Una característica demasiado humana. Imposible hallarla en otra especie. Digamos que emerge en todas las culturas, de una u otra forma. Y, con tintes ora religiosos, ora legales, sustenta una dimensión unívoca y compartida en todas partes. Nietzsche la ataca, para él es “la domesticación de la bestia humana”. Por ello los animales la desconocen. Añade: “En todos los tiempos se ha querido mejorar al hombre”, y para él esta es su intención. Pero así como es una forma de definir la conducta y orientar la paz, la concordia, el respeto, es decir, los valores; así es usada para el chantaje o la manipulación.
Está bien para los estados, las familias, las normas sociales, no para el arte. Este es amoral. Como lo es la naturaleza. Un lobo no tiene consideración de su presa sea un cachorro o una manada. No existe el bien y el mal. Y, en algunas sociedades, hay una moral subvertida. O una moral oscura. La ética es una especie de moral, consideraciones sobre el otro, que no siempre es conservadora sino libertaria o transgresora. Ahora, con la asunción de los antihéroes y los antivalores ha cambiado ¿Quién determina el bien y el mal?
La naturaleza se regula a sí misma. Lo único con lo que no ha podido es el poder omnímodo del hombre. Allí sucumbe. La moral se estrella con su creador: el ser humano que la traiciona todo el tiempo. Durante el siglo XIX por ejemplo, Balzac y Dickens no perdían espacio en pontificar su moralismo, lo mismo Wilde. Digamos que los personajes estaban sujetos a su conducta. Latía una enseñanza. Prevalecía el ethos por sobre el phatos.
Nietzsche dinamitó la moral judeocristiana secular para el espíritu de la fuerza: la liberó. Desenmascaró la virtud. Autores del siglo XX, son nietzscheanos en este aspecto, como Celine, o Beckett: su cinismo es deudo de la pérdida de escrúpulos como el Rastignac o Julian Sorel. No son ejemplares como Bardamú del Viaje al fin de la noche, o Molloy, tampoco los Marsault de El extranjero que es condenado por amoral, a la muerte. La hipocresía juzga a estos personajes ficticios cuando en la realidad se aplasta el humanismo todo el tiempo, o se forman tribus intolerantes guardianas de una moral nueva, y en aras de ésta, se ejerce la misma violencia que atacan. El mundo ha cambiado, la moral también. No sublimada o justiciera, sino autoritaria e intolerante o egoísta. Dice Nietzsche, ”los fenómenos morales no existen, sólo existen interpretaciones morales de los fenómenos”
¿Cómo sería la moral en el caos? ¿No existiría? ¿O seria intima, personal o genésica? ¿Cambiada? Lo significativo de las morales religiosas es que son inmóviles. Un estorbo, dice el filósofo aludido. Anota: ”el gusano se enrosca cuando lo pisas. Esto es muy prudente puesto que reduce las probabilidades de que lo vuelvan a pisar. En moral, esto se llama humildad”, Nietzsche. Y, es tan humano y antinatural y cultural, que la moral se aprende. No se nace con ella como el instinto de conservación. Ha servido en el tiempo, sí. Ha obrado como autoconciencia; también ha sido rebasada por las pulsiones exteriores, sin duda.
La literatura registra desde Dostoievski y su “si Dios no existe, todo está permitido”, que retomó Nietzsche, este estadio vislumbrado por estos genios: la era sin dios. El caos. Con islas acotadas, y núcleos por emanar. Artaud, el poeta surrealista, por ejemplo era nietzscheano sin saberlo; su razón fisiológica, su lógica del espíritu, su lenguaje de los ritmos, hurgaban en una mortal irracional y lejana, en la medida de lo auténtico.
[email protected]
Fuente: https://www.diariodexalapa.com.mx/cultura/neblina-moradaa-proposito-de-la-moral
4 de abril de 2017. MÉXICO