Observa Michel que el crecimiento del pensamiento tomista en los Estados Unidos no sigue las mismas líneas que los filósofos y teólogos católicos contemporáneos piensan. Típicamente se dice que la vitalidad intelectual católica en los Estados Unidos aparece en las décadas de 1880 y 1890, hasta que fue aplastada por el miedo irracional de León XIII y Pío X al americanismo y el modernismo. De acuerdo con este relato, John Courtney Murray revitalizó ambos, americanismo y modernismo, poniendo las bases para el renacimiento de la vida cultural e intelectual entre los católicos norteamericanos. Pero esta historia es más mito que realidad.
Michel señala que no hubo verdadero Tomismo en los Estados Unidos hasta las décadas de 1920 y 1930, sugiriendo que en realidad los norteamericanos fueron muy lentos en implementar las recomendaciones de León XIII y Pío X. Esto se conforma con la evidencia en nuestra carta de Parsons al futuro Monseñor Filipowicz en 1934, donde afirma que no puede encontrar evidencia real de Tomismo excepto en las bibliotecas de algunas órdenes religiosas. Además, debemos afirmar que la así llamada esterilidad intelectual de los católicos estadounidenses fue, por el contrario, el período en que experimentaron por primera vez los rudimentos de un cultura intelectual. A la luz de la evidencia proporcionada por Michel, los ’30 y ’40 fueron precisamente el tiempo en que un compromiso entre el realismo clásico y la respuesta del ataque a la Iglesia podría haber madurado de entre los barrios católicos étnicos tradicionales. Pero, por el contrario, en las guerras culturales desatadas en aquel tiempo, los católicos étnicos fueron tratados por sus líderes intelectuales con una mezcla de ambivalencia y hostilidad. En vez de ser protegidos por cualquier clase de compromiso filosófico, se vieron abandonados por sus líderes intelectuales.
Pero nos hemos adelantado demasiado. Notre Dame fundó su Departamento de Filosofía en 1921. En los ’30, con la aprobación de Gilson, estableció su propio Instituto Medieval. Los días 4 y 5 de noviembre de 1938 tuvo lugar su primer simposio de Filosofía, durante el que fueron “examinados el choque entre las doctrinas totalitarias y los principios de la democracia”. Maritain, Simon, Carl Friedrich, Jerome Kerwin, Waldemar Gurian y Mortimer Adler hablaron. Cuando los católicos de los Estados Unidos convocaron a los católicos a defender las instituciones democráticas en enero de 1939, Notre Dame respondió con su Review of Politics. En Notre Dame, la filosofía rápidamente dio una vuelta política.
Maritain y Simon hicieron lo que pudieron en Notre Dame para inculcar el amor a los Estados Unidos. Maritain llamó a una renovación de la conciencia religiosa con confianza en las fuerzas creativas de la libertad y la esperanza en la eficacia temporal del Evangelio y la Revelación.
De cuerdo con Michel, esto no quiere decir que no se hiciese filosofía en Notre Dame hasta fines de los ’50. Por el contrario, la filosofía comenzó en los ’30 y se desarrolló y creció. Para comienzos de los ’50, se había convertido en un lugar que expresaba un genuino pluralismo católico. Tenía un buen número de filósofos que estaban bien entrenados y concientes de los métodos modernos.
Aunque había un acuerdo general acerca de seguir los principios de Santo Tomás, existían desacuerdos genuinos entre los seguidores de De Koninck, Maritain, Gilson y otros. Simon, por ejemplo, no creía que Notre Dame debiese contar con un Instituto Medieval. Guerian dio inicio a una controversia con Gilson porque éste creía que Francia debía ser neutral en la Guerra Fría porque Rusia no significaba una verdadera amenaza militar para Francia y que si adoptaba una postura anticomunista decidida, Francia se arriesgaba a perder su identidad católica. A Simon no le gustaba el Padre Mullahy, al que consideraba insolente y agresivo luego de su paso por Laval, habiendo sido nombrado presidente del Departamento de Filosofía de Notre Dame.
También Maritain tenía sus fobias. A todos advertía contra el oscurantismo de los tomistas de Laval y contra cualquiera que dejase entrever alguna simpatía por el régimen de Franco en España. Por estas razones no pudo visitar Laval ni Fordham. Ambas tenían también muchos simpatizantes de Franco. Maritain presionó al presidente de Notre Dame, O’Hara, para que aclare su postura cuando éste rechazó una invitación de Alfredo Mendizábal, sospechoso de comunista, para hablar en el campus.
Tanto Maritain como Simon descubrieron la religión y la democracia en los Estados Unidos, y aquellas palabras se convirtieron para ambos en “el único refugio temporal contra la desesperación”. En América del Norte, “la vida puede ser bella. La palabra belleza tiene significado aún. No se burlan del progreso industrial y de la democracia… Buscan promover el bien. En los Estados Unidos llaman a esto buscar la felicidad. Ésta es una fórmula que bien podría ser egoísta o materialista, pero que no es necesariamente egoísta o materialista… Veremos mucho después si existen razones para tomar el juramento de Aníbal” (carta de Simon a Maritain, julio de 1940).
