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Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM
En un medio inundado de libros inocuos, Luis Villoro nos entregó este año un libro de esos que de cuando en cuando sintetizan un problema central de la época y tratan de echar luz sobre el futuro. En Los retos de la sociedad por venir (México, 2007, FCE), el autor recoge y unifica varios ensayos escritos a lo largo de casi una década.
El punto de partida es particularmente llamativo. Villoro comienza por reconocer que las teorías de la justicia construidas por los filósofos liberales pueden tener justificación en sociedades “desarrolladas”. Ahí donde problemas como extrema desigualdad, extendida pobreza, violación sistemática de derechos fundamentales o autoritarismo e intolerancia crónicos han sido dejados atrás, se ha alcanzado una concepción de la justicia que forma parte del consenso social y político. En este consenso, hombres y mujeres pueden planear su vida y realizarla efectivamente dentro de un espacio razonable.
En estas sociedades se habrían hecho efectivos los derechos fundamentales de acuerdo con la concepción originada en los siglos XVII y XVIII por los movimientos de la Ilustración. Una concepción “occidental” de tales derechos.
Pero sociedades “subdesarrolladas” como las nuestras, la mayoría de las que forman el “tercer mundo” (en un globo terrestre en que desapareció el “segundo mundo”), no han alcanzado ese estadio al que han llegado las primeras.
De ahí que, en el mundo avanzado se ha desarrollado una teoría “positiva”, mientras que en las nuestras es menester construir una teoría “negativa” de la justicia. La diferencia entre ellas es básicamente la siguiente: en las sociedades desarrolladas, la generalización de los derechos de las personas es hoy en día un hecho “positivo”. La gente tiene acceso a los derechos y la exclusión no es en ellas una realidad generalizada.
En cambio, la mayor parte del mundo está formada por países como el nuestro donde la injusticia es la regla para la mayoría, no la excepción. El hecho radical de la injusticia es la exclusión por las razones que sea: raza, cultura, sexo o condición social. La exclusión, la imposibilidad de tener acceso a bienes que otros, los privilegiados, sí disfrutan, justifica una teoría negativa, cuyo objeto es, como su nombre lo indica, la negación de esa realidad en sus diversas formas. Negación que corresponde hacer no sólo al filósofo, sino a los excluidos que, mediante su rechazo a la exclusión, pueden cambiar el orden y las normas que lo constituyen injustamente.
La finalidad de esta teoría es concreta. No solamente expresa en normas generales el fin de la exclusión, sino que crea un espacio argumental, público y privado, donde los excluidos puedan dotarse de razones para luchar contra su condición.
La exclusión experimentada por los pueblos originarios de Iberoamérica representa un caso singular en el que, pesar de todo, sobrevive una idea de democracia distinta de la República (de los incluidos): la comunidad. Villoro cree encontrar en ella la semilla de una crítica radical de la “ilusión” de Occidente, prometedora para “la sociedad por venir”. En ella los individuos se pliegan a la comunidad mediante la institución de la asamblea. A diferencia de la democracia occidental, profundamente individualista, la comunidad es el espacio dialógico de la razón política de los excluidos, desde donde su exclusión puede ser abolida.
Es imposible hacer aquí justicia crítica (valga la redundancia ¿o coincidencia? con el tema central del libro) a un texto tan rico y complejo, que incluye las reflexiones del autor en los últimos tiempos y abarca no solamente la justicia, sino la democracia y el multiculturalismo a través de un serio repaso de los principales hitos de la historia de la filosofía. Pero valen al menos al menos algunos comentarios.
La oposición central que efectúa el autor entre la tradición de Occidente y la “novedad” de los pueblos originarios de Iberoamérica no se basa acaso en el olvido de que la democracia occidental fue, a final de cuentas, el resultado de interminables luchas contra la exclusión de múltiples pueblos que, en sus diferentes momentos históricos, fueron tan aborígenes y excluidos como los de América o África. Y, ¿no desembocó de ese gigantesco melting pot que incluyó a escoceses y galeses, bretones y celtas, iberos y romanos, bizantinos y eslavos, por mencionar solamente unos cuantos? ¿No fue justamente la “superación” de la comunidad (tanto destruida como sustituida) la que dio origen a un nuevo tipo de “asamblea”: la República democrática (o el parlamentarismo donde pervivió la monarquía), precisamente porque su forma anterior negaba la autonomía del individuo por la comunidad, la libertad individual de realización?
El “acceso” positivo que la justicia moderna brindó a los otrora excluidos, ¿no fue resultado de la negación de esa exclusión en actos de muy diverso origen y naturaleza pero que desembocaron en la realidad histórica del “consenso traslapado” de la que habla John Rawls o la “comunidad de diálogo” a la que se refiere Jürgen Habermas? ¿No es esa forma de diálogo entre excluidos e incluidos lo que puede sacudir y modificar las modalidades institucionales de la dominación injustificable? ¿No es, a fin de cuentas, la superación del aislamiento de los excluidos y la distancia que los separa de la República de los incluidos lo que puede dar origen a la justicia positiva, sin duda paso imprescindible luego de toda negación? Preguntas todas que deben empeñarnos en sus respuestas.
Cualesquiera que sean las opiniones que ocasione, el libro que nos regaló Villoro en el año que acaba es fundamental para los temas de nuestro tiempo. Ojalá abundaran textos así, para atender debates de fondo que brillan por su ausencia en la sociedad política.
http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/39366.html