Ludwig Wittgenstein sacudió los fundamentos y las certezas de la filosofía tradicional; a partir de sus enunciaciones la filosofía y el hombre no pueden ser pensados de la misma forma. Sus palabras fueron profecías de nuevos tiempos, de nuevas formas de entender al ser humano, el lenguaje y el pensamiento, la razón y el sentido. Con la apertura que su obra implica, la teoría filosófica al estilo tradicional, los paradigmas universales y trascendentales, las certezas y el sentido único resultan ya inaceptables. Los imperativos y los principios categoriales llegan a su fin. Su propuesta plantea un adiós definitivo a los fundamentos.
Para Wittgenstein, el lenguaje consiste en mil juegos (diálogos) y contextos distintos con reglas diferentes para cada uno. Cualquier significado y cualquier sentido que emane del lenguaje siempre es relativo; lo demás son tan sólo fantasmas. Su teorización acerca del sentido no lo conduce a una nueva teoría sino, por el contrario, a la exclusión de todas ellas. La filosofía wittgensteniana es libre de agobios y esclavitudes que generan problemas mal planteados que agitan al espíritu humano. Problemas que pretenden, vía argumentos lógicos en extremo racionalizados, cerrados, que a ese nivel no significan, en realidad nada, ni tienen solución ni sus planteamientos y resoluciones resultan útiles ni válidos.
Para Wittgenstein el lenguaje consiste en mil juegos, el uso diario de las palabras genera todo y cualquier sentido en el mundo. Cualquier significado y sentido de las cosas es relativo siempre. Concibe la filosofía como una terapia del espíritu, claridad de pensamientos para alcanzar una paz en el pensar que desemboque en una serena convivencia en soledad. No es un cuerpo doctrinal, no tiene un lenguaje propio ni un método concreto; intenta, a partir de preguntas sin fin, aclarar las cosas mediante el esclarecimiento de su presentación lingüística.
La propuesta filosófica de Wittgenstein nos conduce a reflexionar si cuando hablamos en verdad decimos algo, si expresamos algo, qué decimos, desde dónde lo hacemos, desde qué juego lingüístico, qué contexto, qué forma de vida. Las palabras también son acciones que denotan, según la forma de expresión lingüística, “fines, deseos o vacíos concretos”.
Sus obras, tanto el Tractatus como Investigaciones plantean un profundo cuestionamiento a las potencialidades de la razón, que en cierta forma prolonga el advenimiento de la aguda crítica que sobre la razón, la certeza, el sentido único, la centralidad y la fijeza ha emprendido el pensamiento posmoderno.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/07/08/opinion/a04a1cul’
8 de julio de 2016. MÉXICO