La palabra contexto (del latín contextus), según el diccionario de la Real Academia Española, significa: entorno lingüístico del cual depende el sentido y el valor de una palabra, frase o fragmento considerados; asimismo, entorno físico (político, histórico, cultural o de cualquier otra índole) en el cual se considera un hecho; también orden de composición o tejido de un discurso, narración, etcétera.
Además, significa, por extensión, maraña, enredo o unión de cosas que se enlazan y entretejen.
En un sentido literal, la definición resulta clara y descriptiva, sin embargo, si pretendemos ahondar y agregarle una comprensión que intente abarcar o colocar el acento en las acepciones sicoanalíticas de los términos lenguaje, sentido, discurso y sobre todo en cuanto a la referencia de enredo o maraña de cosas que se entrelazan y entretejen, la situación se torna compleja.
Enfilados ya a intentar ampliar el vocablo desde la concepción freudiana de texto, lenguaje y escritura, el panorama se complica y no resulta tan fácil de enunciar. Más aún si combinamos con las teorizaciones del notable filósofo francés Jacques Derrida.
Sabemos bien desde estas conceptualizaciones (Freud y Derrida), que el asunto de la representación, la significación y el sentido son más complejas de lo que a simple vista podrían parecer. Agreguemos, para profundizar o complementar más aún los aspectos derridianos de la huella, el trazo, el gesto, la escritura interna, la memoria y el tiempo.
Sabemos desde y con Freud, que ya no podemos conformarnos con la concepción del tiempo lineal, ya que el estudio del inconsciente freudiano nos llevó a entender que el tiempo en realidad es atemporal y que debemos interrelacionarlo con la espacialidad.
Así las cosas, Derrida, en torno a un intento de estudio más profundo del contexto, enuncia, interpretado por Bennington, lo siguiente:
“La diferencia no es Dios porque no es un ser supremo: no es nada fuera de las diferencias y las discrepancias. No es una fuerza, sino lo que hace posible esa fuerza al dividirla; no hay más que fuerzas y diferencias. La diferenzia no es nada fuera de tales relaciones (…) He ahí la razón de que no exista un punto de partida absoluto (…) El trabajo de Derrida se desarrolla siempre en relación con los textos de otros, en su singularidad.”
Basados en la comprensión deconstructiva del lenguaje, debemos tomar en consideración que un concepto clásico que habitualmente sirva para imaginar el límite entre texto y fuera de texto es el de contexto. A decir de Bennington: “… a menudo de manera confusa e impensada tanto al contexto estrictamente discursivo (que, a veces, se denomina también cotexto),como a los contextos reales fuera del discurso, políticos, sociales, históricos en general”.
Solemos pensar poco en estas precisiones y sin embargo resulta fundamental si queremos profundizar y comprender un poco más lo enigmático que pueden resultar tanto el lenguaje como el asunto del contexto.
Existe, como enfatiza e insiste en ello Bennington, siguiendo a Derrida, tanto la necesidad como la obligación de “(re)situar las cosas en su contexto para poder comprenderlas, y el intercambio entre Derrida y Foucault a propósito de Descartes, se basa en parte en esta cuestión”.
Lo que se necesita destacar es que más que tener la libertad de leer fuera de contexto, lo que en realidad sucede es que siempre leemos en uno o varios contextos. Lo novedoso aquí coloca el acento en cuestionar la coherencia de contexto planteado a la manera tradicional. El concepto de contexto no acepta ya la definición restringida a la que ha sido confinado. No ya desde Freud y Derrida.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2008/07/25/index.php?section=opinion&article=a07a1cul