Criticado por populista, mediático y reaccionario, el prolífico autor prepara su libro número cien
Michel Onfray durante una entrevista en Deauville (Francia) Bruno ARBESU/REA EL PAÍS
Michel Onfray —el filósofo más popular, el más mediático, el más detestado también y el más prolífico en la Francia del siglo XXI— lo deja caer en medio de la conversación, como si fuese lo más natural del mundo. “Este año publicaré mi centésimo libro”, dice.
Han leído bien: cien. Cien libros ya, desde el primero en 1989, en la bibliografía del autor del Tratado de ateología, un autodidacta de 59 años alejado de los cenáculos intelectuales de París pero que continúa la tradición tan francesa del intelectual comprometido con el debate público. Se define como “socialista libertario, pero no liberal”, con ideas alejadas de la centralidad política, pero tiene más lectores y seguidores que ningún otro intelectual vivo en Francia. Parece capaz de escribir de todo, y a una velocidad y con un éxito —si no siempre de crítica, sí de público— que muchos de sus colegas envidian.
««Cuando la izquierda dice que no necesitamos aprender a leer, a escribir, a contar y a pensar en la escuela, ya no pertenezco a esta izquierda.»»
De Decadencia, el segundo volumen de la aún inconclusa trilogía Breve enciclopedia del mundo, ha vendido más de cien mil ejemplares. Sus cursos en la Universidad Popular de Caen —un centro educativo gratuito fundado hace 16 años para llevar la alta cultura a los franceses de a pie— congregan a auditorios multitudinarios.
La popularidad de Onfray es tan intensa como el rechazo que suscita. El presidente Emmanuel Macron, según le explicó al novelista Philippe Besson, lo incluye en la categoría de autores que no le interesan porque “viven encerrados en viejos esquemas” y “miran el mundo de ayer con los ojos de ayer”. Polemista, grafómano, populista, reaccionario son algunos de los adjetivos que le han dedicado sus críticos.
La historiadora y especialista en psicoanálisis Elisabeth Roudinesco publicó en 2010 un libro, Pero, ¿por qué tanto odio?, dedicado a rebatir el “panfleto trufado de errores y plagado de rumores” que Onfray había dedicado a Freud. En 2016 el filósofo de izquierdas Alain Jugnon publicó Contra Onfray, en el que sostenía que Onfray, con quien hace años simpatizó, ya no era un pensador de izquierdas sino de derechas, y lo definía como “un puritano hedonizante, un revolucionario dandyzante, un banquero anarquizante”, encarnación del filósofo que “decide no saber nada, no leer nada, no escribir nada, no vivir nada: vende libros, interviene en los medios”.
««Tengo éxito, y esto es un pecado mayor. Además, no soy parisino. Mi padre era obrero agrícola. Mi madre, mujer de la limpieza»»
Onfray, que cita como referentes ideológicos e intelectuales a Proudhon, Orwell o Camus, cifra en “una quincena” los libros dedicados a atacarle. “Tengo éxito, y esto es un pecado mayor. Además, no soy parisino. Mi padre era obrero agrícola. Mi madre, mujer de la limpieza. No fui a la Escuela Normal Superior [centro donde se forman las élites académicas de Francia]. No soy catedrático. No pertenezco a ninguna tribu. Me he hecho a partir de los libreros y los lectores”, dice en la cafetería el hotel Normandy, en Deauville.
Este año, el centro de convenciones de este elegante pueblo de la costa de Normandía acoge los cursos de la Universidad Popular de Caen. Es domingo y Onfray acaba de disertar durante una hora —más 45 minutos de turno de preguntas y respuestas— ante un público de mil personas sobre San Pablo y el origen de la civilización judeo-cristiana. Podría parecer un predicador americano, por la magnitud del local y la devoción del público, pero al sentarse en la mesa colocada en el escenario y comenzar a impartir la elección recuerda más a un institutor republicano que a un gurú.
««La civilización judeocristiana europea se encuentra en fase terminal»»
Se ha emocionado cuando, al terminar, un hombre cuya profesión era camionero le ha pedido que le firmase un libro. “Para mí es un título de gloria que me lea un camionero. Claramente prefiero esto a cualquier otra cosa. No sé, lo prefiero a una invitación de Emmanuel Macron”.
