Paradójicamente, el filósofo que criticó con tanta violencia a la religión cristiana acabó por crear, sin querer, una nueva religión, cuyos crédulos, que vieron con buenos ojos el acoso y derribo contra las virtudes originales del cristianismo, no pueden tolerar ahora que se haga lo mismo con su nuevo mesías, un filósofo que auguró el advenimiento del Superhombre.
Coged a un fervoroso católico y habladle mal de Dios o de la Biblia; después coged a un idólatra de Nietzsche y habladle mal de Nietzsche o de Así habló Zaratustra. Veréis que la reacción es idéntica (repentina irritación, ojos candentes, boca espumeante en algunos casos), lo cual deja entrever la dosis de fanatismo en ambos casos.
Alguien puede decir que no le gusta Schopenhauer, Platón, Kant, o Descartes, y los respectivos admiradores de esos filósofos respetarán dicha opinión, a lo sumo expondrán tranquilamente por qué en cambio ellos los admiran. Pero si alguien se atreve a decir que no le gusta la filosofía de Nietzsche, sus idólatras, por norma general que he podido constatar, suelen responder que eso es porque no lo ha entendido. ¿A quién nos recuerda esa respuesta? A la de cualquier católico, o fanático de cualquier otra religión, que ante cualquier crítica a su libro sagrado responde con el mismo altivo y prepotente «no lo has entendido».
Cualquiera de los idólatras de Nietzsche que aún guarde algunas reservas de humildad y escepticismo, quizá pueda examinar que su reacción, sistemática y visceral, es cuanto menos sospechosa, y que no responde tanto a un ámbito tan razonable y tolerante como el de la filosofía cuanto al ámbito más violento del fanatismo religioso. Es, sin embargo, empresa difícil que guarde algunas reservas de humildad, cuando en sus sagradas escrituras aparece la humildad como una de las morales de esclavo. Es uno de sus mandamientos y actúa conforme a ellos como lo hace cualquier otro religioso. Y sin embargo, muchos de los lectores de Nietzsche no practican, en su día a día, esta filosofía. Son personas que empatizan, que ayudan a los demás si está en sus manos, que no creen que el débil, como escribió el mismo Nietzsche, deba desaparecer y aun ayudarlo a desaparecer.
Observado esto, la única explicación a la mitificación de la figura de Nietzsche sólo se puede deber a un culto a la personalidad radical.
Hay que dejar claro la distinción entre lectores de Nietzsche (a los que les gusta bien sea su filosofía o su prosa, pero que son capaces de ver sus puntos flacos y hacer crítica), de sus idólatras (personas que lo veneran y santifican en sentido profano, justificando todos sus escritos como fundamentalistas rabiosos). Su tono visceral, soberbio, de endiosada superhombría, resulta de un atractivo irresistible para todo aquel que no busque poseer dudas que puedan llevarle a la verdad, sino certezas, aunque éstas sean falsos postulados.
El tono que Nietzsche emplea recuerda a los sermones evangélicos, contundentes y directos, a ratos perdiéndose en alegorías poéticas que encienden el fanatismo del lector. Porque en Nietzsche pocas veces encontramos explicaciones deductivas, sino afirmaciones categóricas, y es eso lo que le hace asemejarse, o más aún conseguir, convertirse en una epecie de religión. Su filosofía es un constante per saltum
Quizá a esos mismos idólatras, que tienen más bien una fe en Nietzsche y en el Übermensch que una verdadera admiración por su pensamiento filosófico, no les convenga leer de aquí en adelante, porque me propongo a ser tan blasfemo con Nietzsche como él mismo lo fue con el cristianismo. Si verdaderamente admiraron el carácter radical del filósofo germano y su calvicie en la lengua, no les molestará que yo actúe de la misma manera cambiando la religión cristiana por la Nietzscheniana; es, en realidad, una consecuencia lógica. Si tratara del Nietzsche filólogo, cuya prosa a veces poética era de una admirable factura, mis palabras serían otras, pero resulta que Nietzsche es conocido y etiquetado como filósofo.
