LA TENTACIÓN LIBERAL. UNA DEFENSA DEL ORDEN ESTABLECIDO

Volver al mundo real. Para sustentar su postura ideológica, en el primer capítulo de su nuevo libro: La tentación Liberal. Una defensa del orden establecido, Miquel Porta Perales arrima a sus ascuas las palabras introductorias del pensador judío alemán Franz Rosenzweig (1886-1929) a La estrella de la redención.
En efecto, Porta Perales subraya la crítica que llevó a cabo Rosenzweig de la filosofía de la totalidad y de aquella Ilustración racionalista (Hegel, principalmente) para la que el pensamiento precede al ser y el colectivo (clase social, nación…) es más importante que el individuo, pero desvía la interpretación hacia los senderos de la filosofía política, un tanto alejados de los intereses rosenzweigianos.

Allí donde Rosenzweig argumenta la necesidad de que la filosofía (más antropológica que política) se preocupe de la experiencia del hombre concreto y de la redención como la relación entre el hombre y el mundo, Porta Perales habla de la redención como lo posible alcanzable “en cada lugar y tiempo” y de que el hombre actúe sobre la realidad “en la medida de sus posibilidades”; donde está la necesidad de comprender las relaciones (revelación, creación, redención) que se establecen entre los distintos elementos de la tríada Dios, Hombre, Mundo, el ensayista español aboga por la intervención del hombre en la sociedad. A pesar de las derivaciones, lo importante es que Porta Perales comparte con Rosenzweig la confianza en el individuo concreto y la necesidad de utilizar el sentido común para aproximarse y “sanar” una realidad (antropológica en un caso, y europea y social en el otro) dañada por los monstruos generados por los sueños de la razón, tan bien ilustrada por la conocida estampa 43 de los Caprichos de Goya.

Miquel Porta Perales se aposenta en el realismo y defiende el orden liberal para hacer frente a la pretensión de “universalizar el ideal de la Ilustración”, que, inaugurado con la Revolución Francesa, influyó principalmente en las doctrinas socialistas y nacionalistas y amenaza con campar a sus anchas en el siglo XXI. Pone en entredicho el papel desempeñado por los intelectuales. De los ilustrados españoles del siglo XVIII, en primer lugar, distanciados de la realidad y empeñados en superar la ignorancia de un pueblo anclado en el pasado, y de cuyos desencantamientos y contradicciones Goya tomó buena nota. Pero, sobre todo, “de la mala fe sartreana del intelectual comprometido”, es decir, de aquel intelectual expendedor de buena conducta ética o política (léase Bertolt Brecht o Jean-Paul Sartre, sin ir más lejos, o más cerca) para el que la denuncia del sistema liberal y la defensa de la Razón universal, la nueva religión laica, devinieron verdades morales incuestionables. Repasa los daños concretos de esos sueños de la Razón: el comunismo, llámese República Democrática Alemana, República Popular China, Camboya, Cuba, Nicaragua o la España de la Segunda República, y el nacionalismo, analizado a partir del caso catalán y del catalanismo imbuido de esencias de identidad y purezas lingüísticas. En definitiva, como decía Hannah Arendt, ideologías que, en tanto que se constituyen como interpretaciones totales del mundo, conducen inevitablemente al totalitarismo, “forma de redención por decreto”.

Consecuentemente, Miquel Porta Perales pasará a defender el discreto encanto del liberalismo –término que, en contra de lo que suele creerse, no procede de libertad, sino de liberalis, o “propio de quien es libre”–, el cinismo –en tanto que cuestionamiento de la tradición establecida por el pensamiento políticamente correcto– y la lucidez, entendida como “sentido del límite que anuncia la imposibilidad de hacer realidad nuestros deseos”. Junto a tantos otros pensadores, a los que se suma también estilísticamente mediante la utilización de la primera persona del plural: los clásicos Milton Friedman, Friedrich Hayek, Isaiah Berlin, Adam Smith y los no tan clásicos Emmanuel Todd, Bruce Ackerman o los neoconservadores norteamericanos, en los que echa en falta una mayor dosis de liberalismo, y otros tantos de cuyos textos se da buena y comentada cuenta bibliográfica en el excurso final.

Pedagogía liberal pura y dura, sin tapujos: la libertad de iniciativa individual, el afán de lucro o beneficio, la libre competencia y las leyes económicas naturales, “como forma de que el interés particular devenga interés general” y como defensa de la democracia indisolublemente unida a la economía de mercado y al imperio de la ley. Porque es el orden liberal y no otro el que ha demostrado ser el más adecuado para conseguir un mayor bienestar material de los habitantes de la Tierra. A pesar de la crisis actual, de la que bien puede extraerse una lección de prudencia y necesidad de transparencia financiera que nada tiene que ver con la llamada a la refundación del sistema capitalista de algún que otro insensato nostálgico.

Y como se trata de hacer posible la redención en “cada lugar y tiempo” y sólo en la “medida de sus posibilidades”, nada mejor que predicar con el ejemplo. El autor coge el toro por los cuernos y se adentra en la complejidad del mundo contemporáneo para diagnosticar los males y proponer cautelosos remedios.

Cuidado con las propuestas, típicas de la izquierda, de redistribución de la riqueza, porque la pobreza se elimina creando riqueza y porque puede conducir, vía sindical, a “una ética de la contemplación y la indolencia que, para más detalle, considera un valor en sí el hecho de vivir subsidiado gracias a los impuestos de quien trabaja”. Defensa contra la tentación populista y el caudillismo que tantos estragos está haciendo en América Latina (Cuba, Venezuela, Bolivia) y defensa de la globalización capitalista, que, además de aumentar los ingresos de los ricos, aumenta los de los pobres, y ataque a los planes proteccionistas, como la Política Agraria Común, que incrementa el precio de los alimentos autóctonos y penaliza la exportación desde países del Tercer Mundo. Impulso de la energía nuclear y de los alimentos transgénicos. Resistencia ante los cantos de sirena del pacifismo, más que divulgado, obligatoriamente impartido en centros educativos de ¡primaria y secundaria!, porque, siguiendo a Robert Walser, “en determinadas ocasiones, la defensa de la libertad y la vida digna justifica el derecho a la violencia y a la guerra”. Derrota del terrorismo islamista. Y por último, a mi juicio, los temas más esquivos: inmigración y feminismo. No porque no se puedan defender las posiciones que reclama Miquel Porta Perales, sino porque creo innecesario argumentarlas con discursos biologicistas tales como el “recelo ante los extraños”, a partir de los textos del biólogo Edward O. Wilson, y la vuelta a la división del trabajo en función del sexo, aunque, por supuesto, podríamos debatir al respecto. Estoy convencida de que el autor consideraría un insulto el acuerdo total. Nada que alegar respecto a la necesidad de organizar la convivencia de una forma razonable en detrimento de la política de puertas abiertas y papeles para todos, la igualdad de oportunidades y la libre decisión del individuo.

El texto pide ser leído porque, amén de bien escrito, plantea con deliciosa ironía la necesidad de liberarse de complejos para caer en una tentación realista y liberal, aunque no sea edénica. Un necesario vademécum liberal de preguntas y respuestas bien argumentadas.

MIQUEL PORTA PERALES:
LA TENTACIÓN LIBERAL.
UNA DEFENSA DEL ORDEN ESTABLECIDO.
Península (Barcelona),
2009, 318 páginas.
Fuente: http://libros.libertaddigital.com/volver-al-mundo-real-1276236420.html

Madrid, Spain. 26 de Marzo de 2009

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