Investigador y becario de la Fundación Carolina en el Instituto de Filosofía de Madrid
El castellano y los terrenos donde se habla tienen hoy el peso de pensar el ser. La idea de los gobernantes españoles en América fue evitar que se pensara. Es urgente urdir una democracia distinta. Esperanza en un futuro.
Durante los primero días de octubre de 2007 se realizó en Madrid el evento “Pensar en español”, una serie de jornadas donde la filosofía de España y de América Latina hizo un examen de su situación histórica, así como de su futuro, bajo la orientación del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones científicas de España. (CSIC) y en el seno de las jornadas “Vivamerica” realizadas en Madrid.
Un elemento común refulge en los filósofos contemporáneos: asumir el castellano como la lengua que recoge las expectativas de millones de seres humanos -cerca de 400 millones-. Esa lengua y ese orbe geográfico tienen hoy sobre su espalda el peso de pensar el ser, el mundo concreto, los significados de nuestra historia.
Muchas fueron las situaciones paradójicas encontradas en las jornadas: a pesar de que España, Argentina y Méjico traduzcan a la lengua española cientos de textos de pensamiento humanístico y social, y que millares de emigrantes atraviesen el planeta entero, sobre todo rumbo a Europa occidental y los Estados Unidos, nuestro pensamiento latinoamericano continúa siendo una provincia, aislada y desconocida, cuando se le compara con el reconocimiento editorial que tienen en gran parte del planeta las narrativas de ficción de lengua castellana.
Las razones son múltiples; allí se mezclan la dependencia colonial, la brutal ruptura con los antiguos pueblos americanos, el mismo cierre intolerante que España tuvo desde el siglo XVI en el momento de expulsar a árabes y judíos, fundadores de una cultura esplendida durante la Edad Media. También están los tiempos de la dictadura del General Francisco Franco y el exilio de parte importante de su intelectualidad. Fue así como las prolongadas fracturas que para asumir la modernidad padeció España, las heredamos y las continuamos viviendo latinoamericanos y colombianos.
Bien lo señaló la investigadora de la UNAM Mercedes de la Garza: por varios siglos la idea de los gobernantes españoles en América fue evitar que se pensara , quedando este afán como un sello angustiante. “Los súbditos americanos nacieron para callar y obedecer”, esto ocasionó un impacto dramático sobre un criollo para quien España permanecía sorda. Contrariamente, el pensamiento que se implantó en América desde el siglo XVI fue una escolática en contravía de lo que se experimentaba en la misma Europa a partir de los efectos filosóficos de Lutero.
Desde dos orillas
Para David Sobrerilla nuestro pensamiento ha vivido durante 500 años en medio de una tensión: los universalistas que reclaman una filosofía de Europa y los regionalistas que exigen una postura y una elaboración desde lo latinoamericano. En ambas orillas se ha llegado a una normalización del pensamiento filosófico aunque no se cuente con un número de obras de importancia universal.
Dos de las posturas más fuertes del evento fueron las expuestas por Ernesto Garzón Valdez y Luis Villoro. El primero puso de presente el desprecio que practicamos los latinoamericanos hacia el pensamiento en español: “No hay mejor forma de ser peruano que ser europeo, y pensar en español no significa excluirnos”. De allí que pensar hoy en español implique tener una profunda conciencia del espacio y del tiempo que habitamos y vivimos: la injusticia social que nos devora, la corrupción galopante. Pero en nuestras naciones, temas empíricos tan cercanos a estos asuntos como pueden ser la seguridad social o los derechos humanos, terminan siendo un asunto excepcional y donde la filosofía tendría una gran oportunidad de interlocución.
La posición más radical vino desde el pensador mejicano Luis Villoro quien dibujó un mapa donde sólo podemos ubicarnos si tenemos en cuenta nuestras circunstancias: “En América Latina todo es decadencia política, decadencia moral. Nuestras realidades son la injusticia y la exclusión. Una exclusión que avasalló a los pueblos indígenas y afro-descendientes y que hoy avasalla a los más pobres. De allí que la filosofía de América Latina no pueda ser más que una filosofía de la marginación y que ante esta situación sólo nos cabe resistir. Se requiere de un proyecto negativo, que no sea exclusivamente filosófico.”
Reyes Mate, quien por su parte ha articulado la pregunta de si es posible pensar luego del Holocausto producido por el Nazismo junto a una reflexión de las víctimas contemporáneas del progreso en el mundo, hizo ver la urgencia de revisar nuestros libros de textos de filosofía, pues en ellos el pensar en español ocupa un lugar minoritario. Obras producidas en España como fueron las de Maimónides y Averroes han permanecido enclaustradas no sólo en otro tiempo, sino bajo la etiqueta de “otra cultura”. Parece ser que la negación, la clausura de la memoria y el olvido son los frutos amargos que todavía cosechamos.
Mirada a los legados culturales
Pero frente a toda esta situación de apariencia desfavorable ¿qué resta en términos de una razón práctica? El proyecto a futuro parece definirse como multicultural desde América, ya que se trata urgentemente de urdir una democracia por completo distinta. En Bolivia, en Ecuador, en Brasil brotan los gérmenes de esa respuesta en la que un problema de tan hondo calado filosófico como la justicia puede fructificar en discusiones y programas contra la injusticia étnica, económica, política, de género.
Hoy, luego de 500 años de estar inmersos en la historia de Occidente, los americanos tenemos la oportunidad de examinar con distancia los dos legados culturales que más fuerza han tenido en nuestra estructura moral y política: tanto la teocracia como la filosofía moderna que nos negaron un lugar como sujetos autónomos y mayores de edad.
Como bien lo señaló Reyes Mate en la clausura del evento: “Hemos aprendido un español a ambos lados del mar; un español resultado del conflicto”. En España quien padeció este conflicto fueron el árabe y el judío, mientras en América sus víctimas terminaron siendo las culturas indígenas y las culturas negras llegadas de África.
Queda pues a la nueva generación de pensadores un saldo que curar con la memoria y el pasado a cambio de la esperanza de un futuro emancipado. La oportunidad para volver sobre algunos de estos tópicos será el Congreso Iberoamericano de filosofía a realizarse en junio de 2008 en Medellín.
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Fuente: http://www.lapatria.com