Comenzaré por derribar el Pater Noster Nietzscheniano: «Dios ha muerto». Esta frase, escrita por Nietzsche en su libro La gaya ciencia y popularizada más tarde en su libro Así habló Zaratustra, ya había sido escrtita en 1876, seis años antes de la publicación de La gaya Ciencia, por Philipp Batz, más conocido como Philipp Mainländer, en su libro Filosofía de la redención, libro injustamente olvidado y que Nietzsche había leído. Aun advirtiendo que los contextos son diferentes y que no responden a una idéntica filosofía, la frase pierde la patente Nietzscheniana.
Por otra parte, la filosofía de Philipp Mainländer, más original que la Nietzscheniana, y deudora como ésta de la filosofía de Schopenhauer, es una de las más imaginativas y poéticas, de una dureza no apta pata todos los lectores, pero que ha sido olvidada y sólo rescatada por lo insigne de algunos de sus admiradores, como Borges o Emil Cioran.
Los que dicen unirse a la filosofía de Nietzsche sólo por ser radical, quizá debieran acercarse a la filosofía de este filósofo, quien proponía el suicidio paulatino y no violento, y exponía que la humanidad era el resultado del suicidio de Dios (algo así como un Big Bang místico). Pero volviendo a la patente del «Dios ha muerto», mucho antes de Nietzsche y Mainländer, en 1807, Hegel ya había utilizado la misma frase en su Fenomenología del espíritu. En cambio, cuando hablamos de la teoría del eterno retorno, no hay que buscar su plagiaria influencia en unos años antes, ni siquiera en unos siglos antes, sino milenios atrás. Ya Eudemo de Rodas, en el siglo III a.C. escribe:
«Si uno fuera a creer a los pitagóricos en sus manifestaciones de que las mismas cosas individuales (en cuanto a su número) van a retornar, entonces yo os volveré a hablar a vosotros tal como ahora estáis sentados, llevando en mi mano este mismo bastón, y lo mismo ocurrirá con todas las demás cosas, y es lógico suponer que el tiempo entonces es el mismo que ahora.»
Aunque Eudemo de Rodas nos señala el rastro de la creencia, adjudicándola a Pitágoras y sus discípulos, es más que probable que éste la tomara de sus contactos con los caldeos, en su paso por Mesopotamia, y es allí donde perdemos el rastro y sólo nuestra imaginación puede especular con cuántos años llevaría circulando la creencia de un tiempo cíclico, que algunos creen de orígen órfico.
Nietzsche como religiónTras Pitágoras y sus discípulos, serían los estoicos los que la volcarían por primera vez al papel, y el rastro va impregnando la filosofía de otros como Platón, Heráclito, y tantos filósofos que la hicieron suya tranformándola o dándole matices, llamándola Palingenesia o simbolizándola en el Uróboros. ¿Desconocía Nietzsche estas fuentes? Como profesor de filología griega y autor de un libro sobre los filósofos preplatónicos, es cuanto menos improbable. Aun admitiendo que Nietzsche no sólo la copia, sino que la parafrasea para llevarla a su terreno y dotarla de otros matices, no hubiera estado de más que el propio Nietzsche indicara las fuentes originales del concepto para que sus lectores no le adjudicaran a él la autoría de tan antigua creencia.
Pero sucede que la propia egolatría de Nietzsche le impedía escribir sobre sus influencias. Salvo muy pocas excepciones, cuando Nietzsche citaba a un filósofo era para criticarlo, ya fuera Kant o Schopenhauer, de quien se sabía absoluto deudor, pues su voluntad de poder es una interpretación tomada de la idea de Voluntad de Schopenhauer. Pero si antes había llamado a Schopenhauer maestro de la humanidad, más tarde no pudo soportar el hecho de que Schopenhauer, siendo ateo, compartiera virtudes como la compasión. Es este el mayor error de bulto de Nietzsche, que se deja llevar por un silogismo erróneo, ya que no creer en el cristianismo no lleva implícito u obligatorio el dejar de creer en conceptos como compasión, igualdad, fraternidad, o justicia, que son conceptos autónomos que pueden ser reivindicados por una religión o movimiento político, pero no apropiados o patentados.
