Poeta y ensayista, Juan Carlos Canales nació en Puebla, el 23 de septiembre de 1959. Estudió una Maestría en Literatura española en la U.N.A.M. y, posteriormente, un posgrado en Teoría psicoanalítica. A finales de los 80 y principios de los 90, formó parte del Seminario de Filosofía Política, coordinado por Luis Cervantes J, emprendiendo una amplia y profunda renovación teórica de cara a la crisis del marxismo. Su obra poética esta recogida en los libros Antología i(n)necesaria, Sobre el caos y Teoría, respectivamente. A la par de su tarea académica como profesor-investigador de la Facultad de Filosofía y Letras de la B.U.A.P., Juan Carlos Canales ha ejercido una intensa actividad en el periodismo tanto radiofónico como escrito. Actualmente es codirector del programa El territorio del nómada, que se transmite por Radio B.U.A.P. los domingos de 10 a 12 del día. En el periodismo escrito ha intentado acercar el trabajo ensayístico con el periodístico, a través de su columna Minima Moralia, publicada en distintos medios tanto nacionales como locales. El trabajo académico de Juan Carlos Canales, apoyado en el conocimiento del mundo clásico, reúne la Filosofía, la Filosofía Política, el Psicoanálisis y la Estética, para dar cuenta de la sociedad moderna, área particular de su interés. En 1988 fue becario del Centro Mexicano de Escritores.
I
Hace más de dos siglos, Hegel señaló como una de las características más importantes del sujeto moderno su irremediable escisión entre un mundo hiperobjetivado y otro sobresubjetivado. De alguna manera, esa antinomia alimentaría los grandes conflictos ideológicos y culturales que han atravesado Occidente, desde finales del S XVIII hasta nuestros días, teniendo como principal campo de batalla el debate entre la Ilustración y el Romanticismo- particularmente, el alemán, con Hamann y Herder a la cabeza- y cuyas resonancias todavía podemos escuchar hoy a través de dos figuras: el nihilismo activo y el nihilismo pasivo.
Pocos pensadores o artistas como Rousseau o Byron y, posteriormente, Baudelaire, vivieron en carne propia esa irrenconciliable división: el primero, desgarrado entre el contrato social y las ensoñaciones de un paseante solitario; el segundo, entre la pasión revolucionaria y el abrazo religioso. Baudalaire llevó ese mismo conflicto al objeto poético, debatiéndose entre la temporalidad histórica y la poesía pura, como el propio poeta lo indica en una carta a su madre. O el significativo caso de Novalis quien propugnaba por el retorno a la unidad de la ciencia, la poesía y la religión.
No es gratuito, tampoco, que Rousseau haya sido el descubridor de la intimidad, entendida como una condición vital que ya no sólo se diferencia de lo público, sino que se constituye en franca oposición o ruptura respecto a él, y a contrapelo de la tensión producida entre lo público y lo privado, desarrollada en Occidente, al menos desde Aristóteles. Indicador de esa fisura y contradicción en el caso de Rousseau, es que él haya sido, al mismo tiempo uno de los principales impulsores de la objetivación de la gobernabilidad sostenida en la economía y ya no en la figura tradicional de la soberanía.
En tanto que Diderot y Voltaire, o elpropio Kant (aunque sobre éste haya que hacer algunas matizaciones), alimentados – o fascinados- por el espíritu revolucionario, hacen causa común con los principios universalistas, de indudable raigambre cartesiana, Hamann, Herder y De Maistre, defienden el Volkgeist no sólo como principio ordenador de la sociedad sino, también, como principio comprensivo de la propia condición humana. Gracias a ellos, se sientan los fundamentos de lo que se denominaría ciencias de la cultura, en oposición a ciencias de la naturaleza, cuyo paradigma les parece insuficiente para conocer el fenómeno humano.
A partir de ese momento se consolidan las rutas por donde caminará el pensamiento moderno; una, que pone en su centro la capacidad de la razón para revisarse a sí misma en su ineluctable marcha por el progreso moral de la humanidad, abjurando, al mismo tiempo, tanto de la tradición y la fe; otra que, por el contrario, hace de la tradición, la religiosidad y la jerarquía, su principal sustento. Para el pensamiento conservador, la tradición, el prejuicio, la intuición y la inmediatez del mundo constituyen las únicas condiciones de posibilidad de conocimiento. Por extraño que parezca, será el pensamiento ilustrado el que continúe y afirme la tradición metafísica de Occidente, frente al inmanentismo conservador que desplaza la idea de Dios a la nación, entendida como Heimat (véase por ejemplo el caso de Hölderlin; por ello, la inmolación de Empédocles tiene como objetivo el retorno al principio sagrado de la tierra). Sade es un caso extraordinario y funciona como bisagra entre esos dos universos intelectuales; por un lado, la voluntad transgresora, la pasión revolucionaria; por el otro, su defensa a ultranza del inmanentismo naturalista, cuya apropiación parece estar ahora del lado conservador. Para ejemplificarlo, recordemos la simpatía que sentía Comte por De Maistre.
