Decía Hannah Arendt que todo acontecimiento histórico -revoluciones incluidas- era incomprensible para los involucrados en el mismo. Como lo fue para el hoplita inmerso en el polvo de Gaugamela el significado histórico de dicha batalla ante los persas. Y en ese sentido somos ante la revolución digital que nos sucede como el Fabricio de Stendhal en ‘La Cartuja de Parma’: que está en Waterloo sin saber que es Waterloo, y enfangado en el fragor de la batalla no acierta a reconocer a Napoleón que pasa, brumoso, junto a él a caballo. Tal es la intensidad y profundidad de los cambios que nos asisten por mor de las TICS y que nos están llevando a la aparición de un nuevo tipo de realidad distinta de la de los objetos materiales como es la del ser digital, basada no ya en la estructura clásica de sustancia y accidentes o en la cartesiana de res cogitans y res extensa, sino en dígitos binarios 0-1. Dos realidades, la material y la virtual, que difuminan sus contornos ‘on line’ y ‘off line’ y donde lo técnico aparece ya como algo natural, como anticipó temerosamente Heidegger. Y quien quiera percatarse de las implicaciones de ello en los diversos campos de la vida humana y organizacional, le recomiendo que acuda a ese tesoro de conocimiento compartido que es el espacio web del BBVA ‘Open Mind’ (‘https://www.bbvaopenmind.com’).
De manera que nos encontramos sobrepasando aquel tercer estadio de la técnica que Ortega vislumbró en su imprescindible ‘Meditación de la técnica’: el de la técnica del técnico (o del tecnólogo en nuestro caso), muy alejados ya de los estadios previos del azar y del artesano. Y el mismo Heidegger coincidía en considerar la técnica como el “fenómeno” fundamental del mundo moderno y a la tecnología, como “la metafísica de la era atómica”. De la era digital en nuestro caso. Y es aquí, en este escenario que es a su vez nueva circunstancia, donde nuestros ‘yoes’, se mueven, existen y han de construir sus vidas personales y trabajos. Así como nuestra vida social, política y empresarial.
Las tecnologías han colonizado nuestra vida cotidiana. La mayor parte de nuestras actividades están condicionadas por su presencia. Pero junto a la ventaja que eso supone, existen unos peligros que no podemos minimizar.
Para entender lo que nos pasa hay que tener en cuenta que las características de este tercer estadio de nuestra revolución digital, serían básicamente dos:
1) El fabuloso crecimiento de actos y resultados técnicos que integran la vida actual. No es ajeno a ello el cumplimiento cabal de la ley que Moore, cofundador de Intel, formula hace ahora exactamente cincuenta años: cada dos años se duplica el número de transistores en un microprocesador. Moore estimaba que el número de transistores vendidos en un año era igual al número de hormigas en el mundo, pero ya en el 2013 la industria producía cerca de 109 transistores y cada hormiga necesitaba cargar 100 transistores para cumplir la analogía. Lo que implica que el hombre de hoy, desde que nace, se ve rodeado de una cantidad fabulosa de objetos y procedimientos. Se estima, que al menos un 50% de objetos actuales no existían hace 15 años. A este respecto, cuenta Ashton, el padre del “internet de las cosas” e investigador del MIT, cómo hay ya actualmente 3,8 millones de objetos conectados a la nube; en 2020 serán 25.000 millones los objetos conectados, de manera que la red no es ya un fenómeno meramente interpersonal según el modelo P2P. Es decir, los objetos, desde que son, también se entrelazan en una malla de interconexiones digitales. Si la globalización humana y económica es también una globalidad objetual, entonces también nuestra circunstancia es ahora nodal.
2) Junto a ello, se da el siguiente corolario fruto de la lucidez de Ortega. El hombre -ni las organizaciones, añado yo- ya no puede vivir sin la técnica a que ha llegado. Tenemos un ejemplo empresarial muy gráfico de esto último: no es casual que los profundos cambios que van a suceder en un sector tan estático como es el financiero y que finiquitan su modelo tradicional, empiecen por el desembarco inminente en medios de pago de empresas tecnológicas como Google, Amazon y el gigante chino Alibaba. O que el 45% de las pymes americanas se financien ya digitalmente en el ‘shadow banking’ que opera en la Red. También, las posibilidades insospechadas de producción doméstica que abre la impresora 3D y que acabará con la vieja distinción entre productor/consumidor a favor de un creciente protagonismo del neologismo ‘prosumer’: el que produce en su casa lo que él consume o los útiles para su fabricación.
Ahora bien es misión del pensamiento avizor -tan falto hoy- discernir en todo acontecimiento también los peligros que a su vez inaugura. Y sólo seremos capaces de ello si nos percatamos como hizo Heidegger de que la técnica moderna es un modo de “manifestar, descubrir e interpretar la realidad” y por tanto potencialmente -como estamos viendo- ocultadora de otros modos de lo real, y sobre todo de esa realidad que llamamos “personal”. Y al espectador atento no se le escaparán las nuevas formas de primitivismo cada vez más generalizado y la extraña propensión al anonimato o suplantación de identidad y rostro en las nuevas formas de comunicación en red. Así como el pavoroso desprecio por la intimidad no ya ajena sino propia. Por otra parte, nadie parece advertir a qué velocidad se está perdiendo esa capacidad tan específicamente humana -y española- que es conversar. Las nuevas formas de mensajería instantánea hacen obsoleto -e incluso impertinente- en gran medida el teléfono como gran logro del ‘homo loquens’. Y sobre todo de la charla cara a cara. Lo mismo supone el correo electrónico respecto de aquella costumbre tan significativa como era la correspondencia epistolar, que nos obligaba a dos actos soberanos: pensar y poner en claro nuestra intimidad.
“Nadie parece advertir a qué velocidad se está perdiendo esa capacidad tan específicamente humana -y española- que es conversar. Las nuevas formas de mensajería instantánea hacen obsoleto -e incluso impertinente- en gran medida el teléfono como gran logro del homo loquens”
Este empobrecimiento y descenso del nivel de lo humano, se palpa también en la degradación de la figura del periódico del siglo XX en esas sus caricaturas que son hoy tantos periódicos digitales. Lo cual se correlaciona con una trivialización digital de la política -reducida a mera técnica- que hará muy difícil que el cuerpo electoral acabe soportando las duras cargas de una democracia en un tiempo no muy lejano. Y no es nada casual que en plena era digital la enseñanza de la Filosofía -que es ante todo voluntad de comprensión- haya sido desplazada de los planes de Bachillerato y por tanto abortada su transmisión. Como si ya no fuera necesario preguntarnos si no estamos en una caverna y quizá viendo objetos virtuales -sombras chinescas- que no se corresponden con el verdadero mundo real. Por lo que no haría ya falta quitarnos los grilletes de la bancada de la servidumbre de la ignorancia, que a eso aspiraban las Humanidades.
Y en medio de tanto vértigo de una técnica no pensada previamente, al contemplar al hombre actual jugando con su smartphone mientras gran parte de la civilización se desmorona a su lado, habría que recordar aquel pensamiento tan verdadero de un pensador y tecnólogo como Pascal: “Todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación”. Sin olvidar, de paso, las serias advertencias de Heidegger ni las graves prevenciones de Ortega.
Es profesor de Recursos Humanos en la Universidad de Alcalá de Henares.
Fuente: http://www.elmundo.es/opinion/2015/10/13/561bed2a268e3e51658b458c.html
13 de octubre de 2015. ESPAÑA