Nietzsche no examina punto por punto las cualidades cristianas, eligiendo las aceptables y criticando las erróneas, sino que su radicalismo le lleva a embestir a ciegas contra todo cuanto haya pertenecido al cristianismo. De todas maneras, Nietzsche no hubiera podido examinarlo, pues no es que él, como muchos creen, fuera un librepensador que hizo de su pensamiento una conducta consecuente, sino que fueron su natural anticompasivo y aristócrata, su congénita insolidaridad y soberbia, los que le llevaron a poner todo su ingenio y erudición en justificarlas.
Este error no es único en Nietzsche, pero dada su radicalidad se hace más visible y evidente que nada de cuanto piensa va a contracorriente de su condición innata. Pero el mayor error es que Nietzsche pretende hacer extensible a la humanidad lo que es algo personal, y de ello deriva que, sientiendo él placer y sensación de poder al no ser compasivo, quisiera legitimar la falta de compasión por la vía pragmática de sus impulsos. Esto convierte su obra en una especie de filosofía de la autojustificación congénita.
Siguiendo esta lógica, la de la legitimidad de todo aquello cuanto nos reporte sensación de poder, no tendríamos ninguna razón de peso para criticar en el psicópata sus crímenes, y puesto que la sensación de poder es subjetiva, cualquier acto estaría legitimado en cuanto a reconfortante individual. De igual manera, hay personas en que la actitud compasiva les reporta una sensación de poder; por lo tanto, la posición nietzscheniana y la egoistamente compasiva son ambas pragmáticas, pero ninguna de ellas ejerce abogacía atacante o defensora sin previo pago compensatorio de su mismo carácter satisfecho o justificado.
Todo cuanto Nietzsche tiene que decir contra la compasión se limita a adjetivaciones negativas, pero en ningún caso deductivas. Por lo tanto, creer en el error de la compasión es un acto de fe.
Por otra parte, Nietzsche no es ni mucho menos el abanderado o precursor de la crítica al cristianismo, pues desde el siglo II con Celso hasta el siglo XIX con Kierkegaard, se había criticado al cristianismo originario y al institucional. De hecho, el orígen de la crítica al cristianismo es cristiano, ya que en sus ramificaciones se dieron las disputas cristológicas, el enfrentamiento entre partidarios de la Trinidad, arrianos y semiarrianos, entre trinitarios y modalistas, etc.
En Kierkegaard la crítica es mucho más reflexiva y lógica, mientras que Nietzsche parece querer destruir un dogma con otro dogma, adueñándose del tono bíblico y profético.
Para él, todo cuanto supusiera solidaridad, compasión, tolerancia, humildad, igualdad y libertad, era una moral de esclavos, hereditaria del cristianismo. Pero es que el cristianismo originario sólo había potenciado y promulgado unas cualidades que ya esxistían en el ser humano, no las había inventado. La gente podía ser solidaria a.C., tolerante a.C., compasiva a.C. Pero para Nietzsche cualquier ateo que hoy en día crea en la tolerancia y en la solidaridad, como valores intrínsecos, es simplemente hereditario del cristianismo.
Lo que Nietzsche no dijo es que, siguiendo esa lógica, su inversión de los valores también es heredera del cristianismo, en cuanto que sólo es posible como reacción radical a él, y no como una invención del librepensamiento. Eso quita originalidad a su propuesta y le convierte en un simple volteador de la tortilla moral, dependiente en todo momento de la herencia cristiana, ¿pues que otra cosa es su Anticristo sino una inversión, cuyo mérito sólo consiste en escribir locontrario a lo anteriormente escrito? Miguel de Unamuno apunta a esta simpleza en su artículo Algo sobre Nietzsche, publicado en 1915: «En el fondo de ello lease una receta de muy fácil aplicación. Tratábase para Nietzsche de dar la vuelta al Evangelio y decir negro donde éste dice blanco y viceversa. Que el cristianismo dice: «ama a tu prójimo como a ti mismo?» Pues con decir «ódiate a ti mismo como odias a tu prójimo» asunto concluído. O cosa así.»