En ese horizonte, y luego de varios devaneos de Goethe con el Volkgeist, él y Renan hacen una defensa a ultranza de la universalidad de la poesía, como del contrato social, respectivamente, de cara a los riesgos que implica tanto para la comunidad política como para el arte y la poesía la conversión de rasgos históricos y geográficos en virtudes éticas y estéticas, sustrato de todo pensamiento totalitario
Por ello me gusta informarme- apunta Goethe, en Poesía y verdad- acerca de las naciones extranjeras y aconsejo a todos que hagan lo mismo por su lado. La palabra literatura nacional no significa gran cosa actualmente; nos encaminamos hacia una época de literatura universal y cada uno de nosotros debe empeñarse en el advenimiento de dicha época.
Renan, en Qué es una nación, escribe: Hay en el hombre una capacidad de ruptura, un poder de escapar de su contexto y evadirse de la esfera nacional, de hablar, de pensar y de crear sin mostrar inmediatamente la totalidad de la que emana. No ha conquistado con una denodada lucha su autonomía de las fuerzas paternas que intentaban limitar su pensamiento para ser absorbido, sin más, por una madre devoradora: su cultura. Antes que la cultura francesa, la cultura alemana, la cultura italiana, está la cultura humana.
Es cierto, en nombre del universalismo se han cometido los peores crímenes de la historia y su contenido se ha vaciado en un puro formalismo. Un ejemplo de ello lo representan, por un lado, la revolución bolchevique; por otro, el destino de la democracia en el mundo contemporáneo. Frente a ello, el nacionalismo, como la peor enfermedad de la modernidad, según Berlin.
Algo hay que subrayar antes de seguir: por distintos caminos, tanto el pensamiento ilustrado como el conservador llegan a tocarse en punto, punto que marcaría esa vuelta de tuerca que fue, años después, el nazismo: la prosecución de un mundo sometido al puro real; real que, de acuerdo a Badiou, constituye el horizonte del siglo XX.
Por distintas vías, ni el universalismo ni el particularismo acaban por reconocer al otro, como prójimo, y al Otro como “tesoro de los significantes”; el primero en nombre de la abstracción del sujeto; el segundo, en nombre de su irreductible diferencia. En nombre del espíritu revolucionario, el universalismo diluye toda frontera, todo límite frente a la sociedad y la naturaleza; el vértigo de lo real que lo embarga acaba por borrar toda identidad (de ahí el abismo que enfrenta, permanentemente, el discurso liberal sobre la tolerancia y su práctica). El conservadurismo hace de ese límite una muralla y una virtud ética. Así, los extremos se tocan, se identifican, y se hacen préstamos mutuos, sin los cuales serían incomprensibles las características de uno y otro a lo largo del siglo XX.
El siglo XX polarizó, sobre el trasfondo de la sociedad de masas y la crisis del liberalismo, la escisión entre un mundo hiperobjetivado y otro sobresubjetivado. Sin duda es la Viena de fin de siglo- el imperio perdido, de Roth, o los últimos días de la humanidad, de Kraus- el mejor ejemplo para sostener nuestra hipótesis. Es el arte, otra vez, el espacio donde mejor dejan sus huellas las fuerzas disolventes de la modernidad. Por un lado, una tendencia objetivante que intenta sustraer al sujeto de la producción discursiva, sea en la filosofía, la literatura, la música o la arquitectura: Wittgenstein, Kraus, Webern y Wagner, respectivamente; por otro, una exacerbación de la subjetividad, puesta en escena por Klimt y Hofmannsthal o Zweig. Broch articula, exepcionalmente, esas dos fuerzas en la misma obra. Pero quizá hayan sido Musil y Schnitzler los que mejor hayan dado cuenta de esa doble experiencia, tanto en El hombre sin atributos, como en Camino a campo abierto, respectivamente. En medio de ellos Freud, buscando cómo articular esas dos esferas, sin sacrificar ninguna de ellas.
El planteamiento de Hegel tuvo importantes resonancias desde Marx hasta el existencialismo, pero quizá haya sido Max Weber quien, desde la sociología, mejor comprendió- retrospectivamente- la fragmentación de las esferas de vida en el mundo moderno. Desde él, autores tan diversos como Bell, Habermas o Trías, lo han retomado por distintas vías para signarlo como uno de los problemas más urgentes del mundo contemporáneo (la teoría de las esferas de Sloterdijk no la conozco, por tanto no me refiero a ella).