Tal vez el punto álgido de la carrera política de Maritain fue ser uno de los dos franceses invitados para asistir al discurso inaugural del senador John F. Kennedy el nevoso día 21 de enero de 1946. Ésta era la democracia que Maritain amaba, la democracia que de alguna manera era expresión de la energía vital de ese tiempo. De alguna forma, JFK se había cruzado con los escritos de Maritain y expresó públicamente su admiración por ellos, como puede verse en el discurso de Kennedy en el Assumption College el 3 de junio de 1955: “Demasiado seguido, en nuestra política exterior, para competir con la doctrina de poder de los bolcheviques, practicamos nosotros mismos lo que Jacques Maritain llama ‘maquiavelismo moderado’. Pero, como demostró Maritain, esta versión pálida y atenuada ‘está inevitablemente destinada a ser desplazada por el maquiavelismo absoluto y virulento’ que practican los comunistas. No podemos separar nuestras vidas en compartimentos, como individuos como en tanto nación. No podemos, por un lado, seguir la corriente, y, por el otro, apegarnos a los principios católicos.”
Tal vez el joven Theodore Hesburgh de Notre Dame, que también fue amigo de JFK, admiraba el enfoque de Maritain y buscaba verlo implementado en Notre Dame. ¿En qué consistía este enfoque?
Luego de regresar a los Estados Unidos, tras su paso como embajador francés en el Vaticano a mediados de los ’40, Maritain daba la impresión de estar embarcado en una cruzada unipersonal en América del Norte. Parecía combinar celebridad filosófica, diplomacia y un aura de santidad. Se enorgullecía de sus diálogos con Cocteau, Chagall, Hugo y Julien Green. Daniel Sargent le contó que en Columbia era bien conocido, tanto por los profesores como por los estudiantes más potencialmente revoltosos: “los judíos deseosos de aprender, los protestantes descontentos con su herencia y los poetas que buscaban reivindicar sus derechos”. Sargent pensaba que Maritain podría ser un moderno San Esteban, llevando Cristo a los intelectuales perdidos. Muchos otros intelectuales expresaban su esperanza de que Maritain se convirtiera en la figura clave para preservar la herencia intelectual de Occidente en los Estados Unidos. Acaudillaría en el combate a las universidades católicas, permitiéndoles avanzar profundamente en las áreas de los estudios medievales y patrísticos. Al hacer esto, lograrían contribuir en forma duradera con el desarrollo de la cultura norteamericana.
Imaginemos la alegría de Maritain a comienzos de los ’60 cuando asistió como invitado al estreno del nuevo presidente Kennedy en su cargo y cuando la Universidad de Notre Dame inauguró el Jacques Maritain Center para continuar y refinar su proyecto para los Estados Unidos.
Pero extraños vientos soplaban sobre Notre Dame en 1960 y 1961, vientos que Maritain probablemente no llegó a advertir. Irónicamente, estos vientos eran similares en su naturaleza a los que emanaban de la “Ciudad de los Vientos” en los ’30. De hecho, tal vez eran éstos los primeros efectos de los vientos que habían soplado los muchachos de Chicago en la Chicago de los ’30. Por ejemplo, a principios de los ’60, fue Notre Dame el lugar elegido para pronunciar conferencias donde se teorizaban formas posibles para modificar la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre control de la natalidad.
En el frente filosófico, también estaba teniendo lugar otra batalla. Un joven profesor, Ernan McMullin, que había llegado a Notre Dame en 1957, llevó consigo el disgusto con el Tomismo. Como John Dewey y Louis Wirth en la Universidad de Chicago, McMullin pensaba que el verdadero combate consistía en defender o demoler a Santo Tomás. Inmediatamente llegar al campus, comenzó a batallar por esta segunda alternativa. Envió dos cartas, una de ella hecha pública, donde solicitaba al Departamento de Filosofía que se pusiese fin al pluralismo tomista establecido.
Mantuvo la presión en forma tan constante que, en 1960, el presidente Hesburgh ordenó a una organización externa que evaluara al Departamento de Filosofía. Phi Betta Kappa lo hizo y excluyó a dicho departamento de su lista de principales departamentos de filosofía de los Estados Unidos. No pocos profesores de Notre Dame sabían lo que se tramaba tras bambalinas. Inicialmente, Hesburgh defendió a sus profesores. El Departamento de Filosofía de Notre Dame contaba con gente entrenada en las principales universidades de los Estados Unidos y de todo el mundo, incluyendo sitios de larga trayectoria tomista como Laval, Lovaina y Notre Dame. Existía en realidad una gran variedad de métodos y opiniones, de conflicto sano y abundancia de investigación y docencia.
