Si recorriésemos el panteón de los “grandes filósofos” encontraremos primordialmente nombres masculinos: Sócrates, Platón, Aristóteles, San Agustín, Descartes, Marx, Nietzsche, Foucault, Sartre. ¿Acaso no hubo ni hay mujeres filósofas? Y si las hubo ¿Por qué la historia las quiere dejar a un lado?
Martha Nussbaum
“No es que no hayan existido mujeres que filosofaran; es que los filósofos han preferido olvidarlas, tal vez después de haberse apropiado de sus ideas” afirmó Umberto Eco luego de leer el libro de Gilles Ménage “Historia de las mujeres filósofas”. ¿Por qué afirmó esto el italiano? Sin dudas porque la mujer en la historia de la filosofía se ha visto desplazada, ocultada y silenciada en pos de los nombres masculinos que han llegado a cobrar mayor trascendencia quizás no tanto por la profundidad de sus ideas sino por ser portadores de pene.
Es que si uno hace un rápido repaso sea de un breve currículum escolar o de las materias universitarias que forman en filosofía, lo que encontrará es que las mujeres filósofas que aparecen son contadas con lasmanos y esto no sucede porque no hayan existido, sino por la visión eminentemente androcéntrica que impera en la sociedad y que considera al varón como referencia universal y único ser capaz de producir conocimiento y opiniones válidas.
Desde Hipatia de Alejandría hasta Martha Nussbaum muchas han sido las mujeres que han aportado ideas a la historia del pensamiento, pese a que el camino para lograr el reconocimiento popular y académico se ha entorpecido más que el de los hombres. Pero ¿no se supone que siendo la filosofía una práctica reflexiva que busca romper con los supuestos e ideologías establecidas debería evitar ser atravesada por una visión patriarcal y falocéntrica? ¿No debería mirarse a sí misma y deconstruir esta verdadera humillación?
Desde Kant quien sostuvo que las mujeres eran como “niños grandes” hasta aquel docente que al hablar de Hannah Arendt hace más hincapié en que fue amante de Heidegger que en sus propia teoría, lo cierto es que en el seno propio de la filosofía se ha buscado soslayar a la mujer como sujeto pensante, aún cuando desde hace unos cuantos años el porcentaje femenino de quienes estudian, dictan clases y escriben libros posiblemente sea mayor al masculino. Entonces ¿por qué esta situación? ¿Por qué la filosofía no ha podido verse totalmente exenta de la ideología machista?
Es en la respuesta a estas preguntas donde encontramos que por mucha reflexión teórica que realice, el sujeto pensante no puede ver abstraído de su contexto histórico y, además, podemos ver cómo las prácticas androcéntricas se han instituido de tal manera que sea han invisibilizado, tomándose como legítimas e incuestionables. Pocos son quizás los que se preguntan por qué aparecen tan pocas mujeres en los manuales de filosofía, asumiendo que si no sucede es porque no las hubo o no dijeron nada demasiado importante; la propia Hipatia, Teresa de Jesús, Mary Wollstonecraft, Rosa Luxemburgo, Simone Weil, Simone de Beauvoir, Hannah Arendt, Judith Butler, Martha Nussbaum, Adela Cortina, Diana Maffía, son algunos de los cientos de nombres que se pueden citar y que, sin embargo, sistemáticamente se elige callar o, a lo sumo, mencionar al pasar.
A todo esto, debemos entender que la violencia sobre la mujer no se agota en el maltrato físico o verbal, sino que también incluye a los múltiples mecanismos de invisibilización y desvalorización hacia ellas por el simple hecho de poseer género femenino. Es decepcionante que aún en el plano de la filosofía pareciera que en determinados ámbitos no importen tanto los argumentos, las ideas y las razones como la persona de donde provienen.
Pero entonces ¿cómo salir de este lugar? ¿Cómo romper con prácticas tan arraigadas que casi ni nos percatamos de que existen y tienen consecuencias denigrantes? Tal vez la salida valga tanto para la filosofía como para el resto de las dimensiones en donde se impone la “falocracia” o androcentrismo: respeto hacia el otro y su autonomía, ponderación de las ideas por sobre las condiciones personales y una profunda auto-inspección respecto al sexismo que domina las prácticas sociales, sexismo que pondera el género masculino por sobre el femenino y que imposibilita desterrar los vestigios machistas que arrastramos hace siglos, a menos que, por temor o culpable ignorancia, deseemos encerrarnos en la estúpida ilusión de que las mujeres no filosofan.
Fuente: http://www.minutouno.com/notas/1539828-las-mujeres-tambien-filosofan
6 de marzo de 2017
Cada día es 8 de marzo
Xavier Antich
Barcelona. Jueves, 9 de marzo de 2017
Hace muchos años que lo hago, sistemáticamente. En algún momento del curso, comparto con mis estudiantes de la Universitat de Girona un trabajo en vídeo de la artista Francesca Llopis. Nunca la presento, ni explico nada sobre su trabajo, ni sobre el tema de Etcètera (2004), que es el título del vídeo. Últimamente, la propia artista ha hecho una nueva versión, con imágenes diferentes para el mismo guión. En la filmación de la versión de 2004, se muestran imágenes de un bosque, a través de planos, de una gran ambición poética, que muestran las hojas y las ramas de los árboles, los troncos y las cortezas, el suelo y las raíces. Y mientras tanto un audio permite escuchar dos voces de mujer que van recitando varios nombres que, al principio, cuesta entender y, por supuesto, de identificar. La sensación que siempre provoca la verbalización de estos nombres es un poco inquietante, porque es difícil de entender, al principio, el sentido de lo que estamos escuchando. A medida de que la lista se va haciendo más extensa, ya empieza a ser evidente que todos los nombres son nombres de mujeres. En su mayor parte, al principio, nombres que podrían ser de mujeres cualquiera, de diversos orígenes y nacionalidades, pero, a partir de un nombre, y en cada espectador es una experiencia diferente, se identifica alguno como el nombre de una mujer artista. Después llegan, mezclados en medio de la lista, más nombres de otras mujeres artistas. E intuitivamente se adivina que sí, que toda aquella lista de nombres es de artistas, de mujeres artistas, aunque, sorprendentemente, y de aquí la inquietud que provoca, muchos de aquellos nombres no los habían oído antes.