Hoy día, somos testigos de una creciente separación y polarización entre las esferas, técnico-racional, cultural-moral y la esfera del yo. En el caso de Occidente, es obvio que la primera subrroga las otras dos, sometiendo toda manifestación de vida a la lógica del cálculo y la eficiencia; en el caso de las sociedades islámicas, por el contrario, es la esfera cultural la que predomina sobre las restantes. La reacción, en Occidente, no se ha dejado esperar a través de la desesperada búsqueda de valores que escapen a la lógica técnico-racional, al tiempo que ofrezcan una alternativa espiritual a nuestra condición. El mercado ha utilizado esa búsqueda como coartada para poner a disposición de los consumidores una variada gama de productos que colmen el vacío dejado por la técnica. Sin embargo, en el contexto de la sociedad de masas, perfilada en el conjunto de sus prácticas por el consumo y desecho inmediatos, se ha operado una nueva fractura entre el telos y la tecné de esos productos, trastocando su sentido originario, y reduciéndolo, ahora, a su puro carácter funcional; o si se quiere, el mercado ha operado un desfasamiento entre el valor de uso y valor de cambio de la mercancía para resaltar su puro valor fetichizante. Así, el mercado y los patrones culturales sujetos a él nos ofrecen un simulacro de experiencia espiritual delineada por su potencial capacidad de consumo y no por su potencial capacidad de comprensión. El fenómeno descrito se engloba en lo que una larga tradición de pensamiento ha denominado el Kitsch. Según Umberto Eco, en el Kitsch “el cambio de registro no asume funciones de conocimiento, interviene sólo para reforzar el estímulo sentimental… en el que el proyecto fundamental no es involucrar al lector en una aventura de descubrimiento activo sino simplemente obligarlo con fuerza a advertir un determinado efecto- creyendo que en dicha emoción radica la fruición estética. … El Kitsch es un logro de origen pequeño burgués de fácil reafirmación cultural para un público que cree gozar de una representación original del mundo… El Kitsch, en su más plena acepción, asume funciones de consuelo, se convierte en estímulo de evasiones acríticas y se reduce a ilusión comerciable” (Apocalípticos e integrados).
II
Sólo en este marco es que podemos evaluar en su totalidad el significado del reparto de la obra de Hubbard en Puebla y extraer sus consecuencias, sin desligarlo de toda una política cultural que tiene como su máxima aspiración La ciudad de las ideas, evento que parece confirmar la tesis de Eco sobre el Kitsch, al expoliar el verdadero significado de la tarea de pensar por un puro espectáculo, equiparable a cualquier otro de la televisión abierta en horario estelar.
Aunque a última hora se ha decidido el retiro del material mencionado, y pese a que su distribución haya sido acordada la administración pasada, queda al descubierto, en primera instancia, la continuidad-¿ o complicidad?- entre las actuales autoridades y las anteriores, al menos en lo que respecta a materia educativa. No importa que se haya ido el secretario Carmona- cuya excelsa tarea al frente de la educación en Puebla ha sido coronada como asesor del yerno de la maestra Elba Ester Gordillo-, y en su lugar despache Luis Maldonado; uno y otro parecen obedecer a los mismos intereses y al mismo proyecto educativo que, tras la pomposa retórica de la modernización, ha hundido al país en los últimos lugares a nivel mundial. ¿Acaso no es responsabilidad de las actuales autoridades evaluar los contenidos pedagógicos y los materiales que se reparten entre los educandos, y cambiarlos si es necesario, en pos de una mejora educativa; puede evadir su responsabilidad el secretario Maldonado aduciendo que el reparto del material señalado fue acordado la administración pasada? Por supuesto que no: Mucho peor es que la propia SEP se declare incapaz para evaluar la validez de dichos materiales ¿Quién define, entonces, y bajo qué parámetros, la política educativa? En segunda instancia: tan grave como atentar contra el principio laico de nuestra educación es fomentar entre los educandos poblanos esa literatura chatarra cuyo único objetivo es el de refuncionalizar al individuo en los patrones del mercado, exacerbando su pasividad y mixtificando su experiencia histórica. Esa misma “literatura” obedece a una estrategia normalizadora que, como en el caso de Un mundo feliz, de Huxley, desdibuja la condición subjetiva e intersubjetiva perfilada por el síntoma como la forma por excelencia de lazo social.
El gesto de Luis Maldonado revela, además, su desprecio por los valores más importantes de la cultura universal y por la inteligencia de los educandos poblanos, promoviendo una obra que suple la verdadera aventura de pensar, y aún, la experiencia interior de la vida religiosa, por un simulacro que sólo extiende la oferta de las industrias culturales para continuar convirtiendo a este país en un planeta habitado por zombies. Toda esa literatura de la asertividad en la que se inscribe la obra de Hubbard, no es más que el correlato, a nivel individual, de una sociedad que, en el ámbito público y político se amuralla cada vez más, como nuestras ciudades, contra todo contacto con los otros y con el Otro.
Por qué no, Sr. Maldonado, luego de su ocurrencia propone la lectura masiva de El aleph, de P. Cohelo, en lugar de El aleph, de Borges, o sustituye de los programas educativos a Virgilio o a Dante por Bucay?
¡Vaya! Un poco más, secretario, y será republicano.
En algún lugar de Puebla, a 30 de septiembre de 2011
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Fuente: http://e-consulta.com/portal/index.php?option=com_k2&view=item&id=18395:luis-maldonado-o-el-nuevo-emilio&Itemid=334
MEXICO. 3 de octubre de 2011