La obra principal del pensador judío medieval Maimónides, interpretó alegóricamente pasajes bíblicos para conciliar la creación divina con la filosofía griega. Su influencia fue debatida en la sociedad judía y admirada incluso por Tomás de Aquino.
Hay una expresión tradicional judía que dice que «desde Moisés hasta Moisés no hubo nadie como Moisés», que se suele interpretar en el sentido de que Moisés ben Maimón, más conocido como Maimónides (1138-1204), ha sido el pensador judío que más altura intelectual ha tenido inmediatamente por debajo del Moisés bíblico, el profeta que recibió las leyes fundamentales del judaísmo.
Aunque no es el único representante de la filosofía judía medieval, en la que destacaron otros intelectuales como Saadia Gaón, Salomón ibn Gabirol o Abraham ibn Ezra, sin duda Maimónides es quien mejor sintetizó el pensamiento aristotélico dentro del judaísmo en la Edad Media. Su obra principal, la Guía de perplejos, escrita en árabe, tenía como objetivo precisamente la explicación del texto de la Biblia para hacerlo compatible con la filosofía de Aristóteles.
El aristotelismo y la Biblia
Para llevar a cabo la síntesis entre texto bíblico y aristotelismo, Maimónides partió del concepto de la alegoría: los versículos de la Biblia, además de su sentido literal, aluden a otras realidades diferentes que el intérprete debe descubrir. Según el pensador cordobés, el relato de la creación del mundo, tal como lo leemos en el libro del Génesis, esconde la estructura y el orden del mundo físico como fue expuesta por Aristóteles en la Física. Uno de los principios básicos de la física aristotélica es la teoría de los cuatro elementos fundamentales de la materia: tierra, agua, aire y fuego.
Según el Estagirita, la tierra es el elemento situado en el centro del universo. Alrededor de ella se sitúa, en primer lugar, la esfera del agua, a continuación la del aire y por encima de esta la del fuego. Todas ellas se encuentran por debajo de la esfera de la Luna y marcan los límites del mundo material y terrestre. Por encima de esta última se encuentra el universo de los astros, formados por un quinto elemento, el éter.
Para hacer compatible esta teoría con la Biblia, Maimónides citó el principio del Génesis, que según su explicación podríamos traducir de la siguiente manera: En el principio creó Dios los cielos y la tierra; la tierra era caos y desolación y la oscuridad cubría la superficie del océano, mientras el viento de Dios sobrevolaba la superficie de las aguas (Gen 1,1-2).
Mediante el recurso de la alegoría, Maimónides explica que en estos versículos se encuentran los conceptos básicos que justifican que la creación del mundo del Génesis es equivalente a los principios de la física aristotélica: la tierra mencionada aquí es el centro del universo y de las esferas de los elementos; la superficie de esta aparece cubierta por el océano, que corresponde a la esfera del agua en la física aristotélica.
Por encima de las aguas sobrevuela el viento de Dios, equivalente a la esfera del aire que está por encima de la del agua. Para encontrar la correspondencia de la esfera de fuego, Maimónides recurre al sentido alegórico de la palabra oscuridad y explica que no se trata de un fuego radiante, sino del elemento natural conocido con este mismo nombre, que es incluso oscuro. Además, explica que si fuera luminoso toda la atmósfera estaría llena de luz por la noche.
Para Maimónides, el relato del primer capítulo de Ezequiel equivale a las teorías de Aristóteles expuestas en su Metafísica. Tal como se lee en la Biblia, Ezequiel tuvo una visión profética en la que contempló unos seres extraños y unas ruedas que giraban unas dentro de otras, siguiendo un movimiento uniforme, sin desviarse lo más mínimo. Esas ruedas daban la vuelta al mundo moviéndose de forma circular, con una dirección constante e impulsadas por una intención divina.
Maimónides explicó que este relato es una alegoría de la cosmología de Aristóteles, según la cual, la tierra es el centro inmóvil del universo, alrededor de la cual giran las órbitas de los planetas así como la de las estrellas fijas, llamada así porque se consideraba que estos astros habían sido fijados en sus posiciones respectivas en su propia órbita. Por encima de ellas se consideraba que estaba situado el «Primer Motor», que según el filósofo griego era la causa que pone en movimiento las órbitas de los astros.