Nadie que tenga mitificado a Nietzsche querrá oír hablar de Max Stirner. Este filósofo, anterior a Nietzsche (y leído por él) es el verdadero precursor del individualismo y el egoísmo en la filosofía.
En su libro El único y su propiedad, publicado en 1844, ya había proclamado la invalidez del cristianismo, la libertad o la humanidad. El Único, de Stirner, es el preludio del Superhombre. Consta que Nietzsche admiraba la obra de Stirner, y bajo su fuerte influencia, con el mismo sentimiento individual y egoísta que Stirner, pero con una prosa más violenta y profética, crea el personaje del Superhombre. Charles Andler escribió sobre la postura de Nietzsche respecto al libro El Único y su propiedad: «la frente de Nietzsche se iluminaba al pronunciarse el nombre de este libro». Otros, como Edouard von Hartmann, lo acusaban directamente de plagio. En verdad, leyendo a Stirner se encuentran los puntos más característicos de la filosofía de Nietzsche, aunque expresada de una forma menos impactante y retórica. Max P. Stahl escribiría: «sin Stirner, un Nietzsche no habría existido. El egoísmo de Nietzsche es una perversión del egoísmo stirneriano».
Para Nietzsche el Superhombre es un salto evolutivo que deja atrás al hombre como éste hizo con el mono. Pero el Superhombre, de ser real y no un simple personaje de novela, no sería una evolución sino una aniquilación, puesto que un mundo lleno de Zaratustras apenas duraría unos meses; el sentido aristócrata y elitista de Nietzsche sólo puede sostenerse gracias a los que él llama inferiores y débiles, puesto que no existirían aristócratas en un mundo sin plebeyos, por lo que la mínima diferencia entre los Superhombres crearía una disputa continua, la cual resolverían con su radical soberbia, con una violencia que acabaría en autoexterminio, según la máxima nietzscheniana de que los débiles deben perecer y hay que ayudarlos a perecer.
De todo se resuelve que la inquina de Nietzsche contra los valores del cristianismo originario no era más que una reacción contra su noción elitista del mundo, a cualquier idea que presuponiera la igualdad de los hombres. Pero la igualdad no lleva implícita la homogenización. Nietzsche entendía que cualquier intento del cristianismo o cualquier otro movimiento por asegurar la igualdad de los hombres era un atentado contra la selección natural, contra la ley del más fuerte.
Pero la igualdad, que tampoco es un concepto inventado por el cristianismo, no supone la supresión de lo heterogéneo en la humanidad, sino una reivindicación de que lo congénito, al igual que lo racial y cualquier motivo exógeno a nuestro espíritu, no puede elevarnos o rebajarnos, puesto que no será suficiente para sustraernos de nuestra condición de hombres. El nadie es más que nadie no es, como pensaba Nietzsche, una invitación a la mediocridad, sino un recordatorio de que la superioridad está reducida a puntualidades connaturales y no supone un derecho sobre los demás, ya que la genética no está por encima de la moral.
Los cristianos, sin embargo, sospecho que en el fondo deben estar agradecidos a Nietzsche, pues sin pretenderlo convierte lo que cree una crítica al cristianismo en prácticamente una alabanza al cristianismo más revolucionario y reivindicativo:
«El cristianismo ha difundido de la manera más intensa el veneno de esa doctrina que afirma que «todos tenemos los mismos derechos». El cristianismo ha hecho una guerra a muerte, desde los más recónditos rincones de los malos instintos, a todo sentimiento de respeto y de distancia posible entre los seres humanos; es decir, ha combatido el fundamento y la base de toda elevación, de todo avance de la cultura. Ha convertido en su arma principal el resentimiento de las masas contra nosotros, contra todo individuo aristocrático, alegre y generoso que pueda haber en la Tierra; contra nuestra felicidad en la Tierra. Conceder la «inmortalidad» a cualquier hijo de vecino ha supuesto el atentado mayor y más perverso que se ha cometido hasta hoy contra la humanidad aristocrática».