Entre estudiantes de Historia del arte, es fácil imaginar el desasosiego que esta constatación provoca: ¿cómo es que, de prácticamente todas estas mujeres, no saben casi nada? ¿Cómo puede ser que la Historia haya silenciado estos nombres y siga, en parte, silenciándolos, como de manera tan negligente sigue haciendo una práctica museográfica que permite que muy pocos de estos nombres lleguen a tener visibilidad pública?
De forma reiterada, asisto cada curso a la perplejidad y la estupefacción de estudiantes que tienen que confrontarse con una historia descuidada, olvidada y, en cierto sentido, reprimida, amputada y negada. Aumenta esta sensación el hecho de que las voces que desgranan los nombres simulan cierta dificultad a la hora de pronunciarlos, como si fueran tan desconocidos que, en algunos casos, incluso no acaba de saberse cómo hacerlo de manera adecuada. Pero el mundo del arte no es una excepción, sino más bien un caso de estudio para un síntoma social y cultural generalizado.
Cuando cursé la carrera de Filosofía, en la Universitat de Barcelona, a primeros de los ochenta, ningún profesor, ni profesora, me habló nunca de una sola mujer filósofa
Cuando cursé la carrera de Filosofía, en la Universitat de Barcelona, a primeros de los ochenta, ningún profesor, ni profesora, me habló nunca de una sola mujer filósofa. Podría dar la sensación de que “filósofo” era un nombre que sólo se declinaba en masculino. Fue más tarde, y fuera de la institución, cuando pude conocer, leer y reconocer la importancia, en muchos casos superior a la de sus colegas varones, de la obra de Rachel Bespaloff, Simone Weil, Hannah Arendt, Simone de Beauvoir, María Zambrano, Luce Irigaray, Hélène Cixous, Sarah Kofman, Julia Kristeva, Judith Butler, Angela Davis, Nancy Fraser o Martha C. Nussbaum, entre muchas otras, por mencionar sólo a algunas de las grandes filósofas del siglo XX.
De todas ellas, hay dos casos que siempre me sublevan: Hannah Arendt y María Zambrano. Muy a menudo, como si fuera un epíteto imprescindible para calificarlas, se pone de relieve, a modo de carta de presentación, que fueron discípulas de Martin Heidegger, la primera, y de Ortega y Gasset, la segunda. En el caso de Arendt, además, siempre reaparece el tópico banal de su “relación” con Heidegger, sobre la que tanta literatura amarilla se ha escrito (¡y filmado!). Me parece una barbaridad. En primer lugar, porque, de esta manera, se convierte la obra y la aportación de Arendt y Zambrano en una cosa secundaria y subalterna con respecto a la de sus supuestos mentores varones. Pero en segundo lugar, y sobre todo, porque el paso del tiempo ha mostrado la injusticia, si no la aberración de este planteamiento.
La aportación de Hannah Arendt al pensamiento de nuestro tiempo es incomparablemente superior a la que hizo Martin Heidegger, quizás el filósofo más sobrevalorado del siglo XX
La aportación de Hannah Arendt al pensamiento de nuestro tiempo es incomparablemente superior, a mi entender, a la que hizo Martin Heidegger, quizás el filósofo más sobrevalorado del siglo XX, seguramente a causa de la aparente opacidad y hermetismo de su lenguaje, según los cuales siempre parece que diga más, y cosas más profundas, que las que en realidad dice. Por otra parte, cuando más conocemos sobre los manuscritos inéditos que Heidegger prohibió que se publicaran en vida suya, más nítidamente aparece su compromiso con el nazismo y el hitlerianismo, no por lo que hizo durante su vida bajo el Tercer Reich, que ya era suficientemente conocido, sino en lo que afecta al núcleo vertebral de su pensamiento. Al lado de Heidegger, las aportaciones de Hannah Arendt sobre la democracia, el pluralismo, la libertad y también sobre la perversión de los totalitarismos son, todavía hoy, claves imprescindibles para cualquier reflexión en torno a temas, como estos, que marcan la vida política contemporánea.
Y en cierto sentido lo mismo puede decirse de María Zambrano, la estatura intelectual de la cual, que pasó toda su vida, hasta 1984, en el exilio, desde que salió de España en 1939, no ha dejado de crecer en proporción inversamente proporcional a la de Ortega y Gasset, del que, hoy, poca cosa es filosóficamente aprovechable, a pesar de los grandes esfuerzos institucionales por promocionarlo, más allá, quizás, del valor de su prosa. María Zambrano, a mi juicio, es, junto con Xavier Zubiri, el nombre más relevante de la filosofía hispánica desde Francisco Suárez, muerto en 1617.
Sí, hay que celebrar cada 8 de marzo el día de la mujer, no sólo para recordar que, en muchísimas cosas, estamos todavía lejos de una situación de igualdad efectiva, sino también para devolver, en la vida cultural y en la vida colectiva, la voz y la obra de todas aquellas sin las que no seríamos lo que somos.
Fuente: http://www.elnacional.cat/es/opinion/xavier-antich-cada-dia-8-marzo_143099_102.html
9 de marzo de 2017. ESPAÑA