Maimónides utilizó este mismo concepto, junto con los de «Causa Primera» o «Fundamento Primero» para referirse a Dios, al igual que hacían también los filósofos árabes y escolásticos. También dedujo el filósofo griego de los pasajes bíblicos que, en el proceso de aprendizaje, hay que seguir un orden y comenzar por la física para terminar con la metafísica. Según Maimónides, esta es la razón de que el relato de la creación esté colocado al principio del texto bíblico, porque la física es la base de las ciencias.
El pasaje de Ezequiel, alegoría de la metafísica, aparece mucho más adelante, porque para llegar a alcanzar las verdades que enseña esta ciencia, hay que conocer antes la lógica, las matemáticas y las ciencias naturales.
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El problema de la corporeidad de Dios
Uno de los asuntos que más preocuparon a Maimónides eran aquellos pasajes bíblicos en los que se describe a Dios con características humanas, porque podían hacer pensar que Él tiene un cuerpo. Para resolver esta cuestión explicó que, como la capacidad de conocer del ser humano es solamente mediante órganos corporales, estos se le adjudicaron al Altísimo en sentido figurado.
Según Maimónides, los autores de los textos bíblicos utilizaron esta manera de expresarse para que el vulgo pudiera percibir la idea de Dios: los órganos corporales adscritos a Él en la Biblia aluden a su forma de percibir y a los actos que Él realiza. Maimónides también explicó que los profetas fueron plenamente conscientes de la limitación del lenguaje humano para expresar la realidad de Dios y si usaron expresiones humanas fue porque lo consideraron el único medio de expresar la grandeza de lo que querían contar.
Este autor también defendió la idea de que Dios no tiene atributos esenciales, pues si los tuviera, habría que pensar que existe en Él la pluralidad, una idea que choca completamente con la creencia en que es solamente uno. Maimónides se opuso a la creencia cristiana en la Trinidad, porque según él implicaba aceptar la pluralidad divina.
Finalmente, llegó a la conclusión de que la única posibilidad de describir a Dios es mediante atributos negativos, es decir, mediante lo que no es: Él no es un cuerpo, ni es ineficiente, ni ignorante, ni negligente, ni incapaz, ni posee otras cualidades. Si afirmamos que existe es porque no podemos predicar de Él la inexistencia; de la misma manera, decimos que es un ser viviente porque no podemos decir que sea un ser inanimado.
¿Eternidad del mundo o creación?
A pesar de que Maimónides admiró a Aristóteles, le preocupó su idea de la eternidad del mundo, uno de los principios fundamentales del aristotelismo. El filósofo judío dedicó casi toda la segunda parte de su Guía de perplejos a tratar sobre esta cuestión. El conflicto que a Maimónides le planteaba el concepto aristotélico de eternidad del mundo es que estaba en total contradicción con el concepto de creación tal como aparece en el Génesis.
Para resolver esta cuestión, Maimónides examinó con profundidad las teorías más importantes que existían en época medieval acerca del origen del mundo y, entre ellas, también la de quienes sostenían que este había sido creado a partir de una materia preexistente y eterna, formada por los cuatro elementos. Tras analizar detalladamente la teoría de Aristóteles, el filósofo judío llegó a la conclusión de que aquel no demostró científicamente y con pruebas irrefutables la eternidad del mundo, porque se trata de una idea indemostrable.
Pero Maimónides era muy consciente de que él tampoco podía probar científicamente la creación, porque es un concepto que escapa a los límites de la inteligencia humana. Ante el dilema de tener que elegir entre eternidad o creación, Maimónides nos confiesa que prefirió aceptar la solución propuesta en la Biblia, porque para él explicaba mejor lo que la inteligencia es incapaz de alcanzar.
Es muy posible que, como filósofo y científico riguroso que necesitaba pruebas absolutas para demostrar sus convicciones, en el asunto de la creación del mundo, Maimónides se comportara como un escéptico, incapaz de decidir sobre un asunto del que no existen pruebas a favor de una u otra teoría. La falta de evidencias, según él, dejaba la puerta libre a la creencia.
