Lo que los sabios ignoran

Un libro de entrevistas con grandes personalidades de nuestro tiempo (casi todos candidatos al Nobel, algunos con éxito) es un artículo agradable que se justifica por sí mismo, tanto más si tiene, como éste, el añadido tranquilizador de que su origen son emisiones televisivas, porque, aunque se trate de programas culturales, sabemos de antemano que en ese formato nadie se atrevería a ponerse a explicar la estructura del ADN recombinante o del parentesco entre los dogon.
No hacía falta, pues, presentar esta obra como sus autores se han sentido obligados a hacerlo: como si los entrevistados fuesen un grupo de guías religiosos en cuyas palabras la humanidad debiera buscar la clave de su salvación (porque esto convierte a estos hombres y mujeres admirables por su trabajo en una especie de santones de un star-system del espíritu travestido de espectáculo cultural); y como si los entrevistadores fueran pioneros de una misteriosa “ética mundial” de la que se dice poco más que el nombre o del “diálogo intercultural” (¿en qué sentido entrevistar a Edward Teller, Leszek Kolakowski o Ilia Prigogine es contribuir al diálogo entre culturas?). Y, sobre todo, no se ve muy bien la necesidad de ese epílogo en donde se nos adoctrina acerca de la “consciencia cósmica” y se nos advierte que “el hombre se revela verdaderamente humano en la búsqueda de metafísica y de trascendencia”, como si esto fuera la conclusión de algún argumento previo, argumento que en realidad no existe; y a veces resulta muy molesto y pegajoso el modo en que se asedia a los interrogados con este asunto del más allá.

Desde el punto de vista científico, estético o intelectual, no se trata de que estas entrevistas añadan nada relevante a la obra ya hecha de sus protagonistas -políticos como Butros-Ghali o Federico Mayor Zaragoza, analistas como Régis Debray o Samuel Huntington, literatos como Adonis, Carlos Fuentes, Nadine Gordimer, Czeslaw Milosz, Wole Soyinka o Amos Oz, científicos sociales como Claude Lévi-Strauss y Arthur Schlesinger, o naturales como Stephen Jay Gould, Edward Teller, Ilya Prigogine y Erwin Chargaff, músicos como Yehudi Menuhin, arquitectos como Philip Johnson u Oscar Niemeyer, una psicoanalista como Julia Kristeva, autoridades espirituales como Raimon Panikkar, Elie Wiesel o Paul Poppard, y filósofos como Leszek Kolakowski, Michel Serres, Tu Wei-Ming o Paul Virilio-; en realidad, se trata más bien de preguntarle a la gente sobre lo que no sabe, pero con la esperanza de escuchar así algún acento más personal, quién sabe si algún detalle curioso, y desde luego alguna de esas rupturas de la continuidad, esas salidas de tono más o menos dramáticas que constituyen la gracia de este género. En el libro hay muchas notables, tiernas, lúcidas; por ejemplo, cuando a Chargaff se le pregunta por la bioética, se despacha con un brillante y agudísimo mal humor:

“Me parece absurdo cortar en lonchas la ética como un salchichón. No existe más que una sola ética, del mismo modo que existe una metafísica. La bioética existe tan poco como la pornoética o la cleptoética. No tenemos ni idea de lo que significa la palabra ‘bio’, si no es la capacidad de ganar dinero con los órganos, sus extractos o sus copias. Pero eso no es más que necroética”;

o bien la respuesta de Kolakowski cuando se le pide una previsión de futuro: “Piense solamente en los profetas actuales -por ejemplo, en los economistas, gente lista y competente- y en sus predicciones, que a menudo sólo sirven para tirarlas a la papelera al cabo de un año”; o la ajustada descripción que da Amos Oz de nuestras vidas: “Las personas trabajan más de lo que deberían, nada más que para ganar una mayor cantidad de dinero que en realidad no necesitan, con el fin de comprarse objetos que en realidad no necesitan y de impresionar a unas personas a las que en realidad no quieren”. Y también cuando Lévi-Strauss, ante el acoso con la estantigua de la trascendencia, zanja la cuestión para decepción de Barloewen: “Estoy firmemente convencido de que la vida no tiene ningún sentido”; a lo que añade, como si esto le hubiese parecido poco: “Nada tiene ningún sentido”.

El libro de los saberes.
Conversaciones con los grandes intelectuales de nuestro tiempo
Constantin von Barloewen y Gala Naoumova
Traducción de María Cóndor
Siruela / Círculo de Lectores, 2008
580 páginas. 29,90 euros
Fuente: http://www.elpais.com/articulo/ensayo/sabios/ignoran/elpepuculbab/20081227elpbabens_2/Tes

SPAIN. 27 DE diciembre de 2008

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