«Tenemos, por un lado, la humanidad aria, totalmente pura, totalmente originaria, y comprobamos que el concepto de «pureza de sangre» dista mucho de ser una idea banal. Por otra parte, se percibe claramente en qué pueblo se ha perpetuado el odio de los chandalas contra esa «humanidad», haciendo de él una religión y una inclinación arraigada. En este sentido los Evangelios constituyen un documento de primer orden; más incluso que el libro de Henoch. El cristianismo, surgido de raíces judías y sólo explicable como planta característica de este suelo, representa el movimiento opuesto a toda moral de cría, de raza y de privilegio. Es la religión antiaria por excelencia. El cristianismo es la inversión de todos los valores arios, el triunfo de los valores chandalas, el evangelio dirigido a los pobres e inferiores, la rebelión general de todos los oprimidos, miserables, malogrados y fracasados dirigida contra la «Raza«; la venganza eterna de los chandalas convertida en religión del amor».
«Se llama al cristianismo la religión de la compasión. La compasión es contraria a los efectos tónicos que acrecientan la energía del sentimiento vital; surte un efecto depresivo. Quien se compadece pierde fuerza. La compasión agrava y multiplica la pérdida de fuerza que el sufrimiento determina en la vida. El sufrimiento mismo se hace contagioso por obra de la compasión; ésta es susceptible de causar una pérdida total en vida y energía vital absurdamente desproporcionada a la cantidad de la causa (el caso de la muerte del Nazareno). Tal es el primer punto de vista; mas hay otro aún más importante. Si se juzga la compasión por el valor de las reacciones que suele provocar, se hace más evidente su carácter antivital. Hablando en términos generales, la compasión atenta contra la ley de la evolución, que es la ley de la selección. Preserva lo que debiera perecer».
«Los débiles y los fracasados deben perecer; ésta es la primera proposición de nuestro amor a los hombres. Y hay que ayudarlos a perecer. ¿Qué es lo más perjudicial que cualquier vicio? La acción compasiva hacia todos los fracasados y los débiles: el cristianismo».
A pesar de que la obra de Nietzsche está llena de estos párrafos de psicopatía sofística, sus idólatras le excusarán diciendo que no lo hemos entendido, que está sacado de contexto, etc. ¿A qué nos recuerda esto? A los más fanáticos defensores de las sagradas escrituras, que ayudándose de la prosa ambigua y alegórica de la Biblia, siempre pueden justificarla diciendo que no se la ha interpretado bien. Ese mismo tono alegórico y ambiguo, poético y lacónico, es el que usa Nietzsche y en el que se parapetan sus idólatras. Es su misma prosa fragmentaria y aforística, contradictoria muchas veces, la que ayuda a crear un halo de impenetrabilidad e incomprensión, y me atrevo a decir que es una estrategia que precisamente Nietzsche tomó de la Biblia, de ahí que surjan tantas coincidencias en la defensa que hacen los idólatras de ambas escrituras. Pero ellos no podrán reconocer nunca, porque es doloroso, la paradoja de acabar adoptando las posturas que ellos mismos creen estar criticando, porque todo en Nietzsche es sagrado, o blasfemamente sagrado, y para ellos no hay fisura, no hay crítica posible.Y son estos mismos idólatras, los que con razón critican el fundamentalismo católico opinando que es ridículo pretender un literalismo bíblico, puesto que se trata de un libro con pasajes fantásticos y refutables, los que hacen del Así habló Zaratustra su Biblia, cayendo en una ridícula contradicción.
Lo que critica Nietzsche no es la religión, sino toda aquella que sea contraria a su sentido aristócrata y elitista de la vida, por eso en La voluntad de poder escribe: «Cerrad la Biblia y abrid el Manu smriti para conocer la realidad», pues esa religión le era más afín, ya que como decía en El Anticristo «con el Código de Manu, las clases nobles, los filósofos y los guerreros conservan su poder sobre las masas: por todas partes valores nobles, un sentido de perfección, una afirmación de la vida, un sentimiento triunfal de satisfacción de sí mismo y de la vida; el sol luce en ese libro iluminándole»
¿Hay descontextualización posible? Nietzsche escribe lo que escribe, y lo siento por aquellos que quieran compaginar su pensamiento filosófico con un ideal anarquista, socialista, humanitario o altruista.