Los profetas, líderes ideales
Maimónides también señaló que en la Biblia aparecen algunas visiones proféticas aunque no se las califique como tal. Como regla general estableció que, siempre que se mencione la aparición de un ángel y la comunicación de un mensaje divino, el pasaje en cuestión no se debe interpretar literalmente, sino que se trata de una visión profética.
En el pasaje del sueño de Jacob, en el que este personaje bíblico vio una escalera que comunicaba la tierra con el cielo y por la que subían y bajaban ángeles (Gen 28, 12-15), Maimónides encontró referencias veladas a cuestiones de orden cosmológico, epistemológico e incluso político. La visión del cielo —representando la esfera superior del universo— y de la tierra —alegoría de los cuatro elementos de la materia— es un reflejo de la concepción cosmológica aristotélica del universo.
La escalera que comunicaba ambos mundos simbolizaba el proceso intelectual mediante el cual el filósofo asciende desde el entendimiento de las materias más inferiores hasta la esfera superior e incluso hasta el conocimiento de la existencia de Dios, que permanece firme y estable al final de la misma.
Los ángeles que subían y bajaban representaban a los profetas, que son capaces de ascender intelectualmente hacia el Altísimo para adquirir unas capacidades intelectuales específicas y de descender posteriormente para utilizarlas en beneficio de la humanidad, guiando a los seres humanos en su comportamiento. Para Maimónides, la escalera de Jacob ilustraba el concepto de los profetas como líderes ideales para gobernar a la humanidad porque, según él, eran los que tenían la capacidad de implementar en este mundo los métodos que Dios utilizó en la creación y conservación del mundo.
La recepción de la filosofía de Maimónides
Cuando la Guía de perplejos se tradujo al hebreo, a principios del siglo XIII, fue bien recibida por una gran parte de intelectuales judíos, que fueron conscientes de que la filosofía griega era un apoyo fundamental a la justificación racional de su propia religión.
Sin embargo, hubo sectores de la sociedad judía que consideraron que tratar de compatibilizar a Aristóteles con el judaísmo era una amenaza para la pureza de su propia tradición, que se podía contaminar de elementos ajenos. Además, considerar que el texto bíblico estaba plagado de alegorías podía poner en peligro el sentido mismo del libro sagrado y llevar al abandono de las obligaciones religiosas, muchas de las cuales se basaban precisamente en la lectura literal de los textos.
Varios líderes de comunidades judías pidieron la prohibición de estudiar los textos de Maimónides, pero no faltaron quienes apoyaron al maestro y defendieron sus puntos de vista. La polémica sobre las obras de este autor duró más de un siglo, porque lo que se ponía en cuestión era mucho más profundo: se trataba de la propia legitimidad de la filosofía y la ciencia como objeto de estudio por parte de quienes poseían profundas convicciones religiosas.
Lo que estaba en juego era valorar si la ciencia externa al judaísmo podía ser considerada una vía de conocimiento legítimo o, por el contrario, podía suponer un obstáculo para la fe.
Además de la admiración que despertó en sus propios correligionarios, Maimónides también fue valorado por intelectuales cristianos, como Tomás de Aquino. Este último se sintió atraído por la interpretación de los significados alegóricos del texto bíblico que hizo el filósofo judío y coincidió con él en que el conocimiento humano es limitado para llegar a entender ciertas cuestiones que escapan a la razón. Pero si hubo un punto en el que el Aquinate realmente apreció al filósofo cordobés fue en la defensa que este hizo de la idea de la creación del mundo frente al concepto aristotélico de eternidad.
Los argumentos de Maimónides podían proporcionar a los pensadores cristianos bases sólidas en las que fundamentar argumentos teológicos, demostrando así que no existen barreras entre religiones cuando se buscan objetivos comunes y que las diferencias entre credos se diluyen cuando se antepone la creencia en un mismo Dios.
Notas
Este artículo fue publicado originalmente en la edición impresa de Muy Historia.
El Doctor Mariano Gómez Aranda es en Filología Semítica
Fuente: https://www.muyinteresante.com/historia/64630.html
30 de abril de 2024