Justo en ese momento, John Evans trató de convertir el Maritain Center en el corazón del Departamento de Filosofía, puesto que el centro representaba todo lo bueno de los Estados Unidos. Pero en 1962 se echó más combustible al fuego que McMullin había iniciado. Edward Manier instigó un debate acerca de la herencia católica de Notre Dame frente a las grandes universidades estadounidenses laicas. En la superficie, este debate, como el que había tenido lugar en Chicago en los ’30, era un debate acerca del lugar de la filosofía y la teología en las currículas. Se dijo entonces que la docilidad a la enseñanza de la Iglesia terminaría arruinando la buena pedagogía. Se criticó a Notre Dame por no permitir la presencia de subculturas desviadas en el campus.
Mientras este segundo fuego estaba ardiendo, sabemos que, bajo la superficie, Manier y la Administración de la Universidad se estaba involucrando en políticas de control de la natalidad. Se estaba liderando una capitulación que ni Louis Wirth ni John D. Rockefeller hubiesen soñado cuando estaban en Chicago a comienzos del siglo XX, que fuesen los católicos en instituciones católicas los que implementase el control de la natalidad en ciudadanos católicos estadounidenses. Que Wirth no pudiese concebir en los ’30 que esto llegase a pasar, es un signo más de que este método de ingeniería social era mucho más efectivo que lo que él pudo imaginar.
Tres años después de venir defendiendo el Departamento de Filosofía, católico y plural, Hesburgh decidió cambiar la marcha. En 1964 creó una nueva cátedra en la que nombró a Harry Nielsen, un devoto discípulo de Ludwig Wittgenstein que consideraba que la filosofía empezaba y terminaba con éste.
En 1965, con Nielsen ahora en la dirección, el Departamento de Filosofía, aunque pluralista, ya no fue tomista sino “judeo-cristiano”. Manier aprovechó la ocasión para dar un paso más. Comenzó a decir que existía una crisis en la educación católica de grado. Decía que, del mismo modo que en la sociedad civil reinaba la libertad religiosa, en las instituciones católicas debía reinar la libertad académica. Argumentaba que la universidad católica debía dejar entrar a subculturas diversas. También debía ser repensado el rol de los sacerdotes en el campus que, al tener la autoridad para hablar en nombre de la Iglesia, censuraban ideas que hacían perder el prestigio científico de la universidad. Por supuesto que hoy sabemos que los argumentos de Manier llevarían en última instancia a la promoción de formas de desviación sexual como algo normal: el control de la natalidad, la masturbación y la sodomía, para nombrar sólo unas pocas de las causas que Manier ha defendido en público desde entonces.
Por su lado, Neilsen pronto tuvo dificultades creadas por el mismo pluralismo que él ayudó a instalar en Notre Dame. Tanto fue así que ya en 1966, debió irse. Fue entonces que Herburgh nombró a Ernan McMullin a cargo del Departamento de Filosofía. Esto significó el principio del fin del Tomismo en Notre Dame. McMullin quiso cambiar el nombre del Maritain Center y transformarlo en “Centro para el Estudio de la Filosofía Cristiana”, gueto a donde irían a parar todos los filósofos católicos de la universidad, de modo que la “filosofía seria” fuese la única cultivada en el Departamento. Tanto Maritain como Evans pensaban que esto sería un desastre. Tras una conversación cara a cara con Hesburgh, Evans logró que se cambiara el nombre del centro.
A partir de allí, McMullin buscó contratar únicamente filósofos analíticos y, en defecto de ellos, discípulos de De Koninck. McMullin era profundamente anti-tomista, pero odiaba más a Maritain. En 1969, McMullin se felicitaba de la rápida declinación del Neotomismo en Notre Dame. De hecho, prácticamente había desaparecido. Ya no podía mantener el optimismo que alguna vez tuvo. Los Neotomistas no pudieron adaptarse a una búsqueda filosófica que era contraria a los métodos de Aristóteles y Santo Tomás.
McMullin resumió el nuevo espíritu cuando, en una conferencia ofrecida en la Asociación Estadounidense de Filosofía Católica, afirmó que su objetivo en los ’70 era exponer el oximorón que estaba implicado al hablar de universidad católica. Esperaba que esto llevaría a demostrar que expresiones como “apostolado intelectual” eran eslóganes de fanáticos. El espíritu de este tiempo envió al Tomismo a las catacumbas intelectuales. Los filósofos católicos fueron enviados al campo de concentración intelectual y segregados de entre los círculos de los académicos respetables.
Para 1971, Kritzeck podía escribir a Maritain que “la Universidad ya no tiene ningún aprecio por la filosofía, por el Tomismo o por la verdad. Se ha convertido en la peor clase de universidad secular”. Pedía a Maritain que retirase su nombre de aquel Centro. Pero Maritain no lo hizo. Tal vez no lo hizo porque era un personalista. Y los personalistas suelen agarrarse a la noción de que de alguna manera el Espíritu Santo habla a los grupos e instituciones que están fuera de la Iglesia para que la Iglesia se mueva de una forma o de otra. En los ’20, muchos personalistas eligieron ver estas energías manifestarse en el fascismo. En los ’40, las vieron en el marxismo o en las democracias liberales. Y así, quizá, Maritain las vio operando en Notre Dame.
Fuente: http://info-caotica.blogspot.mx/2012/07/la-triste-historia-del-tomismo-en_20.html
23 de julio de 2012