Lo que Nietzsche quiere es ese sistema de castas de Manu en donde tener sudras (siervos), y lo que le indigna es que el cristianismo originario pretendiese la supresión de siervos, la igualdad de los hombres a través de la hermandad, como el mismo se encarga de reconocer. No es la superstición, ni la liturgia, lo que critica en el cristianismo, sino la erradicación de su amada selección natural. Porque Nietzsche otorga a la naturaleza algo que no tiene: moral. Pretende que todo cuanto conlleve selección natural sea bueno, y todo cuanto sea en el hombre encauzar, redirigir o poner esclusas a su instinto animal sea malo. Pero es que asesinar o robar es en el hombre un instinto animal.
Lo que Nietzsche pretende es una vuelta a la animalidad por el camino largo (milenario) de la razón, la inversión de los valores morales ¿Pero acaso abrazar esos otros valores no supone igualmente una fe? Esto es lo que de ninguna manera aceptarán los idólatras de Nietzsche: el verse implicados ellos mismos en lo que condenan, el reconocerse como crédulos de una fe inversa. Como bien escribía G.K. Chesterton:
«Nietzsche abraza la inmoralidad como una fe exigente y austera. Se obliga a sí mismo al goce y la crueldad con el mismo trémulo entusiasmo con que un cristiano se obliga a la pureza y a la paciencia; lucha, igual que un monje contra visiones y tentaciones bestiales, contra las antiguas exigencias del honor, la justicia y la compasión».
Esto es lo que en ningún caso reconocerán los idólatras de Nietzsche, porque ellos han decidido rendir culto a la visceral y soberbia seguridad de Nietzsche, creyendo así ser partícipes de una aristocracia que les eleve por encima de los demás. ¿Pero no es acaso de débiles adjuntarse a una filosofía lacónica y categórica, en donde el escepticismo brilla por su ausencia? ¿No es acaso a esa filosofía a donde acudirán todos los inseguros, creyéndose salvaguardar de su inseguridad? Es por ello que en la defensa de Nietzsche hecha por sus idólatras siempre hay un componente fanático, absolutista, intolerante, es decir de un fundamentalismo religioso. Algo que también Chesterton observa es el culto a lo novedoso, se esté o no de acuerdo con ello, pero sin pensar que esas misma ideas pretendidamente novedosas o nuevas ya habían sido pensadas, pero autorefutadas y por ello nunca escritas en forma de convicción. Escribe Chesterton:
«Nietzsche,como todos saben, predicó una doctrina que él y sus discípulos consideraron aparentemente muy revolucionaria; sostuvo que la moral comúnmente altruista había sido la invención de una clase esclava para evitar la emergencia de que tipos superiores la combatan y la dirijan. Los modernos, estén o no de acuerdo con ello, siempre se refieren a esa idea como a algo nuevo y jamás visto. Con calma y persistencia, se supone que los grandes escritores del pasado, digamos Shakespeare, por ejemplo, no sostuvieron esa idea porque jamás se les ocurrió, porque jamás la habían imaginado. Recorramos el último acto de Ricardo III de Shakespeare y encontraremos no sólo todo lo que Nietzsche tenía que decir, resumido en dos líneas, sino también las mismas palabras de Nietzsche. Ricardo el Jorobado dice a sus nobles: Conciencia es solo una palabra que usan los cobardes, creada al principio para infundir terror a los fuertes. Como ya he dicho, el hecho es evidente. Shakespeare había pensado en Nietzsche y en el Jefe de la Moralidad; pero le dio su propio valor y lo colocó en el lugar que le corresponde. Este lugar es la boca de un jorobado medio loco en vísperas de la derrota. Esa rabia contra los débiles es sólo posible en un hombre morbosamente valiente pero fundamentalmente enfermo: un hombre como Ricardo, un hombre como Nietzsche. No se trata de que Shakespeare no viera la idea de Nietzsche; la vio, pero también vio a través de ella».