Onfray siente una conexión particular con la Francia popular, que considera su Francia. “Vi a mis padres humillados, y no soporto la humillación. Recuerdo que me prometí lavar la ofensa”, explica.
¿Populista? “Un populista, ¿qué es? Es alguien que habla al pueblo, que se preocupa por el pueblo, y cuyos libros los compra el pueblo”, responde.
¿Mediático? “Sí, voy a los medios. Pero, ¿qué filósofo, cuando le invitan, no va los medios? ¿Qué problema hay con verme en televisión? ¿Les gustaría no verme, no oírme, que no hablase? Qué bien estaría si no escribiese mis libros y artículos. Cuando dicen este, me piden que no exista”.
¿Reaccionario? “Yo no me he vuelto reaccionario, sino que he dejado de ser de izquierdas como lo era antes. Cuando veo que la izquierda defiende hoy el alquiler del útero de las mujeres para hacer niños, me digo: ‘Yo no soy de esta izquierda’. Cuando la izquierda dice que no necesitamos aprender a leer,a escribir, a contar y a pensar en la escuela, ya no pertenezco a esta izquierda. Cuando la izquierda consiste en elogiar los méritos de Bernard Tapie como hombre de negocios, ya no soy de esta izquierda”.
Así transcritas, las palabras de Onfray parecen las de un hombre airado y desafiante, pero las pronuncia con calma, y de cerca transmite una bonhomía que podría parecer humildad. Probablemente sea esta una de las causas de su éxito: la capacidad para hacer sentir a su público que le habla de cuestiones profundas y serias pero en un lenguaje claro y comprensible, que le habla no desde un pedestal sino de igual a igual.
“Me gusta que se apoye sobre una cultura y unos conocimientos enciclopédicos, y que sepa ponerlo todo en perspectiva”, dice Francine Danin, una profesora jubilada tras escuchar la conferencia de Onfray en Deauville. “Y es un excelente pedagogo. Sabe ponerse al alcance del auditorio, hacerse entender por todo el mundo”.
Cómo encuentra el tiempo para dictar las conferencias, grabar videoblogs comentando la actualidad y escribir al ritmo que escribe, es un enigma. Una vez calculó que podía escribir 40.000 caracteres diarios. Sólo en 2017 publicó nueve libros, de géneros tan dispares como la literatura de viajes, la crónica política, el ensayo
“La civilización judeocristiana europea se encuentra en fase terminal”, proclama Michel Onfray en Decadencia, el segundo volumen, y hasta ahora el último publicado, de Breve enciclopedia del mundo (Los otros dos son Cosmos y Sabiduría, aún pendiente de publicación). “La potencia de una civilización casa siempre con la potencia de la religión que la legitima. Cuando la religión está en fase ascendente, la civilización lo está igualmente; cuando se encuentra en fase descendente, la civilización decae; cuando la religión muere, la civilización fallece con ella. El ateo que soy ni se ofusca ni se alegra por ello: lo constato, como lo haría un médico con una descamación o una fractura, un infarto o un cáncer”.
Un edificio, según Onfray, simboliza la enfermedad terminal de esta civilización: la Sagrada Familia, que descubrió a finales de los ochenta, en una visita a Barcelona tras sufrir un infarto. “No hemos sido capaces de construir esta catedral”, explica el autor a EL PAÍS. “Se comenzó en el siglo XIX. Hubo todo el siglo XX para que se construyese. Estamos en el siglo XXI y aún no está hecha. Hay un Papa [Benedicto XVI] que viene a consagrarla, y este Papa dimite. Se puede añadir aún otro elemento que no está en el libro. Y es que los terroristas islamistas habían previsto un atentado contra la Sagrada Familia. Es decir, el proyecto era hacer explotar una iglesia inacabada. Toda la historia de nuestra civilización está concentrada en este edificio”.
Fuente: https://elpais.com/cultura/2018/02/27/actualidad/1519765780_456559.html
28 de febrero de 2018. ESPAÑA