Es Filósofo – [email protected]
Fuente: http://www.opinion.com.bo/opinion/ramona/2017/0813/suplementos.php?id=12229
15 de agosto de 2017. BOLIVIA