Estos tiempos son favorables para continuar pensando en qué se ha convertido para nosotros la filosofía. Hemos considerado en estas columnas que el pensar filosófico debe corresponder a nuestra manera de ver el mundo, de cómo enfrentar problemas científicos, sociales, artísticos, o lo que sintamos como problemas humanos, políticos, educativos.
La filosofía está integrada a nuestra vida diaria y no es un discurso alejado de la realidad. Pertenece a las personas siendo útil, en muchos casos, para plantear y resolver lo que en la vida es de interés práctico. Es claro que la filosofía no se reduce al discurso filosófico ni a un recuento simplista y descontextualizado de su historia ni a citas de autores. El pensar filosófico no se improvisa, exige un gran esfuerzo conceptual que compromete la vida de quien asume la responsabilidad de examinar los problemas que le son propios. En ese sentido, el discurso filosófico, por sí sólo, no comunica un saber. Es indispensable la disposición del alma, la capacidad de observación, la comprensión de los conceptos, el conocimiento de las lógicas implícitas a los métodos y a la argumentación, el buen juicio de sus planteamientos y el manejo cuidadoso de los textos. Por tanto, cabe también hablar de los encargados de dar a conocer el pensamiento específico de las escuelas filosóficas o a las diferentes tendencias que están en las obras de los filósofos.
El profesor de filosofía tiene la responsabilidad de tomar una actitud ética como intermediario entre las obras filosóficas y sus intérpretes. Desafortunadamente, el profesor de filosofía se ha convertido en un oficio, en una especie de funcionario que retransmite lo que presume conocer sin haber reflexionado con suficiente profundidad, sin exigirse la transformación que debe darse en él, a propósito de lo que dice y se supone vive intensamente. Esta historia viene desde la aparición de la escolarización del conocimiento en centros educativos como las universidades.
La formación del principiante no puede reducirse a lo que dice un manual escolar o un diccionario, quedándose en la anécdota aquella de que Tales de Mileto ¨se cayó al pozo por estar observando las estrellas¨. Un filósofo como Wittgenstein insiste en los riesgos de perdición intelectual y moral inherente al oficio de profesor porque la tentación de engañarse y engañar a otros es permanente. La labor docente requiere experiencia, competencia, convicción y vocación. Y que la conciencia de los problemas filosóficos haga parte de su sentido de la vida, donde sea permanente una actitud crítica con claridad conceptual, el cuestionamiento de los ¨fundamentos¨ de otras disciplinas humanas que transforman la sociedad.
En fin, lo más importante al hecho de ser filósofo es la capacidad de cuestionar todo conocimiento, de buscar la verdad objetiva, de ser moralmente sensible y socialmente responsable, de preguntarse por el sentido de la pregunta filosófica, de elaborar respuestas fundamentadas, de examinar las consecuencias de lo que piensa, de lo que dice y de lo que hace. Estos aspectos, y otros más, constituyen el modo de vida del filósofo.
fuente: http://cronicadelquindio.com/index.php?module=publicacion&func=viewpub&tid=3&pid=47542
Armenia, Colombia. 26 de Oct de 2008
no pues me parece muy interesante todo esto,todo esto esta en todas partes de nuestra vida………