La razón por la cual Nietzsche es más popular que, por ejemplo, Schopenhauer, quien tiene una filosofía mucho más importante es, por una parte, el atractivo radical (aunque, en términos reales, la filosofía de Schopenhauer es más radical en cuanto más decisiva y original), y por otra parte, la retórica. Si hay una piedra de toque para comprobar la pureza de cualquier filosofía, consiste en vaciarla de retórica, que viene a ser la bisutería de la filosofía, para dejar al desnudo los quilates de sus argumentos. Si hicieramos esta prueba con la obra de Nietzsche, si la vaciáramos de retórica y de fuerza expresiva, su filosofía quedaría disuelta, difuminada en tantas otras como la del ya citado Stirner.
Pero hay una tercera razón por la cual Nietzsche es más popular que otros filósofos de más calado, y es una razón puramente utilitaria. Es obvio que en el sistema neocapitalista, vigente y consolidado al repeler cualquier otro sistema, a la gente le conviene creer en un hedonismo cirenaico, en una fe sin restricciones morales que le permita allanar el terreno de sus objetivos materiales, sin que ningún escrúpulo o lucha interna interfiera en su conquista. Con este objetivo, por supuesto inconsciente, muchos eligen a Nietzsche como pretexto idóneo, acogiéndose a su filosofía como a un clavo ardiendo y delegando en él su conducta.
El medio coercitivo para que nadie critique a su ídolo consiste, además del citadoy trillado «no lo has entendido», en decir que cualquiera de sus críticos es un despechado que, siendo débil, ataca al atacante de los débiles.
Siguiendo este medio coercitivo, podríamos decir igualmente que sus idólatras, sintiéndose débiles, eligen el bando del «supuesto» fuerte para eximirse de su condición de débiles. Aunque todo esto está asentado sobre un supuesto, ya que es cuanto menos dudoso que una filosofía no compasiva e insolidaria pueda llamarse fuerte. ¿No habrá más fortaleza espiritual y entrega en un hombre como, por ejemplo, Vicente Ferrer, que dedica su vida a la erradicación de la pobreza, guiado por esa «moral de esclavos» que es la compasión y la solidaridad, que en cualquier individualista radical que sólo tiene que hacer algo tan simple y débil como pensar única y exclusvamente en él?
Todo es cuestión de fe, y no está mal. Pero nadie debe sentirse avergonzado por tener fe.
Creer en el eterno retorno, en el Superhombre, y en la solidaridad y compasión como equivocaciones, exige una prueba de fe tan grande o mayor como creer, pongamos por caso, en el Nirvana budista, la Allendidad cristiana, el paraíso islámico o la reencarnación hindú. El error es suponer que se ha encontrado una verdad categórica que deja a los demás crédulos de cualquier otra religión o filosofía en una inferioridad mental. Vuelvo a citar el artículo de Unamuno: «quien cree no dejarse engañar por Cristo se deja engañar por un Nietzsche cualquiera». Fueron buscando la aniquilación de una religión y se encontraron fundando otra, levantada contra imagen y semejanza de la derribada.
Hay una locución proverbial en España para describir dicha contrariedad : fueron a por lana y volvieron trasquilados.
Notas
Alonso Pinto Molina es un escritor español.
Aunque sus comienzos estuvieron enfocados hacia la poesía y la narrativa (ganador II Premio Palabra sobre Palabra de Relato Breve) su escritura ha ido dirigiéndose cada vez más hacia el artículo y el ensayo.
Su pensamiento está marcado por su retorno al cristianismo y se caracteriza por su crítica a la posmodernidad, el capitalismo, el comunismo, y la izquierda y derecha políticas.
Actualmente se encuentra ultimando un ensayo.
Fuente: https://www.lasnuevemusas.com/nietzsche-como-religion/
3 de julio de 2022