Resulta muy inquietante que las ironías de un brillante filósofo volteriano recuerden las de aquel obispo victoriano
Mucho antes que Darwin, Aristóteles definió al hombre exactamente así: como un ‘animal político’, y nada más que eso. Mucho después, Copérnico demostró que la Tierra no era el centro del universo, y el hombre tampoco. Me sorprende que Fernando Savater haya descuidado estas dos evidencias en su último libro, ‘Tauroética’, donde restringe la ética a las relaciones entre los humanos, excluyendo a los animales de cualquier consideración que afecte a su dignidad.
Todavía me resulta más desconcertante que atribuya la creciente sensibilidad animalista a «una especie de budismo», cuando ha sido nuestra civilización, desde Aristóteles a Linneo, desde Darwin a Lorenz, la que más ha contribuido a presentar al hombre poco menos que como un mono desnudo.
La ética, cierto, es una invención humana. No obstante, en la Atenas de Aristóteles no se aplicaba a todos. Las mujeres, por ejemplo, tenían el mismo estatus social que los esclavos. Fue precisa una larga marcha para que comenzáramos a aceptar que todos los seres humanos son iguales.
Con la sensibilidad animalista sucede algo semejante. Cuando Darwin publicó ‘El origen de las especies’ no sólo demostró el parentesco entre el hombre y el mono. También comparó las facultades mentales del hombre y los animales. Estos son capaces de amar y de sufrir, interpretan la felicidad y la desgracia, manejan lenguajes de especie, y todos los que tienen cerebro piensan y actúan en consecuencia, a veces con más acierto que muchos humanos.
Darwin entendía la ética como un principio evolutivo, como un «círculo de compasión». Las comunidades primitivas sólo la aplicaban a los miembros de su tribu. Hoy la consideramos un derecho extensible a todo ser vivo que sea capaz de sentir, como los «animales no humanos» -incluidos los políticos.
En su célebre discusión con el obispo Wilberforce, éste preguntó a Thomas Huxley -un darwiniano genial-, si descendía del mono «por parte de padre o de madre». La respuesta de Huxley ha pasado a la historia:
«si me pregunta si preferiría tener a un pobre simio por abuelo, o a un hombre poseedor de grandes medios e influencia, y que sin embargo empleara esas facultades para ridiculizar una discusión científica, sin dudar afirmo mi preferencia por el simio».
Sus palabras definen meridianamente la postura animalista en la polémica sobre las corridas de toros. Resulta muy inquietante que, del otro lado de la barrera, las ironías de un brillante filósofo volteriano recuerden las de aquel obispo victoriano.
Fuente: http://www.diariovasco.com/v/20101002/opinion/articulos-opinion/zoon-politikon-20101002.html
SPAIN. 2 de octubre de 2010