Lo que los antiguos llamaban “virtudes”, como la prudencia y la valentía, se desconocen más y se aplican menos. Ellas aparecen en nuestra tradición como cualidades del carácter, indispensables para conseguir el bien de cada individuo, llevar una vida con orden y mesura en una sociedad que pretende ir hacia el bien común.
La ocasión para estas reflexiones proviene de hechos recientes pero que, en realidad, son ancestrales y hacen parte de las ansiedades por el dinero. Surge la idea de que los límites entre la ética y el derecho son bastante borrosos y equívocos, pues la ley y las normas son interpretadas, con frecuencia, de manera subjetiva.
Digamos que esta coyuntura histórica de negocios y finanzas ha producido una conmoción social colectiva que nos muestra una manera de vivir y de hacer negocios, pero que nos lleva a hacernos algunas preguntas que tienen que ver con cuestiones esenciales a la vida del trabajo y a la subsistencia diaria. Lo menos que podemos decir, en estas difíciles circunstancias, es que la sabiduría y la prudencia han estado ausentes o han sido manipuladas por fuerzas y esperanzas incontenibles.
La reflexión filosófica ha sido un baluarte histórico que va más allá de lo que a primera vista aparece. Es insuficiente quedarnos anclados en una supuesta crisis estructural de valores o en el fracaso de las estrategias del Estado cuando, éste, ha sido superado por corrientes de dinero poderoso y, de manera irresponsable, queremos echarle la culpa a circunstancias externas y a fuerzas que escapan a nuestro control.
Algunos hablan al respecto con una facilidad espantosa, que poco ayuda a ver el problema que rodea la necesidad de satisfacción profunda y la búsqueda de felicidad rápida. Se ha vuelto prioritario buscar la “excelencia en los negocios”, no importa el precio que haya que pagar, no importan los principios de vida que haya que derrumbar.
¿Qué interés tienen los principios éticos en una sociedad que a la hora de la verdad los desecha?
La máxima de la época sería: todo vale. Todos aceptamos que el dinero, el mundo de los negocios y la satisfacción razonable son condiciones mínimas para la convivencia social.
En este contexto hay que preguntar:
¿Por qué se busca con tanta ansiedad, cueste lo que cueste, la prosperidad material?,
¿cuál es el límite de la satisfacción individual?,
¿por qué somos tan ambiciosos, insaciables y oportunistas?,
¿por qué rechazamos aplicar la prudencia a la búsqueda de la felicidad?,
en fin, ¿qué es lo que a los seres humanos les proporciona, hoy, satisfacción o felicidad?
Las dimensiones de las experiencias humanas son tan imprevisibles que ninguna decisión parece razonable, pero estamos tan marcados por el entorno social que nuestras acciones limitan con lo irracional, el egoísmo y la ambición. Hay quienes aprovechan la insatisfacción humana, manipulable por unas metas u objetivos bastante inmediatistas o de corto plazo.
La necesidad económica, el desempleo, y demás, han sido el eje alrededor del cual ha girado esta crisis, que nos abarca a todos y en donde una sabiduría previsiva ha estado ausente.
La incoherencia de motivos y el absurdo de los actos se parecen a la famosa obra de Voltaire, titulada Cándido, que intenta demostrar por el absurdo que a pesar de las penurias todavía estamos vivos, aunque no sabemos dónde estamos ni qué queremos de nosotros mismos.
Con seguridad, nos hace falta más prudencia en nuestras decisiones, si bien “de sus errores y equivocaciones el sabio y el bueno aprenden sabiduría para el futuro”. (Plutarco).
Fuente: http://cronicadelquindio.com/index.php?module=Pagesetter&func=viewpub&tid=3&pid=45247
Armenia, COLOMBIA. 14 de Dic de 2008